Te casas con uno y también lo haces con sus seis hermanos. Su lema favorito: Lo tuyo es mío y lo mío es tuyo, pero de nadie más... Nadie más puede fijarse en lo que les pertenece.
Prohibida su copia u adaptación.
II PARTE DE LA HISTORIA
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Dejo el plato con el resto de cosas sobre la mesita sintiendo que por fin logre llenar el vacío en mi estómago, por lo que me acomodo sentada de manera relajada en el sofá y volteo a ver a mi dulce esposo. Él apenas probó su comida, pues deja su plato casi intacto sobre la mesita y sin más toma la copa de vino vaciándola por completo como si sintiera mucha sed...
—¿Qué pasa mi amor? ¿No tienes hambre? —pregunto con falsa inocencia acariciando su brazo.
Voltea a verme y se relame los labios degustando despacio del vino en su paladar.
—No mucho —contesta dejando la copa sobre la mesita—. Vuelvo en un momento, iré por tu postre.
Por fin quita el cojín de sus piernas y deja al descubierto esa erección que luce levantada, bastante dura y más que lista para que alguien la saque de esa prisión y le brinde atención. No puedo negar que muero de ganas por hacerlo, ya que por alguna razón mi boca se abre por sí sola, me pongo demasiado ansiosa y me cuesta mirarlo sin sentir que algo se humedece entre mis piernas...
«Lo necesito».
Por suerte él no parece darse cuenta de lo que provoca en mí y se levanta para caminar en dirección a la cocina. En el proceso mi vista recorre su figura esbelta de espaldas, mientras me resulta cada vez más difícil ignorar esos pensamientos impuros que intranquilizan mi respiración y encienden mi cuerpo como una antorcha. Pues estoy ardiendo, por lo que me doy aire con las manos en el intento de enfriarme un poco y dejo de hacerlo al mirar que regresa.
—No tuve tiempo de preparar algo mejor —avisa trayendo entre manos un tazón con fresas y crema batida en spray.
Me quedo quieta fingiendo calma a pesar de que todo mi cuerpo demanda contacto físico con él, al igual como si fuera una perra en celo que mira el macho que le atrae.
—Por mi está bien... —digo nerviosa.
Él deja las cosas sobre la mesita y en un acto involuntario observo estúpidamente su erección. Por lo que al instante desvío la mirada, mi cara se calienta y trato de fingir que no tengo ganas de sostenerlo entre mi mano y jugar un poco con el...
—Tu postre está listo —avisa en voz baja sentándose de manera relajada a mi lado.
Trago grueso.
—¿Y el tuyo?
—Eres tú...
Me tenso.
—No sabía —miento.
Sin más sujeta la crema batida, toma mi mano y le echa un poco de la dulce mezcla para luego deslizar su lengua y lamerme despacio. En el acto me mira a los ojos, presiona sus labios como si dejara pequeños besos y de esta manera quita toda la crema batida de mi mano logrando estremecerme por el deseo. Pues el contacto húmedo y suave de su lengua parece encender fuego bajo mi piel: me pone demasiado ardiente y me incita a hacerle cosas sucias.