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Luego de una breve caminata, el cuarteto llegó a una pequeña casa acondicionada para que alguien pudiera vivir allí. Jun Wu miró a Mei Nian Qing y dijo:

—Espero que no te moleste.

—Para nada —dijo Mei Nian Qing, adelantándose para abrir la puerta de su casa, dejando entrar a los demás.

Nadie allí necesitaba ni comer, ni beber, así que el sacerdote se ahorró la cortesía de ofrecer algo y solo hizo espacio para que los cuatro tuvieran donde sentarse y pudieran ponerse cómodos, ya que él sabía mejor que nadie que esta historia iba a ser larga. Qi Rong, Lang QianQiu y Jun Wu se acomodaron en sus asientos, y el antiguo emperador celestial comenzó a relatar su historia antes de que nadie le preguntara nada.

—Había pasado poco tiempo desde mi ascensión cuando sucedió —dijo—. Lo que anunció su llegada fue un temblor similar al que ocurría en el cielo cuando alguien ascendía. Aquello me sorprendió bastante, y creyendo que habría un nuevo dios al que se le debía dar la bienvenida, me apresuré a correr hacia la Gran Avenida Marcial.

Jun Wu rememoró ese momento como si apenas hubiera pasado poco tiempo y no los más de mil años que había de distancia. Aún podía recordar con claridad la capital celestial, cuando él era solamente el príncipe heredero de Wuyong y no la calamidad de blanco que aterrorizó al mundo. Recordó con precisión cómo habían aparecido dos personas en la explanada, sumidas en una lucha encarnizada que apreció con una fascinación intensa. Cómo dios marcial, habría sido imposible no sentirse atraído por un enfrentamiento de ese tipo y se acercó para apreciarlo con mayor detalle.

Jamás, en toda su vida, pudo olvidar a esas personas. Eran dos jóvenes maestros. Uno de ellos, vestidos con túnicas verde olivo, manejaba con maestría dos hoces diseñadas especialmente para la batalla, las cuales eran bloqueadas con una maestría impecable por una alabarda empuñada por un joven de túnicas rojas. Un vistazo más cercano le hizo notar que las ropas de ambos tenían rasgaduras y orillas chamuscadas. Los dioses se hacían a un lado, aterrorizados por la intensidad de la batalla, de tal modo que el único que se quedó allí fue Jun Wu, embelesado por el espectáculo marcial que se desarrollaba ante sus ojos.

De repente, y para su sorpresa, el joven de olivo se transformó en una serpiente de gran tamaño, cuyas escamas brillaban con un resplandor cobrizo. Al mismo tiempo, el joven de rojo se transformó en un enorme fénix, glorioso, con un fulgor que opacaba a la misma capital celestial. La lucha siguió, la serpiente perseguía incansablemente al fénix, embistiéndolo con su cola, mientras que la fantástica ave lanzaba zarpazos con sus garras, que abrían la piel del gran reptil dejando graves heridas. Después de enzarzarse en una última pelea aérea, ambos retomaron su forma humana, aterrizando con gracia, retomando sus armas.

—¡Lu Qingyu! —exclamó el joven de rojo—. ¡Detente de una vez! ¡Todavía puedes retirarte!

—¿Retirarme? —preguntó Lu Qingyu con un ligero tono de burla—. ¿Por qué haría algo como eso?

—Por favor, hermano. No me obligues a ir más allá.

—Lu Linghe, tú ya no eres mi hermano.

Aquellas palabras calaron hondo en Lu Linghe, pero el joven decidió hacer oídos sordos a lo dicho por Lu Qingyu. La lucha continuó, aunque no por mucho tiempo: los dos hermanos se atacaron al mismo tiempo, las hoces de Lu Qingyu lanzaron dos golpes certeros, dirigidos al pecho y la garganta de Lu Linghe, pero éste lanzó un ataque mortal hacia Lu Qingyu, atravesando su corazón, partiéndolo de golpe, con lo que le ocasionó la muerte instantánea. Lu Linghe soltó su arma, retrocediendo, y cayó en los brazos de Jun Wu, agonizante.

—Lu Linghe me dijo que llegaría un momento en que su hermano regresaría de la muerte y se convertiría en un problema nuevamente —dijo Jun Wu, con la mirada perdida en sus propios recuerdos. Era como si pudiera evocar la sensación del cuerpo del maestro fénix entre sus brazos—. También me dijo que habría un segundo maestro fénix, y que debía entregarle Diyu como su legado.

Qi Rong y Lang QianQiu permanecieron en silencio, asimilando lo que acababan de oír. Sin embargo, antes de que pudieran preguntar algo más, Jun Wu dijo:

—Sin embargo, perdí a Diyu. Fue en una de las tantas revueltas sucedidas en los últimos días del reino. Cuando me convertí en el gran dios de una nueva corte celestial, logré rastrear la alabarda hasta un reino que, en ese momento, se encontraba en crisis. Diyu no tenía ninguna importancia para mí, y como el arma estaba sellada tampoco tenía utilidad, así que no fui a buscarla.

—¿Qué reino es ese? —preguntó Qi Rong.

Jun Wu frunció el ceño, intentando recordar. Después de lo que parecieron minutos, dijo finalmente:

—El Reino del Alma Muerta.

Criando un fénixDonde viven las historias. Descúbrelo ahora