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Gu Zi cumplió un año de edad cuando dos visitantes llegaron al pie de la cueva.

Eran dos hombres, uno vestido de negro y el otro vestido de blanco, que caminaban a la par. Los ojos de fénix del hombre de blanco recorrieron el lúgubre lugar con la mirada y negó con la cabeza, disgustado.

— Tantos años, y no ha cambiado— dijo.

El otro hombre no dijo nada, solo se acercó a la puerta de madera empalmada en la piedra y tocó tres veces. Al no haber respuesta, tocó otras tres veces y gritó:

— ¡Sé qué estás allí! ¡Abre la puerta o este venerable la tirará de un golpe!

— Iugh, ¿qué nadie respeta los hogares ajenos?

La pareja volteó hacia atrás. Qi Rong tenía una gran cantidad de bolsas colgando de un brazo mientras que con el otro cargaba a Gu Zi tranquilamente. La calamidad escupió en el suelo cuando reconoció a los visitantes y dijo:

— ¿Acaso yo fui a tu estúpida cabaña de mierda a patear tu puta puerta?— increpó—. ¿Con qué derecho vienes, estúpido emperador de pacotilla, a querer venir a patear la mía?

— Hablándole así a este venerable, ¿es qué quieres morir?

— Este ancestro ya murió dos veces, no me asusta lo que sea que quieras hacer.

Gu Zi miró a la pareja y sonrió. Sus palabras aún no eran fluidas, pero sus recuerdos estaban intactos y extendió los brazos hacia el hombre de blanco como si lo saludara, diciendo:

— ¡Chushu!

— Que tal, pequeño Gu Zi— saludó Chu WanNing con las manos detrás de la espalda.

— ¿Qué hay de este venerable?— dijo Mo Ran—. ¿No hay saludo para mí?

Gu Zi ladeó la cabeza llevándose una mano a la boca y dijo luego de un rato:

— ¡Gege!

Mo Ran sonrió satisfecho. Qi Rong puso los ojos en blanco y se abrió paso en medio de los dos para abrir la puerta y entrar a su casa, dejando pasar a regañadientes a sus dos visitantes llevándose las manos a la cabeza al sentir una tremenda migraña. Todos los días desde que se había convertido en una deidad venerada por el pueblo era lo mismo: desde que abría los ojos hasta que el día se acababa escuchaba en su cabeza a toda esa gente pidiéndole protección y ofreciendo plegarias en su nombre.

No va a mentir: en principio le encantó.

Es decir, ¡había gente venerándolo! Salvo en aquella ocasión donde todos esos idiotas asustaron a su bolita de carne, era genial recibir ofrendas y plegarias, a cambio se deshacía de los fantasmas que lo molestaban y se comía sus corazones para ganar poder. Qi Rong recordaba a su hijo adulto meditar tranquilamente para condensar la energía de su cuerpo y fue cuestión de tiempo para que hiciera lo mismo.

Pero comenzó a haber un momento en que las plegarias fueron demasiadas y Qi Rong empezó a molestarse. ¿Acaso estos idiotas no sabían resolver sus problemas por sí mismos? ¡Era muy molesto! Fastidiado, dejó de hacerles caso pero eso hizo que las plegarias se quedarán en su cabeza.

Chu WanNing había tomado en brazos a Gu Zi y lo examinaba minuciosamente. Luego de un momento asintió con satisfacción y dijo:

— Su núcleo de fénix va bien. Podrá empezar a cultivar por su cuenta en cuanto cumpla la edad necesaria.

— Oye, ¿qué clase de manual le diste a mi hijo?— dijo Qi Rong.

— Te lo explicará cuando sea más grande— dijo Chu WanNing.

Mo Ran miraba a Qi Rong como si lo estuviera examinando detenidamente. Al darse cuenta de esto, el fantasma verde le devolvió la mirada con molestia y dijo:

— ¿Qué mierda estás mirando?

— No puedo creer que haya gente allá abajo venerándote— dijo Mo Ran.

— ¿Y por qué no? Este ancestro lo merece.

— No eres capaz ni siquiera de cuidar a este niño.

— ¿Me estás retando?

Sería un reto que Qi Rong se tomó en serio. Demasiado. Se lo tomó tan en serio que años después recibió otras visitas inesperadas.

Criando un fénixDonde viven las historias. Descúbrelo ahora