Epílogo

598 62 118
                                    

Ray tomó el viejo cuaderno en el estante más alto de la biblioteca. Aquel anillo en el dedo anular de su mano izquierda brillaba contra el cuero negro gastado. Miró por la ventana de su habitación; fuera, en el patio, su esposa y sus amigos y familiares disfrutaban la fiesta que habían organizado para sus dos hijos, que ya cumplían ocho años. Abrió el cuaderno con cuidado, ya que las lágrimas de hace décadas habían hecho que las hojas fueran aún más frágiles.

Y empezaba así:

Mi querida ______:

Perdón. Lamento ponerte en esta situación tan complicada. No te asustes, por favor. Respira y lee esto con calma.

Este lugar es una granja de humanos. Nos crían para consumir nuestros cerebros, y mientras más conocimiento tenemos más vamos a vivir, hasta finalmente tener doce años, donde tenemos que ser entregados sí o sí. Descubrí esto por error. Mi pantalla tuvo un fallo en el que mi prueba no era de las que usualmente tomamos, si no que era para niños a punto de ser despachados. Esto generó un desorden en los registros así que, cuando le fui a preguntar a mamá al respecto, ella no estaba en el despacho, pero sobre su escritorio había una carta abierta que básicamente confirmaba todo lo que te estoy diciendo.

Por eso, para tener la posibilidad de descubrir más cosas para ti, decidí dejar de contestar mis exámenes.

No puedo decirte todo lo que sé ahora. Estoy seguro de que, con tu capacidad y junto a los demás, lo sabrás por tu cuenta. Te dejé una última nota en otro lugar, lejos del hogar.

Te dejaré en las siguientes páginas todo lo que necesitas saber para los exámenes diarios, por si alguna vez se te dificultan.

Perdón. No quiero que pienses que te dejé sola, pero en este momento no puedo estar contigo físicamente. Siempre voy a acompañarte, siempre voy a estar cerca de tu corazón y jamás te voy a olvidar. Dudo que también lo hagas, pero si mi despacho te afecta demasiado y pierdes algunas de nuestras memorias, sé que siempre voy a estar en tu corazón como tú estás en el mío. 

Sé fuerte, querida hermana. Te mantendré a salvo y te veré desde donde sea que esté, apoyando todas tus decisiones.

Te amo, no lo olvides.

Con cariño, Valentino.

Luego de variedad de páginas, había una última carta con otra letra. Una carta que tú habías escrito.

Querido Ray:

Perdón. Supongo que lo llevo en la sangre el empezar cartas así.

⸷ⵥᕒᖭ nos tomó por sorpresa. Para cerrar el trato, quería que Emma le diera todos sus recuerdos de nuestra familia. Como ella era la que pedía hacer la promesa, solo ella era la multada. Pero por supuesto que me opuse. Cerrado ese trato hice una segunda promesa, donde Emma podría recuperar todos sus recuerdos apenas nos vea. A cambio me pidió lo más preciado para mí.

Me pidió a Valentino. Me pidió todos mis recuerdos de Valentino. Incluso cuando Emma se opuso, decidí hacerlo de todas formas. Sé que nunca seré capaz de totalmente olvidarlo, que siempre vivirá en lo más profundo de mi corazón. 

Temo extrañarlo demasiado. Temo que él no me perdone esto. Después de todos los sacrificios que hizo por mí, se siente una falta de amor de mi parte hacer esto.

Así que recuérdalo por mí, por favor. No permites que se aleje de mí del todo.

Gracias, Ray.

Con amor, _____. 

Tocaron la puerta de la habitación y él guardó el cuaderno nuevamente en su lugar. 

—¿Todo bien? Ya vamos a cortar el pastel.— Le dijiste, a través de la puerta. 

—Ya voy, amor.— Te respondió, saliendo y dándote una pequeña sonrisa. Bajaron las escaleras juntos, siendo recibidos por ambos mellizos, sus dos hijos: Isabella, la menor por dos minutos, y Valentino, el mayor. El azabache soltó un suspiro, recordando como te caían lágrimas de los ojos cuando propuso ese nombre para el niño recién nacido. Nunca pudiste recordarlo. Pero, a veces, en el aniversario de su muerte y en tu cumpleaños, tu esposo podía oírte murmurar su nombre entre sueños.

—¡Lucas quiere hacer un torneo de ajedrez, papá! ¡Y dice el tío Norman y la tía Emma que ustedes también tienen que unirse!— La mencionada los saludó a la distancia, tomada de la mano de su esposo y sus hijos: Sonju, el mayor, y Mujika, una niña dulce y preciosa de menos de un año. Solían reír al ver lo protector que era su hermano con ella, recordando viejas anécdotas.

—¿Otro más?— Bufó tu pareja.

—¡Vamos, vamos! Ya empezamos las apuestas, así que no pueden perder.— Continuó tu hija, con una sonrisa satisfecha, sabiendo que su padre nunca le negaría una partida.

—¿Ya llegaron Don y Gilda?— Preguntaste. Tu hijo asintió con la cabeza.

—Sí, y trajeron a Conny. La vi jugando con Lucas y Yugo, mientras el tío Oliver supervisaba el juego. Creo que era un tutti frutti de catorce categorías.— Sonreíste, mirando a tu alrededor.

Te resultaba increíble el hecho de que ya habían pasado de veinte años desde que escaparon del mundo de los demonios. Ya ninguno de ustedes estaba en peligro y vivían la vida con la que soñaron cuando eran niños, fantaseando sobre los pueblos y ciudades que leían en los libros. No pensabas que iban a tener que sacrificar tanto para llegar a este resultado.

Pero incluso después de todo el sufrimiento, podías sonreír con más sinceridad que nunca.

Fin.

La letrista {Rayxtú}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora