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Pasó un mes en un parpadeo, y el primer día del segundo mes los recibió con una frenética actividad en el palacio real.

Qi Rong y Lang QianQiu corrieron hacia el palacio temiendo alguna invasión, dispuestos a ayudar, pero se llevaron la sorpresa de que los guardias reales trasladaban a una persona herida, mientras otras dos corrían detrás de ellos. Wu Xi, Hei Xuantang y un joven que se presentó como Wu Zhu, se acercaron corriendo. Los tres se detuvieron al ver a una de las dos personas que iban detrás de los guardias y Wu Zhu exclamó:

—¿Qué haces tú aquí?

—No tenemos tiempo para eso —dijo Hei Xuanyi, apareciendo intempestivamente, dirigiendo su atención hacia la otra persona y preguntó—. Shen Song, ¿qué ha pasado?

El aludido dio un paso adelante, se inclinó ante Hei Xuanyi y comenzó a relatar lo sucedido. Tanto él como su señor habían salido del reino de los Ocultos junto a su otro acompañante, cuyo castigo de aislamiento había sido levantado, y se dirigían hacia el reino del Alma Muerta cuando fueron emboscados por una turba de fantasmas. Se las habían arreglado bastante bien, hasta que uno de esos fantasmas se abalanzó sobre su señor, alcanzando a herirlo de gravedad.

Qi Rong sintió como su sangre hervía cuando Shen Song describió a ese fantasma.

Un pequeño alboroto se hizo cuando Wu Ruo llegó, y vio a los recién llegados, pronunciando un nombre en voz baja que llamó la atención de los demás.

—Qianchen...

—Wu Ruo... —Qianchen se acercó, y para sorpresa de todos los presentes, se arrodilló ante él suplicando—. Sálvalo. Salva a Hei Yunxing, Wu Ruo.

*****

Qi Rong había salido al patio, mientras los demás permanecían en el interior del palacio esperando noticias. El Supremo de los bosques se quedó de pie en el centro de la explanada y entonces gritó con todas sus fuerzas. Gritó y gritó hasta prácticamente quedarse sin voz, pateó las cosas que quedaban a su alcance y finalmente sacó su látigo dispuesto a golpear hasta el mismo aire con tal de paliar su frustración.

Hei Yunxing era la persona que contaba con la información que necesitaba para dar con la alabarda infernal, pero el desgraciado infeliz de Zhang Fei lo había encontrado primero y había tratado de sacarle información, según le dijo Shen Song tras interrogarlo poco después; y como Hei Yunxing no había dicho nada, Zhang Fei decidió asesinarlo.

—Dijo que si él no poseía la alabarda, nadie más la tendría —finalizó Shen Song, antes de abandonarse al mutismo.

Qi Rong se sintió asqueado de sí mismo al pensar que su yo del pasado actuaría de ese mismo modo. Se sentía tan despreciable ahora mismo...

—Basta.

La mano de Lang QianQiu se cerró con fuerza sobre la muñeca de Qi Rong, evitando que el fantasma descargara un golpe con el látigo, y se acercó a él abrazándolo como si buscara reconfortarlo. Pero Qi Rong estaba tan cegado en su propia rabia que se dejó llevar por su primer impulso, que fue morder a aquella persona que lo estaba interrumpiendo en su exabrupto de rabia: el fantasma se volteó violentamente quedando de frente al dios y hundió los dientes en el hombro del dios con saña, buscando hacer el mayor daño posible.

Dolía como los mil infiernos... pero Lang QianQiu no se movió ni un poco, negándose a soltar a Qi Rong, soportando lo mejor qué pudo la lesión que le estaba siendo producida. Finalmente, cuando Qi Rong volvió en sí, lo soltó bruscamente y volteó hacia su rostro con sorpresa.

—¿Qué crees que estás haciendo, grandísimo idiota? —le increpó el fantasma, soltándose del dios, y lo llevó a la habitación que compartían.

Una vez allí, se dedicó a curarlo con presteza, con la culpa carcomiendo su conciencia. Lang QianQiu lo miró con simpatía, y dijo:

—Yo sabía en lo que me estaba metiendo cuando me enrollé contigo.

Qi Rong lo ignoró hasta que terminó de curarlo. Fue entonces que se echó a llorar cubriéndose la cara con las manos.

—¿Qué estoy haciendo? —dijo entre sollozos—. ¡Yo debería estar ahora con mi hijo! ¿Qué clase de padre soy? ¿Qué tal si la dichosa alabarda ya no existe y estamos perdiendo el tiempo?

Lang QianQiu volvió a abrazarlo, y esta vez Qi Rong le devolvió el gesto, llorando a lágrima viva.

—Eres un buen padre —le dijo—. Estoy seguro de que vamos por el buen camino.

"Eres demasiado optimista", pensó Qi Rong, pero no lo dijo. En su lugar, se aferró a Lang QianQiu y susurró:

—No me dejes. Por favor, no me dejes.

—No lo haré —dijo Lang QianQiu—. Te lo juro. No me alejaré.

Criando un fénixDonde viven las historias. Descúbrelo ahora