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Abrí mis ojos lentamente, mirando la hora en el reloj que había en la pared del salón. Hace una hora, intenté dormir sin haberme cambiado aún de ropa y sin haber comido nada desde que llegué.
No había vuelto a recibir alguna llamada ni mensaje ni de Juan ni de nadie. Y aún así, no iba a contestar porque sólo tenía ganas de llorar.
De nuevo, los pensamientos y recuerdos volvían a mi cabeza para destrozarme pensando en que estaría sintiendo ahora él, como se sentía conmigo y como todos los recuerdos bonitos anteriores eran tapados por lo que imaginaba que iba a ser mi futuro a partir de ahora.
Tapé mi cara con mis manos, ahogando mis sollozos ahí. Estaba cansada, pero no era capaz de dormir porque al cerrar los ojos lo único que veía era su cara antes de irse y dejarme.
Las lágrimas volvían a salir sin aviso y los sollozos me hacían respirar mal, intentando ahogarlos en mis manos con angustia.
Me odiaba como seguramente él hacia ahora pensando en mí. De nuevo había roto todo, había echo daño a la gente que quería para pensar en mí y no había vuelta atrás.
Quería gritar, suplicar que alguien por favor me perdonase, sintiéndome sola ahora que me daba cuenta de que así era como estaba en mi departamento cuando en un día normal estaría sentada a su lado, con Emma aún dormida o quizás jugando con él en sus brazos.
Las lágrimas silenciosas comenzaban a sonar a modo de agobio, estrés y sollozos que se hacían notar más. Me senté para buscar mejor el aire, ignorando los mechones que caían por mi cara, entorpeciendo mi mirada borrosa.
Entonces, la puerta sonó, interrumpiendo lo que parecía ser el comienzo de un ataque de ansiedad al sentir como mi respiración se entrecortaba y mi pecho comenzaba a comprimirse de tanta angustia.
Me levanté despacio, intentando tranquilizarme a la vez que iba a ver quién era. Juan había venido y no tenía más remedio que abrirle, ya que al final tenía a mi hija.
Miré el reloj, apoyando mi espalda en la puerta, para ver qué había estado horas intentando dormir sin éxito. Oí el timbre y me di la vuelta para abrir la puerta y encontrarme su mirada confusa, borrando su sonrisa segundos después de verme.
Entró sin avisar, dejando rápido a Emma en el sofá para volver a mí, que estaba esperándole ya con la puerta cerrada, apoyada en ella de nuevo.
Me abrazó con fuerza sin preguntar nada, pegándome a su cuerpo para que supiese que no estaba tan sola como pensaba en ese momento.
Sin previo aviso, rompí a llorar para dejar ir por fin toda la tristeza, ansiedad y en general lo mal que me sentía desde que me dejó.
Me aferré a su remera, abrazándolo con fuerza a la vez mojaba la parte de sus hombros de mis lágrimas.
- ¿Qué pasó, Angie? ¿Qué pasó?- preguntó, susurrando, a la vez que acariciaba lentamente mi pelo sin dejar de abrazarme con su otro brazo.
- Lo...lo...lo perdí, Juan, lo perdí...
Afirmé con dificultad por mí sollozos, rompiéndome aún más. No era lo mismo pensarlo solo que también decirlo, donde ya te dabas cuenta que tú peor pesadilla se había hecho realidad.
Lloré más, entrecortado mi respiración y sintiendo que mi roto corazón se iba a salir de mi pecho. Todo el agobio se dejaba sentir en el calor que comenzaba a tener, molestándome todo pero sin poder hacer nada más que llorar.
- Ya está, nena, ya está... tranquila, no pasa nada.
Me repetía sin separarse de mí, abrazándome con fuerza pero no tanto ya que quería dejarme espacio para que buscase algo de respiración con tanto sollozo. Pero se hacía tan difícil que me tuve que separar yo, llorando bajo su triste y confundida mirada.
- Angie, nena, ¿Qué pasó?
- Mauro...se enteró.
Dije, escuchando su suspiró mientras yo me apoyaba con una mano en la pared sin dejar de llorar, limpiando mis lágrimas con la otra.
Me miraba desde lejos sabiendo que necesitaba espacio, estar sola pero sin estarlo realmente. Lo raro era que Emma todavía no se había despertado con mis lloros.
- Vení, dale, todo se va a poner bien.
- ¡¿Cómo, Juan?! ¡Lo he perdido, se acabó, ya no me quiere!
Grité antes de tapar mi cara con mis manos de nuevo, rompiendo aún más en llanto a la vez que terminaba por quedarme sin aire. Por suerte, él supo que era el momento para volver a abrazarme.
Me tuvo allá por unos segundos, acariciándome lentamente para intentar consolarme así, pero luego se fue moviendo lentamente y a mí con él, llevándome hasta la habitación.
Se sentó en la cama conmigo, aún abrazados y llorando en su hombro. No dejaba de susurrarme que todo se iba a arreglar e iba a volver a este bien, pero no podía evitar pensar que no era cierto.
- Angie, escúchame, vas a salir de esta, ¿Sí?- afirmó, separándose de mi para tomar mi cara mojada por las lágrimas entre sus manos.
- ¿Cómo, Juan?- pregunté esta vez con un hilo de voz, cansada.
- Primero, durmiendo un poco, yo me ocuparé de lo demás. Me voy a quedar con vos hoy y si hace falta, me invento algo para no ir a laburar, pero no te voy a dejar sola, ¿Escuchaste? Soy tu mejor amigo y vos sos mi mejor amiga, estamos juntos acá.- asentí lentamente h él suspiró.- Vamos a salir de esta, ¿Vale? Pero ahora, tenés que dormir un poco y dejar de llorar, que no se arregla nada así.
Le miré agotada y besó mi frente antes de dejarme para buscar mi pijama y dejarlo en mi cama a mi lado. Se fue para dejarme sola y cambiarme lentamente, sin ganas ni fuerzas pero lo hice.
Cuando volvió adentro, estaba confundido pero intentaba no parecerlo mientras echaba un poco de desmaquillante en un trozo de algodón para limpiar mi cara antes de sentarse en la cama y ver cómo me acostaba.
Se acercó a mí para volver a abrazarme y salió una vez más de la habitación, dejándome a oscuras al cerrar la puerta. Le escuché hablar con alguien y unos minutos después, la puerta sonó, escuchando una voz que se me hacía familiar pero de lo cansada que estaba no podía decir quién era exactamente.
Cuando volvió, me hice la dormida cerrando mis ojos, sintiendo como se tumbaba a mi lado para abrazarme. No fue entonces hasta que no me tranquilicé y pude dormir.

Sol y Luna (Duki)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora