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Ye HuangFei había pasado de ser una simple forastera a ser parte importante de la comunidad, por lo que en su funeral hubo mucha gente acompañándola, dándole el pésame a sus hijos y ofreciendo su apoyo en caso de que fuera necesario. Los gemelos aceptaron solemnemente las muestras de afecto, mientras que Qi Rong se mantuvo en silencio.

Esta no era la primera vez que asistía a un funeral, pero era la primera vez que debía organizarlo. Cuando su madre murió, había sido su tía quién se hizo cargo de todo: con un sencillo atuendo blanco se había presentado ante su sobrino y mientras lo vestía para la ocasión, le explicaba lo que sucedía. A Qi Rong no le importaron las palabras de su tía, lo único que sabía era que su madre no iba a estar más con él; ya no vería su sonrisa ni escucharía su voz. Se había ido para siempre y ya no la vería de nuevo.

Al igual que Ye HuangFei.

La jefa de la ciudad se presentó en la casa y se ofreció a arreglar el cuerpo de la mujer. Los gemelos estuvieron de acuerdo y cuando Qi Rong regresó con papel rojo, los tres recorrieron la casa cubriendo los espejos y las pocas estatuas que había en el hogar; los tres iban vestidos de blanco y una tela del mismo color se había colocado en la puerta junto a un gong, colocado del lado derecho de la entrada. Al cabo de un rato, Chu WanNing y Mo Ran llegaron con un ataúd en las manos, el cual fue colocado en el interior de la casa y el cuerpo de Ye HuangFei fue colocado en el féretro.

La mujer llevaba su mejor vestido: era una colorida prenda de color azul, junto a unos bonitos zapatos negros. Su cabello iba recogido en un chongo, con un tocado en la cabeza y su rostro estaba maquillado. Su Ziming se acercó poniendo una tela de color amarillo en la cara, y Su Jinwei puso una tela de color celeste. Qi Rong se acercó colocando a la cabeza del ataúd una bonita corona junto con un retrato que había pintado de la mujer que había aceptado como su madre, mientras que Gu Zi dejó un plato de comida como ofrenda. Su Ziming jaló a Qi Rong con suavidad de la túnica y dijo:

—Eres nuestro hermano mayor, debes ir primero.

Así fue como se acomodaron alrededor del ataúd, con Qi Rong primero, seguido por Su Ziming, Su Jinwei y Gu Zi. Xue Meng se acercó dejando incienso al pie del altar y lo encendió. Poco a poco, los demás se acercaron dejando incienso en el altar, rezando porque su alma encontrara el descanso del más allá antes de volver al ciclo de reencarnación. Para cuando el anochecer cayó, Xie Lian se presentó inclinándose en señal de respeto. Si bien él era un dios, había pasado siglos vagando por el mundo como monje taoísta, por lo que al contar con el beneplácito de su primo, recitó varios cánticos y oraciones para ayudar al espíritu de la mujer con los peligros que encontraría en su camino.

Dos días después, el ataúd fue llevado al cementerio para ser enterrado. Cada miembro de la familia lanzó un puño de tierra antes de que fuera sepultado, y poco a poco la gente que los había acompañado se retiró hasta que se quedaron solamente Qi Rong, Gu Zi, los gemelos y Xie Lian. Y cuando nuevamente cayó la noche, los únicos que quedaban frente a la tumba eran Qi Rong y Xie Lian.

—¿Sabes algo? Por lo menos ahora pude disfrutar más de su compañía.

—Eso es bueno.

Xie Lian admiró a Qi Rong. Antiguamente, su primo gritaría, lanzaría maldiciones, haría un completo escándalo y sería molesto; pero ahora se había limitado a darle consuelo a sus hermanos y a su hijo. Su pequeño primo había crecido.

—Xiao Jing, ven —dijo el dios extendiendo los brazos.

Qi Rong abrió los ojos como platos. En primera, tenía demasiados años sin escuchar a su primo llamarle de ese modo y en segunda... ah, que demonios. Qi Rong se acercó a Xie Lian, dubitativo, esperando que la infernal seda que llevaba consigo apareciera para amarrarlo y arrastrarlo a algún lado, pero no sucedió nada: los brazos de Xie Lian rodearon el cuerpo de Qi Rong, envolviéndolo en un abrazo lleno de ternura, y el dios acarició el cabello del fantasma con dulzura.

—Está bien —dijo—. Yo estoy aquí. No volveré a irme.

Fue en ese momento que Qi Rong se derrumbó, sollozando desgarradoramente por la muerte de su segunda madre. 

Criando un fénixDonde viven las historias. Descúbrelo ahora