Más tarde, los chicos están en una zona donde hay caballos y algunas armas, Giovanni está con los chicos. El caballero les enseña a usar arcos y flechas, pero los chicos tardan en aprender.
—¿No sería más fácil usar una espada? —le pregunta Román al caballero.
—No —les responde Giovanni— Ustedes son muy pequeños para sostener una espada tan grande y pesada, podrán adecuarse con arcos y flechas.
—¿Insinúa que no nos podemos defender? —le pregunta Oscar.
—No —les dice el caballero— Pero para que no corran mucho peligro, ustedes atacarán desde las torres del palacio.
—De acuerdo —les dice el chico.
El caballero se retira por un momento y los chicos se quedan.
—¿Ahora si nos podemos ir? —pregunta Oscar.
—No —les dice Román— Nos verían, además necesito tiempo para ver cómo funciona esta cosa.
—¿Y cómo vas a hacerlo? —le preguntan.
—No lo sé —les dice el chico— Pero no quiero arriesgarme a apretar cualquier botón.
—Entonces supongo que habrá que seguir entrenando —les dice Julián— Ya le agarré el gusto a esto —mientras dispara una flecha y da en el blanco.
En la noche, los soldados bizantinos y otros más, entre ellos los 4 chicos, ya vestidos a la usanza de la época, se reúnen cerca de la puerta de San Romano, allí se encuentran el emperador y su caballero Giovanni.
—Mis señores, mis hermanos —dice el emperador Constantino— El último honor de los cristianos está en nuestras manos, olvidemos nuestras diferencias y unámonos para salvar nuestro reino.
La guarnición marcha junto con los soldados y los chicos, más el emperador y Giovanni comenzaron entonces un recorrido por todas las calles de la ciudad, había también mucha gente de la ciudad que llevaba iconos de culto, había no sólo cristianos, había también ortodoxos, finalmente, todos llegaron a la basílica de Santa Sofía. Allí se celebró una magna misa.
Mientras la misa se celebraba con gran decoro y pompa, Román menciona como hablando para sí:
—Y pensar que esta es la última misa cristiana celebrada en este lugar.
Después de la misa, el emperador se reunió con sus comandantes, entre ellos Giovanni y les dijo:
—Vaya que ha llegado el momento en el que el enemigo de nuestra fe nos amenaza por todas partes... confío en ustedes, en su valor, en esta espléndida y célebre ciudad, en nuestra patria.
Después de estas palabras, el emperador abrazó a sus comandantes uno a uno mientras les decía:
—Pido disculpas por cualquier insulto que les haya hecho a ustedes sin querer.
Todo esto los veían los chicos y se sentían tristes y tenían lastima, sobretodo porque ya sabían lo que ocurriría al día siguiente.
Después, el emperador se dirigió de nuevo a la multitud y les dijo:
—Hay cuatro razones principales por las que vale la pena morir: la fe, el hogar, la familia y el basileo. Ahora ustedes deben estar dispuestos a sacrificar sus vidas por estas cosas, así como yo también estoy dispuesto a sacrificar mi propia vida.
Después se dirigió a los latinos reunidos allí diciendo:
A partir de hoy, los latinos y los romanos son la misma gente, unidos en Dios y con la ayuda de Dios salvaremos Constantinopla.
El emperador más tarde se dirigiría solo al palacio de Blanquerna a despedirse de su familia y de los sirvientes y en la media noche partiría hacia las murallas de la ciudad junto con un amigo.
Por otro lado, los chicos estaban en una guarnición cercana a la muralla, descansando, habían algunos soldados despiertos para vigilar.
—Tengo un poco de miedo —le dice Diana a su novio.
—La verdad yo también —le dice Román— Pero no debes preocuparte, sólo debemos cuidarnos las espaldas.
—Si —les dice Julián —La tenemos fácil, sólo vamos a estar en las torres más altas, no hay mucho peligro.
—Si —dice Oscar— Además, pudimos vencer a un ejército de fantasmas, podemos vencer soldados medievales.
—No creo que sea lo mismo —le dice Román.
—Yo creo que si —le dice Julián— Apenas han pasado casi dos meses desde que peleamos en San Andrés, todavía recuerdo cómo disparar un arma, claro, si la tuviera porque sólo me dieron arco y flecha.
—Yo lo único que quiero es que no te pase nada amor —le dice Diana a su novio.
—Yo tampoco —le dice Román— De hecho, si quieres no pelees, busca un lugar donde esconderte.
—Claro que no —le dice la chica— Pelearé a tu lado, o te defenderé, o moriremos juntos.
Los chicos se dan un beso y se preparan para dormir, pero ninguno tiene sueño, así que no duermen.
A la una y media de la mañana del 29 de mayo, se escuchó un fuerte estruendo, los chicos se sobresaltaron, y vieron a las tropas bizantinas movilizarse.
—Creo que ya empezó la batalla —menciona Román.
—Vamos rápido, a las torres —dice Julián.
Los chicos salen corriendo de allí con armas en mano, mientras tanto se oyen fuertes estruendos en las murallas.
—Son los otomanos —menciona Román— Deben de estar tratando de derrumbar las murallas para entrar.
Al mismo tiempo los chicos veían cómo todas las campanas de la ciudad eran echadas al vuelo, símbolo de que había comenzado la batalla final.
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Saga de Román
AdventureRomán, un chico que parece llevar una vida como la de cualquier chico de su edad, pronto descubre que quizá su vida no es tan normal. Fantasmas, terroristas, monstruos, reyes y científicos locos, toda una pléyade de villanos que a su par...