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Xiè Lian y Qi Rong estaban sentados uno frente al otro, en la habitación de la posada que había alquilado el dios para pasar unos días allí. Que ambos recordarán, esta era la primera vez que estaban en un mismo sitio sin gritarse ni golpearse ni haciéndose reproches.

A pesar de admitir que Ye HuangFei tenía razón, Qi Rong había sido reticente en venir aquí y verse con su primo, usando incluso como excusa la gran cantidad de oraciones que tenía que responder para posponer este encuentro. Sin embargo, el fantasma sabía que tarde o temprano tendría que pasar esto y era mejor que fuera temprano para despachar este asunto lo antes posible y así olvidarse de su primo de una buena vez. Qi Rong había pensado en lo que diría, creyó que le gritaría su ingratitud a Xiè Lian, le diría lo malo que había sido y que podía irse por dónde había venido, pero en su lugar solo preguntó:

— ¿Es difícil para tí ser un dios?

Esta cuestión había venido luego de pensarlo mucho. Si para él, que debía hacerse cargo de un pequeño pueblo, era difícil, para su primo que debió hacerse cargo de toda una nación sería una misión imposible. Xiè Lian lo miró con desconcierto unos minutos y después asintió lentamente con la cabeza.

— Lo es— dijo.
— Primo, ¿pensaste en mí alguna vez?— preguntó Qi Rong—. Mientras huías tras la caída de Xian Le, ¿llegaste a pensar en mí?

Una expresión de amargura cruzó el rostro de Xiè Lian y Qi Rong se apresuró a añadir:

— No me refiero a si pensaste en mierdas como "pobre de mi primo, debí haberlo traído conmigo". No. Me refiero a si alguna vez pensaste en "me preguntó cómo estará mi primo", o "me pregunto si mi primo habrá escapado", o por lo menos pensaste en si tal vez estaba vivo. ¿Esa clase de cosas te pasaron por la cabeza, o solo fui para tí el familiar incómodo del cual pudiste librarte para siempre?
— Yo…— dijo Xiè Lian, negando con la cabeza—. ¿Para qué quieres saber eso ahora? Ya ha pasado mucho tiempo.

Qi Rong apretó los puños, y luego se echó a reír con amargura.

— ¿Crees que puedes deslindarte de esa clase de cuestiones usando como excusa el tiempo transcurrido?— replicó—. ¿O crees que solo por que eres el jodido Emperador celestial y tienes al cabrón arrastrado de Hua Cheng de tu lado puedes escaparte de lo sucedido en esos tiempos? Pues no. ¡No, maldita sea! ¡Yo sigo aquí, y te demando respuestas, Xiè Lian!
— ¿Qué importancia tiene eso ahora?— gritó Xiè Lian poniéndose de pie, exasperado.
— ¡Me importa porque eres la única puta familia que me queda!— gritó Qi Rong fuera de sí—. ¿Cómo demonios esperas que siga adelante si no me das lo que quiero?

Se produjo un silencio incómodo entre los dos. Xiè Lian miró a Qi Rong con sorpresa, dado que no esperó recibir esa clase de cuestionamientos en su reencuentro. Originalmente había ido solo por Gu Zi, y ahora estaba siendo confrontado por su primo.

— Yo te quería— dijo Qi Rong en voz baja—. Demonios, realmente te quería. Te adoraba. ¿Cómo no hacerlo? Fuiste la primera persona que me trató realmente bien a mi llegada, y desde ese momento juré que, a dónde fueras, yo te seguiría fielmente… y terminé por idolatrarte incluso antes de que fueras un dios.
— Yo jamás te pedí idolatría— dijo Xiè Lian.
— Y eso terminó por joder todo entre los dos, ¿no es así?— replicó Qi Rong.

Xiè Lian asintió levemente, y luego de un rato preguntó:

— ¿Cómo moriste?

Qi Rong arqueó una ceja con sorpresa, pero de todas formas respondió:

— Cuando la gente de Yong An se cansó de destruir tus templos y de buscarte, me apresaron al ser el único de la familia real que pudieron capturar y me colgaron. Luego de unos minutos consideraron que mi muerte estaba siendo lenta ya que no me rompí el cuello y me quemaron vivo.

Xiè Lian se quedó sin palabras. Siendo sinceros, él no tenía ninguna obligación con Qi Rong, pero aún así la culpa se apoderó de él al escuchar esto.

— El tío y la tía— dijo Qi Rong—. ¿Cómo murieron?
— Se colgaron de una viga— dijo Xiè Lian con voz monótona, acariciando distraídamente la seda enroscada en su muñeca—. Lo que hiciste con el cuerpo de mi madre…
— Sentí envidia— dijo Qi Rong simple y llanamente—. Mi madre también fue una princesa, ¿por qué su cuerpo fue hecho cenizas mientras que el de la tía tenía un trato tan preferencial? Me dio rabia pensar en eso y tomé la justicia por mi propia mano.
— ¿Justicia?— replicó Xiè Lian, con rabia.
— Las dos hermanas se habían convertido en polvo. Yo creí que era justo— dijo Qi Rong.
— Tú…

Xiè Lian apretó los puños, pero se tranquilizó.

— ¿Y Gu Zi?— preguntó.
— ¿Qué hay con él?— preguntó Qi Rong a su vez—. Tiene una buena vida, tiene buenos amigos y tiene un buen maestro. Va a estar bien. Es mi hijo, merece lo mejor.
— ¿Y qué hay de Lang QianQiu?

Qi Rong se cruzó de brazos, repitiendo:

— ¿Qué hay con él?
— Será cuestión de tiempo para que te encuentre— dijo Xiè Lian.
— Me encargaré de eso cuando pase— dijo Qi Rong—. Primo Príncipe Heredero, ya no te necesito.

Tras decir esto, el fantasma dio media vuelta y se dirigió a la puerta, deteniéndose de golpe para voltear, diciendo una última cosa:

— Pero si crees que algo de la fragmentada relación que tuvimos se puede reparar, eres bienvenido a visitarme.

Y se fue antes de que Xiè Lian dijera algo.

Criando un fénixDonde viven las historias. Descúbrelo ahora