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Los primeros cien días de duelo pasaron. Qi Rong y los gemelos Su habían pensado en mantener un duelo de años, pero consideraron que a Ye HuangFei no le gustaría verlos deprimidos tanto tiempo así que se limitaron en cumplir el periodo de los cien días para seguir con sus vidas, recordando a la mujer en sus acciones.

Con esa idea en mente habían ido a visitar su tumba dejando una ofrenda, y los tres iban de regreso cuando a medio camino, en un claro, vieron una figura aparecer; al ver de quién se trataba los gemelos desenvainaron sus espadas y Qi Rong les puso una mano en el hombro a cada uno diciendo:

—Está bien, niños. Vayan a buscar a Gu Zi.

—Pero, Gege... —dijo Su Jinwei.

—Xiao Jing-gege va a estar bien... ¿Verdad? —dijo Su Ziming.

—¡Claro que sí! — exclamó Qi Rong poniendo las manos en la cintura—. ¿Quién te crees que soy? Váyanse ya, creo que Gu Zi los necesita.

Los gemelos salieron corriendo y Qi Rong se quedó a solas con Lang QianQiu. El dios observó a la calamidad y dijo:

—Lamento tu pérdida.

—Te lo agradezco —dijo Qi Rong asintiendo con la cabeza.

Esta era la única formalidad que iba a haber entre los dos. Pasados unos minutos de cortesía, Lang QianQiu desenvainó su espada y atacó a Qi Rong, que se defendió usando su látigo bloqueando de ese modo el primer ataque dirigido contra él. En este momento, Qi Rong agradeció haber recibido lecciones de un maestro con el látigo como Chu WanNing: si bien su arma no podía compararse en ningún modo a TianWen, podía imitar algunos de sus movimientos a la perfección y eso hizo durante el combate: el fantasma logró mantener al dios a raya no solo imitando los movimientos que darían resultado a las técnicas de Interrogación y Viento, sino que combinó éstos para crear una técnica exclusiva suya. Lamentó no haber podido convertir su látigo en un arma fantasmal porque así podría tener mayor oportunidad, pero al menos podía defenderse lo suficiente para no hacer el ridículo. El látigo se enroscó en la hoja de la espada y ambos contrincantes jalaron sus respectivas armas, pero la fuerza de Lang QianQiu era superior a la de Qi Rong por lo que terminó arrastrando al fantasma; la espada se soltó del látigo y el dios blandió el arma dispuesto a cortarle la cabeza a su oponente.

Para su sorpresa, Qi Rong detuvo la espada con una suona y, con una sonrisa, el fantasma gritó aturdiendo al dios, que retrocedió. Lang QianQiu miró confundido a Qi Rong y éste le dijo con voz ufana:

—No creíste que enfrentarías a un fantasma inútil, ¿verdad? Tengo una familia que cuidar y un hijo que proteger.

Qi Rong sintió una opresión en el pecho al mencionar a Gu Zi y maldijo para sus adentros. En ese momento un pequeño demonio corrió hacia ellos y dijo estridentemente:

—¡Su Alteza, venga pronto!

—¿Qué sucede? —preguntaron Qi Rong y Lang QianQiu al mismo tiempo.

El demonio los miró con confusión y Qi Rong chasqueó los dedos enfrente suyo.

—¡Habla ya, maldición! —gritó—. ¿Qué pasa?

—Es Shé Wang —dijo el demonio—. ¡Está atacando el pueblo! La pequeña Alteza lo llevó al bosque para alejarlo de la gente pero dejó varios fantasmas viciosos allá.

—¡Maldita sea! —gritó Qi Rong, preguntándose qué iba a hacer, y vio a Lang QianQiu. Una nueva sonrisa se formó en sus labios y juntó las manos diciendo—. Su Alteza Tai Hua, le ruego que proteja al pueblo de QingDeng mientras voy a buscar a mi hijo.

Como deidad, Qi Rong sabía cómo funcionaban las plegarias y, por ende, sabía que eran ineludibles. De ese modo le dio la espalda a Lang QianQiu mientras el dios maldecía y corrió al bosque, seguro de que la gente del pueblo estaría a salvo. Así podría preocuparse únicamente por su hijo. 

Criando un fénixDonde viven las historias. Descúbrelo ahora