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Chu WanNing observó a Qi Rong con una auténtica sorpresa.

— ¿Que quieres qué?— inquirió.

— Quiero que me enseñes a pelear— dijo Qi Rong con lentitud—. ¿Tan difícil es?

— Sinceramente, no esperaba tal petición venir de tí.

El fantasma arqueó una ceja sintiéndose ligeramente ofendido, pero se tragó las ganas de decirle que podía meterse sus palabras por donde no le daba el sol ya que esto en verdad era urgente. Desde que Xiè Lian mencionó a Lang QianQiu, el estúpido dios del este había sido una constante preocupación para Qi Rong, eventualmente la preocupación se convirtió en ansiedad y la ansiedad se convirtió en algo insoportable conforme los días pasaban. Qi Rong era demasiado orgulloso para admitirlo, pero tenía miedo de no sobrevivir si se enfrentaba a Lang QianQiu. Sus habilidades habían mejorado, sí, pero aún no estaba listo para enfrentar a un dios marcial en batalla y realmente quería sobrevivir. ¿Quién iba a cuidar de sus humanos si se iba?

— ¿Por qué?— preguntó Chu WanNing cruzándose de brazos—. ¿Por qué debería perder mi tiempo enseñándote?

— Por mis humanos— dijo Qi Rong.

Al final, Chu WanNing tuvo que ceder. De todas formas, había considerado junto con Mo Ran mudarse a aquel pequeño pueblo durante un tiempo, pensaba que podría ayudar a las personas a hacer su vida más sencilla y podría supervisar personalmente el desarrollo de Gu Zi. Sentía que esto último era su responsabilidad, ya que había sido él quien le señaló al joven el camino del fénix para cultivarse y debía admitir que, para estas alturas, Xue Meng ya no lo necesitaba más.

Así que… ¿por qué no quedarse aquí y ayudar a la gente de este pueblo?

— Bien, bien.

Chu WanNing se llevó una mano a la cabeza en el momento que Mo Ran apareció. Una sonrisa amigable pero tensa se formó en sus labios y dijo:

— Shizun, ¿te está molestando?

— Ah, ahora eres el mustio— dijo Qi Rong con una carcajada—. Que suerte tengo, por lo general es el emperador idiota el que se cruza conmigo.

Había pocas cosas en el mundo en las que Mo-zongzhi y Taxian-Jun estuvieran de acuerdo, y Qi Rong era una de ellas: ambos compartían el mismo pensamiento de que el fantasma verde era insoportable y si estrellaban su fea cara contra el suelo hasta que dejara de moverse le harían un favor a este mundo. 

— ¿Cómo está Gu Zi?— preguntó.

— Perfectamente bien, como debe ser— dijo Qi Rong—. ¿Qué clase de padre crees que soy?

Mo Ran arqueó una ceja y Qi Rong hizo un aspaviento con la mano.

— Como sea, ya me distraje mucho— dijo el fantasma—. Dígame a que hora vengo para traer a mi hijo, porque supongo que querrá verlo.

— Vengan mañana a primera hora— dijo Chu WanNing.

Qi Rong se despidió de ambos y volvió a su cueva. Apenas entró al lugar, una pequeña sombra se abalanzó sobre él de un salto gritando:

— ¡Buuuu!

El fantasma atrapó el pequeño bulto cubierto en una sábana y apartó la tela, descubriendo el rostro sonriente de Gu Zi debajo del improvisado disfraz.

— ¿Papá se asustó?— preguntó.

— Oh, sí, papá se asustó hasta la muerte— bromeó Qi Rong subiendo al niño a sus hombros—. Mañana iremos a ver a tu Shifu, así que te va a tocar levantarte temprano.

La sonrisa de Gu Zi se amplió aún más.

— ¿Shifu está aquí? ¡Increíble!

— ¿Crees que es genial?— preguntó Qi Rong.

— Shifu es genial— dijo Gu Zi—. Pero papá es más genial. 

— Ese es mi hijo. Ahora, a dormir.

Mañana les esperaría un largo día.

Criando un fénixDonde viven las historias. Descúbrelo ahora