41: Delicioso

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Una vez termino de abrochar el último botón de la camisa que tome del closet de Jin, me quito la toalla del cabello mirando que está seco. Por lo que sin más me dispongo a salir de la habitación y le quito el seguro a la puerta, pues tome mis precauciones para que Jin no entrara a la habitación en lo que me secaba.

No me molesto en buscarlo por la casa debido a que tengo una vaga idea de donde puede estar, por lo que camino por el pasillo solitario y me dirijo directamente a uno de los lugares favoritos de mi esposo: prepara delicias en ese lugar. Sin dudar me adentro a la cocina y confirmo mis sospechas al encontrarlo cortando algunas verduras.

Él no parece darse cuenta de mi presencia, pues mantiene su mirada sobre el cuchillo y los vegetales mostrando concentración. Por lo que aprovecho esto y me quedo parada apreciando un poco más la vista que me brinda, pues no puedo negar que luce jodidamente sexy con delantal y las mangas de su jersey recogidas dejando a la vista esos antebrazos y manos grandes que se ocupan de prepararme algo rico...

«Será difícil decirle que no a todo».

En ese instante su mirada se encuentra con la mía y eso es suficiente para enviar a la mierda mi autocontrol, ya que todo lo que quiero es correr y besarlo como siempre... Pero mi orgullo encierra en lo más profundo de mi interior esas ideas, me limito a mirar hacia otra parte y camino por el sitio intentando encontrar sin éxito algo más interesante que mirar.

—Qué bueno que mirar es de gratis, ¿verdad? —inquiere divertido.

Le dirijo una mirada furibunda.

—No te pagaría ni medio centavo —bromeo fingiendo desinterés.

—Uhm, me temo que solo contigo ya me volvería billonario —afirma mirando los vegetales que corta.

No me atrevo a contradecirlo, ya que a pesar de que en este momento detesto aceptarlo, tiene toda la maldita razón. Pero no le digo nada y recorro con la mirada todo el lugar, mientras el sonido de la lluvia es lo único que llena el pacifico silencio de la estancia. Las gotas que descienden del cielo apenas son visibles en el oscuro exterior y en busca de mi calma me acerco más a la ventana y miro el jardín.

—¿Me ayudaras?

Mis nervios emergen de su escondite.

—N-No se... Podría arruinarlo y...

—Princesa, yo te enseño —dice tranquilizador.

Guardo silencio y trato de mantener enfocada mi vista en cualquier cosa que no sea él, ya que de lo contrario sé que no podré decirle que no.

—¿Y qué harás de comer? —inquiero en voz baja.

—Que haremos querrás decir —corrige a mis espaldas tomándome por sorpresa, pues cuando no quiere ser ruidoso puede moverse como un fantasma.

MIS SIETE SECRETOSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora