9.

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- Angie.
- ¿Dime?
- Mis galletas.
- Díselo a ella.- sonreí desde el asiento del copiloto y él suspiró.
- Te odio.
- ¿Qué querés? Tengo hambre todo el rato.
- Yo me quiero morir, eso es lo que quiero, eran mis galletas para el viaje.
- Bueno, paramos y compramos en algún lugar.
- No, ya nada, ya no quiero.
- Inmaduro.
- Estoy al volante yo eh.
- Te amo.
Rió y negó con la cabeza sin quitar sus ojos de la carretera. Sonreí y desvié mi mirada a la ventanilla.
Después de un tiempo, por fin pudo escapar de su laburo y llevarme a ver Barcelona, exactamente cuando recién cumplía 8 meses de embarazo. Para ser más específica, toda la ropa que me había traído de Argentina ya estaba en la valija porque no me cabía nada. Me tuve que hacer con otro armario, aunque tampoco muy extenso porque todavía tenía que llevar todo de vuelta a mi casa.
Aún así, no paraba de comer, todo lo que veía se me antojaba y hace una hora, cuando Manuel estaba bailando y cantando mientras manejaba, yo le robé las galletas sin que lo viese. En una media hora, seguro que tendríamos que buscar algún lugar donde comprar algo, porque realmente no paraba de comer.
- Angie.
- Me dicen.
- ¿Por qué no te vuelves a teñir?
- Que paja.
- Vamos, así estás guapa para ella, no vaya a ser que cuando te vea se asuste al ver una madre tan fea.
- Que pelotudo que sos, Dios.- rió y yo negué con la cabeza, ahora mirando hacia el frente.- No quiero, me acostumbré a mi moreno, me veo bien así, además, ya estoy gorda, ya fue.
- Bueno, no estás gorda, estás embarazada.
- Gracias por el alago.
- De nada.
Sonrió y yo reí mirando su sonrisa de nene. A lo lejos, se veía un cartel que nos avisaba de que estábamos por llegar por fin a la gran ciudad.
Unos minutos más tarde, cuando yo ya comenzaba a tener hambre, por fin estábamos ya dentro, viendo todo con la cara pegada a la ventanilla.
- Vas a romper el cristal.
- Dale, es mi primera vez acá.
- Bueno, pero te vas a quedar sin cara, idiota.
- Vale, vale, perdona, doctor Manuel.
- Te perdono.
Sonreí mirándole a la vez que negaba con la cabeza. Buscó un parking donde poder dejar el auto y por fin pudimos bajar.
Lo primero, buscaba una tienda donde poder comprar comida. Una bolsa de papas y una Coca- cola para cada uno.
Comenzamos a andar, haciéndome a veces él de guía porque sí había estado acá antes, obviamente. Me llevó a los sitios turísticos principales, haciéndonos un par de fotos que luego no publicaría en mi Instagram ni otro lugar, sino que se lo enviaría a mis amigos y familia.
Desde que estoy acá, no publico nada, ni una historia. Para los que me conocen en Argentina y no conocen de lo que pasa realmente, es como si hubiese desaparecido sin más. Incluso mi hermano tuvo que huir una vez de Candela porque la encontró por la calle y para no dar explicaciones, comenzó a andar rápido, ignorando cuando le llamaba.
No me gustaba que no pudiese contarle, era mi mejor amiga. Pero también era su hermana y yo había querido que esto fuese así sabiendo lo difícil que podría ser, toda mi familia me advirtió. Y yo les prometí que no daría marcha atrás.
Unas horas después, cuando ya habíamos visitado algunos lugares y se había acabado nuestra poca comida, decidimos buscar un restaurante donde comer.
Como siempre hacía, él me ayudaba a que elegir porque aunque me había hecho probar la mitad de la gastronomía española, no todo lo conocía y a veces no podía elegir yo sola, aunque igualmente siempre le pedía consejos a él.
Después de aquello, volvimos a nuestro viaje turista. Por supuesto, fuimos al Camp Nou, aunque no pudimos entrar obviamente.
Desde ahí, comenzamos a debatir sobre quién era mejor jugador de fútbol y nos fuimos a las conocidas Ramblas a tomar algo por allá antes de seguir caminando.
Cuando eran las seis de la tarde, me llevó a ver un museo de un famoso pintor porque sí, mi primo podía ser un pelotudo pero también sabía de arte y desde que estaba acá intentaba enseñarme cosas, aunque sabía perfectamente que o se me olvidaban o no hacía nada con lo que me decía, sólo discutir sobre si era mejor la pintura, el cine o la fotografía. Así eran nuestros divertidos debates.
De repente, me paré delante de uno de los cuadros de allá, parando también a Manuel, que me agarraba de la mano y quería seguir viendo.
- ¿Qué?
- No, nada, creo.
- ¿Esto? Oh, sí, es muy bueno, pero si te gusta esto seguro que el que está un poco más delante te va a encantar.
- Pará, pará.
- ¿Qué?
- Me duele, gil.
- ¿El qué?- fruncí el ceño, mirándole y él subió sus cejas a la vez que llevaba sus ojos a la barriga.
- ¿Ya viene? Pero si queda un mes.
- Manuel, puede llegar cuando quiera, pelotudo, pero se prefiere que sea a los nueve meses.
- Siendo tu hija...una rebelde.
- Manuel.
- Vale, vale, ¿Qué te duele?
- Manuel.
- Vale, vale, no estoy preparado y menos en un museo de arte, no me lo esperaba. Vamos, hay que ir a un hospital, pedimos un taxi fuera y listo.
Asentí y me ayudó a salir del museo aunque aún no me dolía mucho, tampoco había roto aguas, algo raro.
Como dijo, pidió un taxi y en unos minutos, gracias a que nos encontramos el camino más vacío de lo que pensábamos, estábamos ya en el hospital.
Le expliqué el dolor que había sentido a la enfermera que me atendió y esta me sentó en una silla de ruedas para llevarme así a una habitación donde después dejó pasar a Manuel, esperando juntos a que llegase alguien a verme.
Por suerte, no se hizo tardar mucho. Me examinaron y respondí un par de preguntas, deduciendo que lo mejor era hacer una ecografía porque no había nada que dijese que estaba de parto.
Resoplé, nerviosa, y miré a Manuel cómo solía hacer. Él me dedicó la misma sonrisa de estos momentos, intentando tranquilizarme con ello mientras que el ginecólogo de acá miraba por la pantalla.
- No parece que haya ningún peligro.
- ¿No?
- No, seguramente haya sido un dolor más del embarazo, además de que al estar de ocho meses tiene menos espacio ahí dentro. Igualmente, lo mejor es que vuelvan a Madrid y reposes hasta que realmente ocurra.
- Entonces...¿Todo bien?
- Todo bien, tranquila, no hay nada que signifique peligro en esta pantalla.
- Bueno...pues de vuelta a la capital.
Nos despedimos del ginecólogo y los enfermeros cuando estuvimos listos y pidió otro taxi pero para ir hasta donde teníamos el auto, que estaba bastante lejos y él ya no quería que me moviese más.
Subimos y a partir de ahí, comenzó el viaje de vuelta a casa.

Sol y Luna (Duki)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora