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El grupo caminó en silencio hasta que llegaron a un pabellón dentro de la secta, completamente alejado y aislado de todo.

—Este solía ser mi pabellón —dijo Qing Ming—. Tuve que dejarlo un tiempo, cuando me convertí en el Venerable Señor Demonio, o de lo contrario la secta habría estado en peligro.

Lang QianQiu había oído algo al respecto. Se suponía que, en este lado del imperio, las bestias divinas eran esclavizadas, por lo que la mayoría habían logrado camuflarse en una secta de cultivo para mantenerse a salvo. Qing Ming abrió la puerta del pabellón, y mientras los guiaba dentro, dijo:

—El príncipe heredero de WuYong vino aquí con una carta del emperador del Alma Muerta, diciendo que traía el último resquicio de Lu Linghe. Cuando lo recibí, me entregó un arma con las expresas instrucciones de no entregarla a nadie... a menos que me dieran algo a cambio.

Qing Ming se detuvo, dando media vuelta para quedar frente a sus compañeros, y extendió una mano. Sin embargo, antes de que nadie dijera nada, Mo Tianliao se acercó a la puerta y dijo:

—No puede ser. Esto...

—Esto fue creado por tu maestro —dijo Qing Ming con una sonrisa.

—Carajo. No puedo creer que ese viejo realmente haya vivido tanto.

Gu Zi y Lang QianQiu miraron a Qi Rong, quien revolvió entre sus cosas hasta encontrar la pequeña figura de mimbre que traía consigo desde el Reino del Alma Muerta y se la entregó a Qing Ming; quien lo miró de pies a cabeza y preguntó:

—¿Es usted un Supremo Rey Fantasma?

—Sí —respondió Qi Rong con orgullo. Lo suyo le había costado.

Sin decir nada más, Qing Ming colocó el fénix de mimbre en la cerradura de la puerta y ésta se abrió, dejando ver una estancia luminosa.

Criando un fénixDonde viven las historias. Descúbrelo ahora