CIII

393 45 40
                                    

¡Ya volví, Phil!

—Emma...— Balbuceó el niño, incrédulo. Las lágrimas no tardaron en asomarse por sus ojos. —¡Emma! ¡Viniste!— Comenzó a correr a su encuentro, abrazándola con fuerza. La de cabellos anaranjados tiró la mochila y el arma para recibirlo con los brazos abiertos.

—Perdón por hacerte esperar tanto.— Susurró tu amiga.

—No, no.— Sonrió el menor. —Siempre creí que ibas a venir, Emma.

—¡Phil!— Exclamaste, acercándote a él. Rápidamente los demás se te unieron, emocionados de saludar al niño. El niño los abrazó a todos entre llantos.

—¿Norman...?— El albino sonreía mientras se acercaba a consolarlo. —¡¿Estabas vivo, Norman?! Menos mal, menos mal...

—Gracias por proteger a nuestros hermanos.— Dijo, en voz baja. Ray te tomó de la mano y ambos caminaron hacia Phil. Tu pareja le acarició la cabeza, sonriendo con cierto aire compasivo.

—Debe haber sido duro. Perdón... Y gracias.— Le susurró.

—Ya está bien, no hace falta que te preocupes más.— Agregaste. En ese momento, sin aguantarlo más, el pequeño rompió en lamentos, abrazándose a ustedes.

—A veces... A veces pensaba lo mucho que debieron haber sufrido, ustedes que ya lo sabían. Viendo a sus hermanos irse, sabiendo que iban a morir... ¿Alguna vez se va a ir este sentimiento?— Estrujó la camisa, ya mojada por las lágrimas. Compartiste una mirada con tu acompañante, temiendo sobre lo que podrían contestar.

—Puede ser más difícil en algunos momentos, pero a veces alivia el saber que no sufrieron más. Tú no eres responsable de nada, Phil. Hiciste lo que pudiste.— Contestó el de ojos negros.

—Ray tiene razón. Es desesperante y a veces te invade la culpa... Pero no es eterno. Algún día, vas a alcanzar la paz al respecto.— Susurraste. Pronto los demás niños de la instalación se acercaron a saludarlos, mientras Isabella se acercaba a hablar con la madre a cargo, que rompió a llorar en sus brazos. Miraste hacia el bosque, por el que pasaste tantos años de tu infancia. Las granjas terminan acá. No solo Grace Field House, sino también Glory Bell, Grand Valley y Goodwill Ridge. Y todas las otras granjas de producción en masa también. Leyendo el cuaderno que Valentino dejó atrás... Pensé que no iba a soportar tanto. Pensé que me rendiría antes de que pudiera escapar. Pero llegamos tan lejos... Gracias a él, a Yugo, a Lucas, a todos los que se perdieron en el camino y a todos los que estamos ahora. Gracias a todos. Desde mi corazón, se los agradezco. Phil se acercó a hablar con Emma sobre los planes, y dejaste que manejara las explicaciones.

—________.— Te diste la vuelta para ver a la mujer que te crió parada detrás de ti.

—Mamá. ¿Qué pasa?— Le sonreíste. Luego viste que en sus manos sostenía un precioso oso de peluche, de un color blancuzco. Sentiste que tu cuerpo se debilitaba mientras rebuscabas en tu mochila el oso a juego, de un color negruzco. Se lo mostraste con las manos temblorosas.

—Ah, supuse que lo habías llevado contigo cuando no lo encontré.— Te entregó y, con ambos en tus manos, no pudiste evitar comenzar a llorar. —Lo lamento. No estoy segura de cuánto sabes, pero...

—Está bien. Lo sé todo.— Contestaste. La adulta te miró apenada. —Tranquila, yo no... No te culpo. Para ser honesta, nunca lo hice. Gracias por guardar esto. Y gracias por dármelo.— Te limpiaste las lágrimas, mientras apoyabas tu mochila en el suelo para guardar nuevamente ambos peluches. —Gracias por todo el amor que nos diste.

—No me agradezcas por eso, por favor.— Te contestó. —No es algo que debas agradecer. Lamento no haber podido amarlos como lo merecían.

—Ahora vas a poder, cuando estemos en el mundo humano. Claro, solo si sigues dispuesta.

—Por supuesto. Pero veo que tanto tú como Ray estuvieron ocupados con el amor.— Arqueó una ceja, divertida, y sentiste que el rostro se te prendía fuego.

—Bueno, no tan así...— Te miró, incrédula.

—¿Entonces fue mi imaginación el beso de antes?— Carraspeaste con forzada fuerza. 

—¡De todas formas, tendríamos que ir con el resto!— La mayor soltó una pequeña risita, mientras te seguía a paso lento.

Hasta que empezaron a oír los gritos y se dieron la vuelta con velocidad. El demonio estaba allí parado, mientras los niños huían de él aterrorizados.

—Mi granja... Mi carne.— Habló el ser. Una de las niñas que corría cayó al suelo, y viste como tu mejor amiga rápidamente se lanzó a protegerla. Tomaste tu arma desesperada, apuntando como podías al ser. Se oyeron cinco disparos; tres de tu parte, dos de parte de Ray. Pero ya era tarde, porque el pecho de Isabella era atravesado por tres de las garras del demonio, y ninguna bala había llegado a su ojo.

—¿Mamá...?— Balbuceó Emma, mientras la sangre de la mencionada le manchaba la cara.

—¿Qué estás haciendo, Isabella? ¿Ahora te ponés a actuar como una madre?— Cuestionó el demonio. —¿Pensás que esto hará que perdonen todo lo que hiciste? No podés convertirte en madre. Movete.

—No voy a permitir que pongas un dedo sobre los chicos.— Se aferraba completamente a la extremidad del ser, con el ceño fruncido de determinación y dolor.

—¡No disparen! ¡Pueden terminar disparando a mamá!— Exclamó Gilda.

—¡No lo acepto! ¡No acepto un mundo sin granjas!— Chilló el come-hombres. —¡Voy a comerte antes que a los demás si no te movés!— Entonces, una lanza le rebanó el cuello, y su cabeza cayó al suelo entre maldiciones. Se acercaron a su madre con velocidad.

—¡Mamá, resistí!— Gritó Don.

—¿Estás bien, Emma? ¿Alguno de los chicos está herido?— Preguntó en un hilo de voz.

—¡No, nadie! ¡Estamos bien!— Respondió.

—Menos mal... Perdónenme...— Susurró, con la vista perdida. —Pensé que iba a poder llegar al mundo humano y... Ser una madre para ustedes. Perdón por morir de una forma tan injusta...

—¡Esperá, te vamos a salvar!— Exclamó Gilda. —¡Mamá, no mueras!— Tomó el rostro de Emma entre sus manos, acunándolo con cariño.

—A pesar de todo te quiero mucho.— Confesó la chica, rompiendo en llanto. —Todos nosotros te queremos mucho, mamá. Por mucho que nos doliera tu traición, y aunque vos no puedas perdonarte, para nosotros, vos sos nuestra única madre. ¡No te mueras, mamá! ¡Mamá!— Extendió la mano gran esfuerzo y los abrazó a todos.

—Los quiero muchísimo.— Sonrió. Comenzaron a llorar, entre murmullos cariñosos, hasta que la mujer volvió a alzar la voz. —Ray... Ray...— Tomaste a tu novio del brazo y prácticamente lo lanzaste al lado de su madre, donde se arrodilló con rapidez. Ella le acarició el rostro, llorando. —Perdón... Por no poder mimarte como a un niño... Durante doce años te hice vivir una vida que querías maldecir... Perdón... Cuidalos a todos... Te quiero mucho.— El chico comenzó a llorar y sostuvo la mano de su progenitora contra su mejilla.

—¡Mamá!— Sollozó. Los ojos violetas de la mujer te miraron.

—______... Gracias... Por todo lo que hiciste. Perdón... Estuviste tan... Sola... ¿Me harías un último favor?— Asentiste con la cabeza fervientemente.

—Lo que sea, mamá.— Esbozó una pequeña sonrisa, aun acariciando el rostro de Ray.

—Encontré las partituras. Quisiera... Quisiera oír la canción... Aunque sea una sola vez. Que sea lo último que escuche, junto con ustedes aquí... Es más de lo que debería tener.— Dudaste por un segundo, pero pronto te enderezaste y cerraste los ojos, aferrándote al vestido de tu madre.

Y comenzaste a cantar. Todos guardaron silencio al oír tu voz, y Ray lloraba con cada vez más fuerza. Mientras mantenías la última nota en el aire, la mano de la mujer fue perdiendo fuerza, hasta caer finalmente al suelo. Te apresuraste a abrazar a tu pareja, llorando ambos.

—No sabía... Que ya le habías puesto una letra.— Susurró, desconsolado. Sonreíste entre las lágrimas.

Ahora, mi promesa está cumplida.

La letrista {Rayxtú}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora