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—Señora Ye, tenga cuidado.

Xue Meng sujetó con cuidado a Ye HuangFei. El joven se había tomado un momento para visitar a Gu Zi, por lo que Ye HuangFei se había ofrecido a llevarlo al sitio donde iba a establecerse la secta de bestias cambiantes.

Mientras caminaba por las calles de QingDeng acompañada por Xue Meng,  Ye HuangFei invariablemente recordó el día en que había llegado al pueblo, cuando sus hijos aún eran unos bebés; ella era una mujer viuda y huía de la familia tirana de su esposo, quienes buscaban quitarle a sus niños solo porque se había negado a las indecentes intenciones de su cuñado. QingDeng estaba lo suficientemente lejos de todo como para que alguien la reconociera, por lo que podía vivir tranquila criando a sus bebés.

O bueno, todo lo tranquilo que se podía vivir en un sitio asediado por demonios y fantasmas.

Ye HuangFei fue contratada por una familia como niñera. Estas personas la acogieron como uno de los suyos, de modo que pudo cuidar a sus hijos mientras se hacía cargo de los niños de la casa. Y entonces, poco después de que Ziming y Jinwei cumplieran seis años de edad, ella encontró a Qi Rong. Al principio tuvo miedo, pero ese sentimiento se fue diluyendo cuando lo vio con un bebé en brazos y pensó que no podía ser tan malo. Conforme lo fue conociendo a profundidad, se dio cuenta que solo era un niño que había recibido tan poco amor en toda su vida y su corazón se enterneció.

Fue difícil, pero al final lo acogió como un hijo, y cuando él lo reconoció como madre fue feliz. ¿Quién diría que una caminata en el bosque le traería otro hijo y un nieto?

Ye HuangFei estaba segura de que había llegado a la vida de Qi Rong para enderezar su camino y se diera cuenta de que podía hacer mucho bien aún siendo una de las calamidades del cielo. Y si lo había logrado… se iría satisfecha de este mundo.

Pensaba en eso cuando una punzada en el pecho le hacía detenerse con brusquedad. Su respiración se volvió entrecortada y superficial, al tiempo que una pesada somnolencia se apoderaba de ella y cayó esperando chocar contra el suelo. Para su sorpresa su visión se tornó verde y al levantar la cabeza vio a Qi Rong.

—Hiciste mucho esfuerzo, madre —dijo—. Aún no tenemos habitaciones disponibles, así que te llevaré a casa.

Ye HuangFei se dio cuenta de que estaba rodeada por caras familiares. Su Ziming estaba a la izquierda de Qi Rong, Su Jinwei estaba a su derecha, y alrededor se apiñaban Gu Zi, Chu WanNing, Mo Ran y Xue Meng, todos con semblantes de preocupación. Qi Rong cargó en brazos a Ye HuangFei y emprendió el camino de regreso a la casa donde había vivido en los últimos años. Gu Zi se transformó en fénix y abrió su pico, emitiendo una hermosa melodía con tono melancólico, dando vueltas alrededor de la gente que avanzaba con lentitud. Poco a poco, como si el canto del ave los llamará, la gente del pueblo se unió hasta que una gran multitud llegó a la casa. Gu Zi se posó en el techo de la vivienda, mientras que Qi Rong y los gemelos Su entraron a la casa dirigiéndose al cuarto de la mujer.

Su Jinwei se adelantó retirando la manta que cubría la cama y cuando Qi Rong recostó a Ye HuangFei la cubrió con delicadeza.

—Niños, ¿cantarían una canción para mí? —pidió la mujer con un hilo de voz.

—Por supuesto —dijeron los tres al mismo tiempo.

Qi Rong conjuró su suona, mientras que Su Ziming sacó de un mueble cercano un guqin de siete cuerdas. Ye HuangFei disfrutaba de las melodías lentas, de canciones tranquilas que hablaban de historias románticas y finales felices, por lo que sus hijos interpretaron una de sus canciones favoritas: una oda ocurrida durante el festival Yuanxiao, en la que un campesino recorre cielo, mar y tierra para compartir la sopa Yuanxiao con su amada, tras lo cual ambos pudieron casarse y ser felices. La melodía de la suona y el guqin se combinaban creando un sonido agradable al oído, junto con la voz grave de Su Jinwei y el canto melodioso del fénix que se encontraba fuera.

Ye HuangFei sonrió dirigiendo una última mirada a sus hijos antes de que sus ojos se posaran en un joven de blanco que acababa de entrar. Lo curioso de esto era que, al parecer, solo ella podía verlo.

—Honorable dama Ye, me temo que es hora —dijo Xie Bian acercándose a la cama—. Es su momento de venir conmigo.

—Me habría gustado despedirme más apropiadamente —dijo Ye HuangFei con un suspiro—. Pero odio las despedidas.

—Todos las odiamos, noble señora.

La Impermanencia Blanca extendió la mano. Ye HuangFei la tomó y se levantó con ligereza de la cama, siguiendo al joven lejos de allí, al inframundo. Y de allí, tal vez vaya al cielo, o tal vez reencarne de nuevo. Los jueces del Yanluo lo decidirían.

Las últimas notas de la canción se apagaron con el último suspiro de la mujer, y un triste silencio se apoderó del lugar. No se escuchó ni una sola respiración, los dos jóvenes y el fantasma se acercaron a la cama, observando a la mujer que yacía allí con rostro pacífico, como si estuviera dormida y en cualquier momento fuera a despertar.

Pero, ellos sabían que nunca volvería a despertar.

Y en ese momento, el silencio se rompió con tristes sollozos.

❁❁❁❁❁

Adiós, señora Ye, le irá mejor en el cielo.

Un minuto de silencio por la señora Ye.

Criando un fénixDonde viven las historias. Descúbrelo ahora