06/05/2022

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Yo era parte de una clase que iba de excursión a la casa de un profesor, que tenía escondido en su patio trasero una suerte de reino encantado que se presentaba ante nuestros ojos como un gran campo abierto, pudiendo verse a la distancia unas montañas semejantes a los Alpes suizos.

Había también en ese campo un pueblo semejante a una ciudad moderna, en cuyas calles yo me perdía persiguiendo a un gato de pelaje amarillo, pensando que se trataba de la gata que tenemos en casa.

Para viajar a través de ese reino encantado, debíamos abordar un tren cuyos vagones se asemejaban a las habitaciones de una casa, y a través de las ventanas podíamos ver numerosos animales en el campo, muchos de los cuales parecían más bien propios de la sabana africana.

Con nosotros viajaban otras gentes, algunas de las cuales vestían con una indumentaria propia de la era Victoriana; en el tren viajaban algunos animales, como por un ejemplo una pequeña y juguetona cebra y también un picozapato de plumaje grisáceo y gesto enojado.

En un momento determinado, el tren se detenía en un paraje con numerosos caballos blancos, que las niñas contemplaban admiradas; la cebra bebé en el tren se ponía a jugar conmigo, pero luego ella escapaba y se abalanzaba sobre una vieja señora vestida como una dama de la Era Victoriana, empezando a lamerla como lo habría hecho un perro.

La anciana gritaba horrorizada una frase que yo no comprendí: "Otternaught". Dicha palabra también era repetida a coro por los niños que presenciaban la escena, como si se tratase de alguna cancioncilla burlona.

Ignoro si "Otternaught" era el nombre de la cebra bebé, o si acaso significaba alguna otra cosa: Lo cierto es que el profesor aparecía repentinamente, anunciando con voz triste que la expedición debía cancelarse.

Diario de Sueños y PesadillasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora