78: Castigo

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Cada roce con sus labios aumenta mi deseo por recibir más contacto, aunque lo miro a los ojos casi suplicando un beso de su parte, no dice nada y parece que se deleita en no dármelo. Pues se limita a mirarme y torturarme con su falta de respuesta, no reacciona de ninguna manera a los pequeños besos que dejo en los alrededores de su boca. Es como un ángel demasiado cruel que me mantiene atada a las puertas del cielo, pero no me permite entrar al menos que le dé algo a cambio...

—¿No me besaras? —pregunto divertida.

—¿No dejaras que te castigue? —pregunta en voz baja.

Me río nerviosa y entonces observo el bulto que se levanta en su entrepierna, por lo que encuentro mi oportunidad para negociar.

—Lo haré, pero el castigo será de la manera que yo quiera —aviso desabrochando el cinturón de su pantalón.

Respira con fuerza y sus manos aprietan mi trasero haciendo que lo mire a los ojos.

—Eso no hacen las sumisas.

—Pero sí las esposas —recuerdo divertida y me ocupo de terminar de quitarle el cinturón de cuero.

Una vez lo retiro por completo de su pantalón, uno ambas puntas del cinturón y lo sostengo de la manera en que se usaría para azotar a alguien. No puedo evitar acariciar el cuero y mirarlo con excitación entre mis manos. Todo esto ocurre bajo su atenta mirada en la que distingo un brillo peligroso, guarda silencio, pero noto que la tensión aumenta en su cuerpo y sus manos recorren suavemente mi trasero como si supiera lo que hará con el.

—¿Qué quieres? —pregunta con suavidad.

Sonrío.

—Quiero que lo uses conmigo —aviso en un tono casi inaudible mirando el cinturón en mi mano.

—¿Qué quieres?

Su pregunta me hace saber que necesita que diga esa frase mágica que le permitirá castigarme como desea.

—Quiero que me castigues —digo con mayor seguridad.

Su mirada se ilumina por el deseo, sus labios forman una pequeña sonrisa y me quita con suavidad el cinturón de la mano tomando el control de la situación...

Un terremoto de nervios me hace temblar, mientras toneladas de tensión se ciernen sobre mi cuerpo y mi calma se larga en cuanto me gira haciendo que le dé la espalda. Y antes de que pueda articular palabra me hace caminar con él hacia una de las máquinas de ejercicio, con cada paso que me acerca a ese lugar puedo sentir que casi me desmayo.

—Amo...

—Silencio —ordena.

Me callo y en ese momento su brazo libera mi cintura.

—Arrodíllate.

En medio de la falta de sonidos escucho los veloces latidos de mi corazón, la adrenalina trepa por mis piernas y aunque a mi cuerpo le cuesta obedecer tal orden; tomo distancia y me pongo de rodillas frente a él y mantengo la mirada clavada en el piso de manera sumisa.

MIS SIETE SECRETOSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora