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Xie Bian y Fan Wushe aparecieron en QingDeng un año después.

Pasaron muchas cosas durante ese año. Gu Zi había vuelto a practicar junto a Chu WanNing, con lo que su habilidad aumentó considerablemente, Qi Rong había avanzado en sus lecciones para dominar la suona y convertirla en un arma fantasmal al igual que su látigo, del cual ya tenía un mayor control, sus habilidades de combate mejoraron bastante y su fama como deidad se asentó completamente. Sin embargo había dos cosas que no se explicaba: ¿Cómo había sabido que uno de sus hermanos estaba en peligro? ¿Qué había sido ese grito que espantó a Lu Qingyu? Las dos Impermanencias le darían respuesta a ambas preguntas.

— Existen personas que, dependiendo de su poder, pueden usar su propia voz como arma— explicó Xie Bian—. Pueden modificar su tono o su acento para crear ataques o establecer defensas. Aunque es más común ver esa habilidad en personas vivas, existen fantasmas que también pueden desarrollar esa habilidad.

— En cuanto a lo otro, es posible que la preocupación que has sentido por personas vivas te haya hecho desarrollar una especie de sexto sentido que te permite saber cuándo están en riesgo— dijo Fan Wushe—. No es algo muy común, pero tampoco es demasiado insólito.

Qi Rong se sintió complicado al respecto, ya que no esperaba algo así, pero tampoco lo pensó demasiado.

— ¿Y la mierda esa de la voz se puede controlar?— preguntó.

Xie Bian asintió tranquilamente, diciendo:

— Para eso tendrías que ir al inframundo. Los generales del infierno…

— No voy a ir allí— dijo Qi Rong cruzando los brazos—. He cometido muchos crímenes, ¿qué te hace pensar que esos bastardos me van a dejar salir si voy tan voluntariamente?

La Impermanencia Blanca tuvo que admitir que ese era un buen punto.

— Pues entonces no sé qué más puedas hacer— dijo.

Qi Rong chasqueó la lengua con desdén poniendo las manos en la cintura.

— Este ancestro se las arreglará solo— dijo—. Lu Qingyu estuvo aquí hace un año, ¿dónde mierda estaban ustedes dos? ¿Tan inútiles son que no pueden mantenerlo en el jodido inframundo?

Fan Wushe le lanzó una mirada de odio que fue completamente ignorada por Qi Rong y dijo:

— No solo es un general fantasma, también es un maestro de bestias cambiantes. Mientras use esa identidad, no podemos hacer nada más que cazarlo y devolverlo al inframundo.

— A menos que uno de los grandes maestros de bestias cambiantes le quite su título— dijo Xie Bian.

— O a menos que tu hijo se desarrolle como maestro fénix y lo mate— dijo Fan Wushe—. Aunque viéndolo…

La Impermanencia Negra dio un paso atrás evitando el golpe de látigo que Qi Rong le lanzó.

— Escúchame bien, cabrón— dijo—. Puedes meterte conmigo todo lo que quieras, no me importa, pero si llegas a decir algo de mi hijo te arrancaré la puta lengua antes de que ensucies su nombre con tus palabras.

— Quiero ver que lo intentes— dijo Fan Wushe.

— ¡Suficiente!— gritó una tercera voz.

Fan Wushe palideció al oírla, incluso Xie Bian se tensó mientras ambos se volteaban hacia el recién llegado, un hombre de aspecto frío y sereno vestido de negro. Qi Rong ladeó la cabeza para mirar, viendo para su sorpresa a las dos Impermanencias arrodillarse ante él.

— Juez Mo— dijeron al unísono.

— Levántense— dijo Mo Xi secamente—. ¿Qué es todo esto? ¿No les dije que debían traer al fantasma de este pueblo ante mí?

— Eh. ¿Qué quieres conmigo?— inquirió Qi Rong.

Mo Xi lo miró fijamente, dirigiendo la mirada hacia Xie Bian y Fan Wushe.

— ¿Éste es?— preguntó—. ¿Por qué no lo atraparon antes?

— Porque me escapé— dijo Qi Rong con descaro—. ¿A ti qué te importa?

— El inframundo se está reestructurando— dijo Mo Xi—. Y alguien mencionó tu nombre.

— ¿De casualidad ese alguien será el general fantasma Shé Wang?— inquirió Qi Rong—. Porque ya ha estado aquí antes. Mira, no sé qué esté pasando, pero ahora tengo este pueblo a mi cargo. Así que no me molestes.

Para su sorpresa, Mo Xi le preguntó algo que no se esperaba y lo tomó por sorpresa.

— ¿Eres familiar del emperador celestial?

— Es mi primo— dijo Qi Rong entendiendo de qué iba el asunto—. La gente solía decir que somos parecidos… pero yo soy más apuesto.

Mo Xi negó con la cabeza como si hubiera comprendido algo.

— Está fuera de nuestra jurisdicción— dijo, alejándose de ahí.

— Bastardo— dijo Fan Wushe una vez que lo perdió de vista. 

— No seas grosero— lo regañó Xie Bian—. Es demasiado estricto, es todo.

Qi Rong no dijo nada, solo asumió que no era su asunto, y pensó en cómo entrenar su voz como arma sin recurrir al infierno.

Criando un fénixDonde viven las historias. Descúbrelo ahora