103

8 3 0
                                    

Todos sus parientes habían sido envenenados.

Los efectos de cada veneno habían sido diversos: los órganos serían licuados, la piel del cuerpo se pudriría, los miembros del cuerpo se desprenderían...los efectos se volvían más escabrosos conforme más investigaba. Lu Linghe estaba seguro de que su hermano mayor era el causante de esto, y debía detenerlo antes de que causara más daño a otros. En la soledad de su pabellón, Lu Linghe recuperó los planos inconclusos de lo que, pensaba, sería su arma espiritual definitiva; había abandonado esos bocetos luego de la muerte de su padre, desanimado por lo sucedido, sin querer saber nada al respecto hasta ese momento.

Era más patente que debía detener a Lu Qingyu. ¿Por qué no hacerlo con esa misma arma? Sin embargo, debía ser cuidadoso: tenía que construirla de tal forma que pudiera sobrevivir al encuentro, a él mismo si se daba el caso, deseaba que fuera el estandarte de su secta, heredada de padres a hijos durante generaciones. El maestro fénix pasó semanas enteras trabajando en esos bocetos iniciales, haciendo correcciones de todo tipo hasta crear un diseño con el que se sentía satisfecho; un momento después hizo una lista de los materiales que necesitaría y salió de su encierro, solamente para pasar el manto del liderazgo a su discípulo y voló rumbo a la capital celestial.

Lu Linghe tenía un amigo allí, un dios marcial al que llamaban general Wang An. En cuanto llegó al reino celestial, corrió a encontrarse con él, tocando la puerta con estrépito como si quisiera entonar una melodía hasta que la entrada se desbloqueó.

—¿Qué quieres ahora, fénix? —se quejó Wang An—. No tengo tiempo para ir a beber contigo.

—Necesito algunos materiales preciosos —dijo Lu Linghe, entregándole la lista.

El viejo general soltó una risotada al leer el contenido de la hoja y replicó:

—Así que vas a hacerte un arma espiritual, ¿eh? Ya era hora. Dame una media hora mientras lo reúno todo. Ve a pasear por ahí.

El general lo veía como si supiera algo que no podía decir, y el joven decidió hacerle caso: fue a la plaza central, vagó por un lado u otro, platicó con algunos dioses, se fue al palacio de la Literatura a leer un rato, y cuando el tiempo estimado pasó, regresó con su viejo amigo.

—Te lo conseguí todo —dijo Wang An, quien le entregó una bolsa Qiankun a Lu Linghe.

—Gracias, de verdad —dijo Lu Linghe, haciendo una reverencia.

—Cuídate, muchacho.

Lu Linghe salió volando, descendiendo esta vez al inframundo. El fénix se presentó en el salón Yanluo y pidió una conferencia con el emperador de Beiyin, el monarca del inframundo. Una vez se reunió con él, le pidió un favor.

—Deseo que Su Excelencia me permita usar el fuego del infierno para crear una forja.

—Los materiales humanos no resistirán un calor así —replicó el emperador.

—Tengo conmigo materiales del reino celestial.

Con el beneplácito obtenido, el maestro fénix trabajó en el infierno, bajo un calor abrasador, trabajando sin descanso hasta que logró su objetivo: una hermosa e imponente alabarda. Una sonrisa triste se formó en sus labios, volviendo a su secta, sabiendo lo que encontraría allí. Sin embargo, el saberlo no cambió el sentimiento amargo que lo acometió cuando vio su hogar incendiado hasta las cenizas; y una figura solitaria estaba en el centro de todo.

Lu Linghe rezó porque hubiera sobrevivientes mientras se enfrentaba a Lu Qingyu. El maestro serpiente esbozó una sonrisa zalamera y dijo:

—Volví, tal como lo dije. ¿Me extrañaste, hermanito?

—Mataste a nuestra familia —dijo Lu Linghe.

Lu Qingyu no se inmutó por la acusación de su hermano, solamente se encogió de hombros con indiferencia y extendió los brazos, con sus armas listas para el ataque. Los dos hermanos se enfrascaron en una pelea encarnizada, intercambiando sus ataques de su forma humana a sus formas animales, hasta que una luz blanquecina se hizo presente, cubriendo toda la escena.

Criando un fénixDonde viven las historias. Descúbrelo ahora