84

45 11 0
                                    

Lang QianQiu lo miraba con ojos de odio, mientras su espada espiritual le atravesaba el pecho. Qi Rong sintió un nudo en la garganta mientras veía como su mayor temor se había hecho realidad.

—He esperado por este momento por mucho tiempo —siseó mientras le tomaba el cuello con fuerza, como si quisiera estrangularlo.

Qi Rong se quedó petrificado. Así que esa declaración en la que había confesado estar enamorado de él, todas esas noches juntos, los momentos en que se había refugiado en él... habían sido una mentira. Menos mal no había llegado demasiado lejos como para cometer la estupidez que estaba pensando.

—Entonces... mátame —dijo Qi Rong con resignación—. Pero no le digas a mi hijo que morí por tu causa.

Qi Rong no quería que Gu Zi odiara a Lang QianQiu, y tampoco quería que Xie Lian interviniera en el asunto. Lo mejor era... Un momento... ¿Por qué había una pizca de duda en los ojos del dios? No era duda de "ya no sé si quiero matarlo", sino duda de "¿de qué hijo estaba hablando?" Esto hizo que algo hiciera clic en la mente del fantasma, y rápidamente preguntó:

—¿Por qué quieres matarme?

—Tú sabes bien por qué —dijo Lang QianQiu.

—Quiero que me lo digas —le exigió Qi Rong—. ¡Anda, dilo! ¡Di la razón por la que has deseado asesinarme!

Lang QianQiu permaneció en silencio, y Qi Rong sonrió con un claro gesto de victoria.

—No puedes decírmelo, ¿verdad? —dijo—. Eso es porque realmente no sabes nada, Sun Qiao. ¡No tienes ni idea de lo que me une a Lang QianQiu!

Con un resplandor verduzco, el Supremo lanzó un latigazo hacia este falso Lang QianQiu, golpeándolo justo en la frente, con lo que la ilusión se rompió y ambos volvieron a la lóbrega mansión Hei, la cual comenzó a llenarse de ruidos: el crujido de las tablas viejas, pasos por doquier, y las airadas voces de sus acompañantes.

—¡Déjame entrar! —exclamó Wu Xi, enojada.

"Es mejor que no lo hagas", pensó Qi Rong. Como si hubiera transmitido sus pensamientos, Wu Zhu dijo:

—No creo que sea buena idea.

—¡Pero está solo!

—Xiao Jing es fuerte —dijo Hei Xuantang—. Saldrá de ésta.

Y, como si fuera una confirmación a sus palabras, Sun Qiao salió volando a través de las ventanas y aterrizó en el suelo con brusquedad. Qi Rong saltó por el orificio que se formó en la pared, había cambiado el látigo por la suona y su mirada chispeaba de furia, dirigida al triste fantasma de ropas raídas y cabello suelto, el cual le cubría parte de la cara. Con un movimiento de las manos se lo apartó dejando ver un rostro de facciones afiladas, completamente demacrado, como si hubiera estado al borde de la inanición; y retrocedió al ver a Qi Rong acercándose a él.

—¿Cómo te atreves, maldito bastardo, a tocarme los cojones de ese modo? —siseó el Supremo de los Bosques—. ¡Voy a hacer qué te arrepientas!

Qi Rong tocó una vieja melodía que había recordado de su infancia, algo que había oído a su padre tararear tranquilamente después de tundir a golpes a su madre mientras el niño producto de su relación lo maldecía en silencio. Aquella melodía convocó a todos los insectos que se encontraban en el lugar y todos se abalanzaron sobre el cuerpo raquítico de Sun Qiao. Al haber sido convocados con una técnica fantasma, eran capaces de causarle dolor al fantasma, y comenzaron a devorarlo lentamente, inmovilizándolo con el peso conjunto de sus pequeños organismos mientras masticaban su carne pausadamente, asegurándose de causarle todo el dolor que fuera posible sufrir mientras lo devoraban.

Wu Zhu, Wu Xi y Hei Xuantang retrocedieron, entre sorprendidos y asustados. Qi Rong dejó de tocar, y los insectos se dispersaron, dejando ver un esqueleto que se disolvió en polvo al poco tiempo. Qi Rong estaba seguro de que las cenizas del fantasma no habían sido destruidas, pero sabía por experiencia propia que le costaría más tiempo volver a formar un nuevo cuerpo, así que podría olvidarse de él durante un largo rato.

Fue entonces que se dio cuenta de las miradas horrorizadas que le dirigían sus tres acompañantes. Vio el terror en los ojos de los primeros amigos que había tenido, y bajó la mirada, dio media vuelta y se fue corriendo, alejándose con rapidez.

❁❁❁❁❁

No me duele, me quema, me lastima.

Criando un fénixDonde viven las historias. Descúbrelo ahora