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Lu Linghe vivió con el remordimiento de su inacción durante los siguientes años.

Podía notar las miradas de sus hermanos y hermanas durante el funeral de su padre. Algunas de ellas eran acusatorias, otras eran de odio puro y unas pocas le profesaban cierta lástima. Con el paso de los días, las habladurías sobre su participación en el hecho comenzarían a rondar por el lugar, preguntándose directamente y sin rodeos si el nuevo líder de la secta había estado involucrado en la muerte de su padre. Después de todo, él era muy unido a Lu Qingyu: habían entrenado juntos, habían cultivado juntos, ambos se convirtieron en maestros de bestias cambiantes... ¿Qué aseguraba la inocencia de Lu Linghe en lo sucedido? Lo más probable era que los dos hubieran planeado todo y, cuando Lu Qingyu volviera, Lu Linghe le entregaría el liderar de la secta como el hermano obediente que era.

Lu Linghe decidió echarlos a todos fuera: sus hermanos y hermanas, los sirvientes y los discípulos que lo consideraban un conspirador fueron expulsados, lo que dejó la secta con pocas personas durante un periodo corto de tiempo: los primeros en llegar fueron maestros y cultivadores del reino de WuYong, que habían partido de su reino dispuestos a encontrar un nuevo hogar. Tras ellos aparecieron emisarios del Reino del Alma Muerta, desterrados por negarse a servir a la nueva familia real, pero sin desear volver con sus antiguos amos. Habían logrado sobrevivir transportandose únicamente de noche, dado que la maldición que pesaba sobre ellos les impedía disfrutar del sol. Con estos nuevos llegados la secta pudo sobrevivir y, posteriormente, prosperar alcanzando un esplendor aún mayor del que tenía antes de la muerte de Lu Wenhuan. Incluso había tenido una reunión con el líder de la secta Woyun y habían firmado una alianza. Solo esperaba que Qing Ming no terminara por darle la espalda.

Lu Linghe tenía 32 años cuando las primeras noticias de sus hermanos comenzaron a llegar. Para su pesar, no eran buenas noticias: todo comenzaba con desapariciones repentinas, y después aparecían muertos. Pronto, sus hermanas comenzaron a sufrir el mismo destino, sin importar si habían contraído matrimonio con herederos poderosos, nada podía protegerlas. Los sobrevivientes no dejaban de culparlo por lo sucedido, ya que no dejaban de decirle que debido a su destierro habían quedado vulnerables.

—No es culpa tuya si no supieron defenderse —dijo Qing Ming cuando Lu Linghe le contó la situación.

—Si no los hubiera desterrado... —comenzó a lamentarse el maestro fénix, pero el líder de secta le interrumpió.

—Si no los hubieras desterrado, tarde o temprano habrían conspirado contra ti y tu secta se habría ido a pique. Hiciste lo que consideraste correcto en su momento. Ellos dejaron de considerarte su líder, así que no tienes ninguna responsabilidad que tomar.

Unos días después de esa charla, Lu Linghe recibió un cuerpo. Los discípulos rondaban alrededor del mismo como si estuvieran esperando que se levantara de repente como un cadáver vicioso y comenzara a perseguir a todos, lo cual no sucedió.

—Fuera de aquí —ordenó el maestro fénix—. Ya no hay nada que ver.

El lugar se vació rápidamente, con lo que solo quedaron el líder de la secta y el cadáver. Lu Linghe observó cuidadosamente el cuerpo, lo examinó de arriba abajo, constatando que no había ninguna herida en el cuerpo que hubiese provocado la muerte. Al abrir sus párpados, pudo ver sus ojos con una coloración parduzca, como si se hubieran podrido. No fue hasta que decidió revisar su pulso para averiguar si estaba realmente muerto que lo notó: un estancamiento en sus meridianos que provocaron un daño irreversible a su dantian. El daño al núcleo espiritual había sido fulminante, trasladándose al resto del cuerpo, y había envenenado los órganos internos por medio de la sangre.

—Había sido envenenado... —musitó Lu Linghe, pensativo, y poco después se alejó como si algo le hubiera saltado encima, gritando de repente—. ¡Ha sido envenenado!

La comprensión de lo sucedido fue abriéndose paso en su ser, y lo primero que hizo fue enviar a dos de sus discípulos más discretos a investigar sobre la muerte de sus familiares. Una vez hecho esto, llamó a su discípulo principal, al que había criado como un hijo, y lo nombró líder de la secta en una ceremonia pequeña.

—No quiero que nadie me moleste —ordenó, encerrándose en su pabellón—. Tengo trabajo qué hacer.

Criando un fénixDonde viven las historias. Descúbrelo ahora