Te casas con uno y también lo haces con sus seis hermanos. Su lema favorito: Lo tuyo es mío y lo mío es tuyo, pero de nadie más... Nadie más puede fijarse en lo que les pertenece.
Prohibida su copia u adaptación.
II PARTE DE LA HISTORIA
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|SUGA|
Vislumbro las luces de la ciudad a través del ventanal, mientras la oscuridad mantiene un poco oculto todo el desastre que provoque esta noche. Desde mi lugar aún puedo ver la ropa esparcida en el piso, las cajas rotas, vestidos, bolsos y tacones destrozados por todas partes...
«Luego de haber profanado sus regalos ya no me sirven para nada».
Tomo la botella de whisky y la acerco directamente a mi boca, ignorando la presencia de las copas vacías sobre la mesa de cristal bebo un largo trago del líquido ardiente, que al igual que una corriente de fuego a traviesa mi garganta y pronto se vuelve parte de mí. Siendo el veneno que me mantiene despierto en esta lenta tortura que representa pasar la noche en mi habitación del hotel, mientras la soledad y el silencio son lo único que me rodean.
«Sólo de nuevo».
Fuerzo una débil sonrisa, mientras puedo sentir que mis parpados se humedecen más y por inercia aprieto con fuerza la botella que descansa sobre mi regazo. Dejo de contemplar Tokio a través del ventanal y en su lugar observo el whisky, casi como un recordatorio de que al menos tengo en mi poder la anestesia...
«Podré resistir a tu desprecio Tn».
El odio despierta en mi interior ante la aparición de las dudas, surgiendo como gusanos que emergen inevitablemente de un cuerpo putrefacto. Dudas asquerosas, repugnantes y malditas por propiciarme a seguir cediéndole el control de mi vida y calma a una voluntad ajena. Alguien que me debe estar odiando, quizá sufriendo y es probable que pensando en dejarme como un perro...
—Me lo merezco —susurro mirando la nada, como si esas palabras no me dolieran más que un puñetazo en el pecho.
En busca de olvidarme un poco de lo jodido que estoy y de la ruina interna en la que me encuentro, tomo otro largo trago de alcohol, subo los pies descalzos al sillón de cuero y me recuesto con la intención de ignorar la puta existencia de la cama. En estos momentos mis demonios se han apropiado de ese lugar, al convertirlo en un infierno de hielo en el que dormir es imposible y vivir horrores recordando es inevitable.
«Imbécil... ¿Cómo pudiste pensar que la felicidad duraría para siempre? ¿Ya te olvidaste de quién eres?».
Respiro con fuerza, evito buscar una respuesta mental para eso y tomo con rapidez más alcohol.
«Siempre lo arruinas todo».
Bebo más y cuando alejo la botella de mi boca hago una mueca, pero esto cada vez es menos frecuente debido a que mi paladar se está acostumbrando al fuerte sabor del whisky. Sí, estoy tan familiarizado con este sabor amargo, rasposo y que parece ser sacado del mismísimo infierno por el calor infernal que despierta en mi cuerpo. Pero a pesar de esto es mi mejor compañía para sufrir, por lo que cada vez me hundo más en sus efectos adormecedores. Y puedo sentir que me quedo casi en un estado vegetal, inmóvil en el sillón con la única facultad de respirar, beber y dejarme morir en vida...