XCI

416 58 15
                                    

Vamos a los siete muros... A ver a ⸷ⵥᕒᖭᘠ.

Los tres hicieron un corte en sus manos, lo suficientemente profundo para que sangraran.

—¿Con eso pueden ir?— Preguntó Dominic.

—Sí, lo probamos la otra vez.— Confirmó Don. —Todo tiene que ser como aquellos dibujos en los techos del templo...— Colocaste la flor Vida dentro de la cantimplora, y tus compañeros te siguieron pronto. De a poco, comenzaron a abrir sus capullos.

—¡Bueno, nos vemos!— Saludó Emma, y para cuando miraste de vuelta, no había nadie. Los tres se pusieron de pie, viendo aquella enorme puerta que había aparecido en medio del bosque, con grabados tan antiguos como el tiempo mismo.

—Desaparecieron todos, como pensábamos.— Dijiste, mirando a tu alrededor.

—Sí...— Confirmó Ray. —Volvimos a este lugar.— Te acercaste a la puerta y acariciaste aquellas palabras de un idioma que jamás habías visto, pero que, sin embargo, podías entender a la perfección. Emma se posó a tu lado.

—"Una vez superado este punto, no hay vuelta atrás". "Para volver, deben abrir la puerta desde el lado contrario inmediatamente". "Bienvenidos a 'La Entrada'".— Miraste los grabados con cierta incredulidad. Esta es la entrada. Por acá está ⸷ⵥᕒᖭᘠ. El quinto de esos seis dibujos era completamente negro, o sea que no podemos ir directamente y no tenemos idea de lo que nos depara el otro lado de esto. Sonreíste, satisfecha. Bien. Que nos dé con todo lo que tenga.

—Vamos.— Habló el azabache, empujando las puertas con suavidad. Dieron unos pasos dentro, pero lo que veían los obligó a detenerse pronto. —________, Emma, nos dirigimos a los siete muros. ¿No?

—Sí...— Balbuceaste.

—¿Y entramos por la puerta, no?

—Sí.— Contestó Emma esta vez.

—Y ya pasamos al otro lado, ¿No?

—Sí... El lugar con el dibujo completamente negro.

—Sí... Entonces, ¿Qué es eso?

—No sé...— Emma sostuvo su arma con más fuerza.

—¿Qué es lo que está pasando?— Murmuraste, viendo aquella enorme casa en la que creciste aparecer frente a tus ojos. —¿Es Grace Field House...?

—¿El hogar?— La de cabellos anaranjados comenzó a acercarse al edificio, todavía anonadada. —¿Por qué...? Se supone que entramos por la puerta que lleva a los siete muros...

—Y esa puerta desapareció por completo... "Ya no hay vuelta atrás". Solo nos queda seguir.— Antes de que dieras cuenta, se encontraban ya frente a la puerta, mirándola como si fuera algún tipo de ilusión.

—La voy a abrir.— Avisaste, mirando hacia el interior del supuesto orfanato, encontrándolo completamente vacío. Aun cuando el silencio te parecía un poco fuera de lugar, las memorias no tardaron en llegar y hacer que tus ojos comenzaran a lagrimear de la nostalgia. Negaste con la cabeza rápidamente, ordenando tus pensamientos. No, no puede ser realmente el hogar... Este ambiente... Es muy raro.

—No hay nada de ruido.— Mencionó Emma.

—Eso es, está demasiado silencioso.— Concordó Ray.

—¿Creen que no haya nadie?— Preguntaste.

—Vayamos a comprobar.— Dijo tu pareja, pero antes de que ninguno pudiera moverse oyeron una risa provenir del segundo piso. Unos golpes que se acercaban progresivamente por las escaleras los obligó a ponerse a la defensiva, hasta que llegó una pequeña esfera completamente negra.

—¿Una pelota?— Dudaste. Tan pronto las palabras salieron de tu boca el artefacto giró sobre sí mismo, mostrando un único y perturbador ojo. Los tres dieron un pequeño salto de la sorpresa y algunos pasos hacia atrás.

—Juguemos.— Dijo la pelota. Habías perdido el equilibrio del susto, y dejaste de sentir el suelo bajo tus pies después de eso. Comenzaste a caer hacia atrás, y supiste que el suelo no te detendría.

—¡Ray, Emma!— Gritaste. Cuando tu novio se dió la vuelta te diste cuenta de que tu amiga estaba en la misma situación, por lo que ella no podría ir a tu rescate. El chico saltó, tratando de alcanzarlas, pero las puertas por las que habían caído se cerraron con fuerza. Miraste a tu alrededor, descubriendo que estabas en una de las habitaciones del hogar, con la única diferencia que detrás de cada cama había una puerta. Las fuiste abriendo con desesperación, tratando de encontrar nuevamente a tu grupo, oyendo sus voces provenir de todos y ningún lado a la vez, pero todas te guiaban a la misma habitación. —¡A la mierda!— Exclamaste, exasperada. Te pusiste al lado de una de las camas y sosteniéndote de la misma, saltaste debajo. No estabas segura qué cosa te afirmaba que eso iba a funcionar, pero te encontraste con una puerta nueva, abierta por la fuerza de tu patada, que mostraba una interminable escalera a la planta baja, desde la cual reconociste el cabello de Ray. Miraste hacia arriba, preparada para soltarte del mueble, pero durante unos segundos te quedaste de piedra. Un niño te miraba con intensidad, sus ojos brillando con aquel color (c/o). Sentiste que se te hundía el corazón en el pecho y no pudiste evitar pensar en la grabación que te había dejado. El pequeño, para tu sorpresa, te sonrió con calidez.

—Ve, y entonces, juguemos.— Se levantó del suelo y se alejó caminando tranquilo, y apretaste los ojos con tal de no llorar mientras te soltabas. Al caer viste a un montón de esqueletos usando el uniforme de Grace Field House, todos repitiendo la última palabra que te acababa de decir tu hermano. El lugar había empezado a colapsar, y los trozos de concreto y madera volaban a tu lado. Tu caída hizo un sonido sordo, amortiguada por una muy conveniente pila de peluches. Alzaste la cabeza y viste a Ray, que se acercaba corriendo a ti.

—¡Ray!— Lo llamaste, notando que se encontraba con la misma apariencia que tenía cuando cumplió seis. —¡¿Estás más chico?! ¡¿Por qué?!

—¡No sé!— Gritó. —¡Pero vos también!— Bajaste la mirada, viendo cómo tus manos eran mucho más chicas de lo que recordabas.

—¡¿Ah?!— Emma apareció a tu lado, tirando de su camisa en sorpresa. Ella también se había encogido.

—Volví a la normalidad.— Señaló el de ojos carbones, lo cual te hizo alzar la mirada. Al hacerlo, te diste cuenta de que lo volvías a ver desde una altura relativamente similar, y notaste que ya tenías tu edad normal.

—¡¿Están bien?!— Miraste a tu pareja y después a Emma, que también estaba en su estado normal.

—Sí, ¡¿Pero qué es esto?!— Contestó el de cabellos negruzcos. Los peluches comenzaron a escalar por tu pierna y, del susto, sacudiste la pierna y mandaste una volando directamente a la cara de Emma, que atinó a agacharse a tiempo.

—¡Perdón!— Exclamaste. Los muñecos seguían repitiendo la misma palabra, poniéndote la piel de gallina.

—Sos ⸷ⵥᕒᖭᘠ como aquella vez, ¿No?— Le preguntó tu amiga a una pequeña oveja frente a ella, que se quedó quieta al oír esto.

—Entramos por la puerta ahora.— Dijiste, mirando a tu alrededor. —Queremos rehacer la promesa.

—¿Dónde estamos?— Continuó la de ojos verdes. —¿Dónde estás vos ahora?

—Yo siempre estoy en ese lugar, más allá de los siete muros. Más allá de los siete muros, encuéntrenme... A mí.— De pronto los peluches desaparecieron, y vieron una puerta en el suelo, pero no era una puerta cualquiera. Era la entrada al refugio, y no pudiste evitar pensar en la vez que te encontraste con Yugo por primera vez. La escalera, sin embargo, parecía que iba mucho más profundo.

Los siete muros... Están acá adentro. 

La letrista {Rayxtú}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora