Capítulo 75.

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En el mismo segundo, Tara se tambaleó hacia atrás, casi perdiendo la razón, cómo si una ola expansiva la hubiese alcanzado en aquel momento. Zayn, confuso y desorientado, trató de sostenerla por la cintura apretándola contra su cuerpo. Tuvo ganas de vomitar. Ambos tenían la mirada petrificada sobre aquella enorme mancha roja que cada vez iba haciéndose más y más grande sobre la ropa de Anna y que manchó las manos de Lucas como si acabara de sumergirlas en agua en cuanto él trató de sostenerla en pie.

El joven sintió que algo dejaba de funcionar en el interior de su pecho, que algo dejaba de latir, que la sangre no le llegaba al cerebro. No era consciente de que un mar de lágrimas surcaba sus mejillas sin cesar. Su Anna estaba desfalleciendo, y él iba por el mismo camino. Lo haría en cualquier momento.

Quiso gritar una vez más, llorar con tanta fuerza como le era posible, pero no podía; sentía un enorme nudo en la garganta que le impedía respirar, tragar o hablar. Se estaba ahogando en el dolor que le producía la escena que tenía frente a él, la mujer herida que sujetaba en brazos...

Se dejó caer al suelo y las rodillas golpearon el terreno, cubierto de piedras, de plantas y de rastrojos. Varias heridas aparecieron en su carne cuando se despellejó la piel y de ellas empezó a emanar sangre, pero aquello no era en absoluto nada comparado a lo que escapaba del cuerpo de Anna en aquel momento.

Tara empezó a verlo todo rojo a su alrededor. Se aferró al brazo de Zayn con fuerza, le clavó las uñas en la piel sin ser consciente de lo que estaba haciendo. Creía que estaba viviendo una pesadilla; la peor jamás vivida.

Pero cuando se dio cuenta del estado de su hermano, desolado, arrodillado en el suelo con el cuerpo casi sin vida de Anna entre los brazos, sin saber que no estaba perdiendo solo a su princesa, sino también a su bebé, al fruto de su amor, entendió que la pesadilla era real y que no podía escapar de ella.

Sofocó un sollozo y se llevó una mano a la boca para evitar que una serie de gritos escaparan de ella mientras se echaba a llorar desesperadamente, muerta de horror. Aquella era la peor escena que había vivido jamás en toda su vida.

Su mejor amiga, su hermana, su confidente... Se estaba desangrando en los brazos del único hombre al que había amado alguna vez. Ya no le quedaba tiempo para decirle que hacía un par de semanas, juntos habían cosechado nueva vida en su interior...

Lucas se abalanzó sobre el médico en cuanto lo vio salir del quirófano. Con los ojos llorosos y las mejillas rosadas de tanto llorar parecía un niño de cinco años al que acababan de tirar contra el suelo en un partido de futbol.

Sin ser consciente de lo que hacía, agarró al hombre, de unos cuarenta años, por la bata blanca que vestía sobre un traje azul. El hombre se quitó los guantes ensangrentados de las manos y una mascarilla verde de la boca. Los guardó en uno de los bolsillos.

—¿Cómo está? —Preguntó Lucas con el corazón en un puño— ¿Está bien? Dígame... Por favor, dígame que está bien. Si le ha ocurrido algo yo... Yo no...

—Tranquilícese—Dijo el hombre, pero para Lucas no era tan fácil. La manera en que se sentía sería imposible de apaciguar, y mucho menos de calmar. Aquel individuo tenía que decirle algo sobre Anna ya o acabaría perdiendo la cabeza—. La joven está fuera de peligro.

¿Qué? ¡Dios!

Una oleada de alivio se derramó por el pecho del joven. Se llevó ambas manos a la boca y cerró los ojos. Las lágrimas siguieron deslizándose por sus mejillas, pero esta vez no estaban cargadas de dolor. Dios... Necesitaba verla. Necesitaba estar con ella. ¡Ya!

Sin embargo, el rostro del médico no parecía demasiado contento. Lucas no se había dado cuenta de ese hecho porque había ocultado su rostro entre las manos.

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