Al día siguiente...
En la ciudad de Los Ángeles aterriza un avión de procedencia mexicana, en él viaja Román, cuando el avión se estaciona, el chico, junto con la gente bajan del avión, el chico camina hacia la salida y afuera ya está Miranda esperándolo en su Cadillac.
—Hola —lo saluda la chica y se dan un beso.
—Hola —le responde Román.
—Perdona que no te salude correctamente —le dice Miranda— Pero tenemos que darnos prisa.
—¿Qué quieres decir? —pregunta Román.
—La antena —dice la chica— Está saliendo del agua.
La chica conduce a toda velocidad hacia la playa, mientras lo hace, le dice:
—Hay muchos problemas aquí en la ciudad, como no saben qué es esa cosa, tienen mucho miedo, y es normal considerando todo lo que ha pasado.
—¿Pero tú cómo estás? —pregunta Román.
—Asustada —le responde la chica.
—¿Por qué estas asustada? —pregunta Román.
—Porque tengo miedo de que se repita lo que pasó hace dos semanas —dice Miranda— En aquella ocasión perdí a mis padres pero pude recuperarlos gracias al medallón de los reyes de Miriath, pero esta vez, ya no tenemos esa ayuda, si pasa algo, será el fin.
Cuando Román oye esto, no puede evitar ponerse triste. La chica observa la espada de Román y le pregunta:
—¿Por qué trajiste tu espada?
—Uno nunca sabe —le dice Román.
—¿Crees que sea algo malo? —pregunta Miranda.
—Esperemos que no —le contesta el chico— Pero es por si las dudas.
Los chicos llegan a la playa, pero como hay muchas personas, se bajan del auto y tienen que pasar por entre la gente hasta llegar a la costa. Los chicos observan la antena.
—¿Todavía no saben qué es? —pregunta Román.
—No —responde la chica— Nadie puede acercarse.
—¿Hay alguna cosa que lo impida o algo? —pregunta Román.
—No saben exactamente —responde Miranda— Sólo no pueden avanzar más allá, hay una especie de pared invisible que protege la antena.
De repente, la antena comienza a brillar como si se llenara de electricidad y proyecta una luz hacia el cielo.
—Ya empezó —dice Román.
La antena deja de brillar y de la punta sale una luz que forma una cúpula alrededor de ella, la cúpula tiene 2 kilómetros de diámetro, haciendo que los chicos y la gente de la playa estén a sólo unos metros de distancia de la cúpula, cuando la cúpula se ha completado, los chicos logran ver entonces que la antena está sujeta a lo que parece ser un palacio de estilo arquitectónico desconocido aunque vagamente parecido a una pirámide prehispánica, y alrededor de éste, se encuentran varios edificios igual de extravagantes, organizados en anillos que se alternan con canales de agua circulares. Del palacio se abre una puerta y allí, sobre lo que parecen ser unas vías de tren, se mueve un objeto que nadie puede ver claramente por la lejanía, éste, en segundos llega a la costa ante la mirada atónita de todos, cuando llega, ellos comprueban que el objeto, es una especie de capsula con ventanas y estas ventanas se abren.
Del interior bajan dos hombres vestidos con aspecto prehispánico, pero más adornados con piedras brillantes. Si bien, su indumentaria recuerda a la de las civilizaciones mesoamericanas, incas y egipcias, ninguno puede decir a qué cultura pertenecen exactamente porque no pueden identificarla.
Los dos hombres con mirada profunda se acercan a Román y a Miranda, el chico les pregunta:
—¿Quiénes son ustedes?
Los hombres no le responden, entonces los dos se miran entre sí y le dicen:
—Acompáñanos, y si te parece conveniente, que ella también venga.
—¿Por qué los acompañaría? —les dice Román— No me han dicho quiénes son.
—Sólo acompáñanos —dice uno de los hombres.
—¿Para qué? —pregunta Román.
—Para que salves tu mundo —le responden.
Ante la respuesta, Román se sorprende, pero aun así dice:
—No confío en ustedes, así que no me iré con ustedes si no me dicen quiénes son.
—Lo sabrá a su tiempo —dice uno de los hombres— Príncipe Nazzuh.
—¿Cómo me llamaste? —exclama Román impresionado.
—¿Por qué te llamó así? —pregunta Miranda.
—Se supone que ese nombre lo use cuando peleé contra el rey Huzzan, bueno, es el nombre de mi vida pasada o algo así —dice Román— Y si ustedes lo conocen, quiere decir que...
—No somos partidarios de Huzzan —le dicen ellos— Te lo explicaran más adelante.
Román, ante esta sorpresa, no puede decir nada y opta por subirse al objeto, lo mismo Miranda.
Una vez que los 4 han subido, uno de los hombres aprieta unos botones en una pared, que parecen sombras y el objeto se mueve a gran velocidad, como Román y Miranda no están acostumbrados a esa velocidad, sienten el peso de la inercia, mientras los otros dos, están como si nada. Unos segundos más tarde, los chicos llegan a la entrada del palacio que vieron antes y se bajan, los dos comprueban que el palacio se ve aún más majestoso e imponente que desde la costa, los hombres conducen a los chicos por un pasillo ricamente adornado con piedras verdes como las que llevan los hombres, algunas tienen inscripciones en un idioma desconocido, aunque Román pronto se da cuenta de que no lo es tanto. Como las piedras son muy hermosas, Miranda pregunta:
—Oigan ¿Qué son esas piedras verdes?
—Eso se llama oricalco —dice uno de los hombres.
—¿Oricalco? —dice Miranda— Nunca había oído hablar de él.
—Yo si —dice Román— Y creo saber de dónde proviene, además esas inscripciones y esos símbolos que tienen ya las había visto antes.
—¿En dónde? —le pregunta la chica.
—En un sueño que tuve mientras viajábamos a Nueva York —le responde el chico.
Los chicos son conducidos a una sala más grande y ricamente adornada, se ve impresionante y además parece futurística. En el centro hay un trono muy alto y en él hay un hombre, sentado y de vestimenta similar a la de los hombres que trajeron a Román y Miranda, sólo que más adornado, lo cual quiere decir que su jerarquía es superior, está custodiado por otros dos hombres vestidos casi idénticamente a los hombres que condujeron a los chicos. Cuando el hombre, de avanzada edad ve a los chicos acercarse, se levanta y baja por las escaleras que tiene frente y llega con el chico, le dice:
—Oh, príncipe Nazzuh, es un honor conocerlo.
—¿Cómo saben mi nombre de príncipe? —pregunta Román.
—Nosotros conocemos todo lo que ha hecho —le dice el hombre que lleva una especie de corona en la cabeza— Sabemos que usted es la reencarnación del príncipe Nazzuh y que derrotó a Huzzan, sabemos también que combatió al lado de los guerreros del reino de Miriath.
—¿Cómo saben todo eso? —pregunta Román— ¿Quiénes son ustedes?
—Oh, que tonto he sido, le pido disculpas príncipe —dice el hombre— Mi nombre es Kaiz, y yo soy soberano de este reino, que ustedes conocen como Atlántida.
—¿Atlántida? —dicen ambos chicos sorprendidos.
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Saga de Román
PertualanganRomán, un chico que parece llevar una vida como la de cualquier chico de su edad, pronto descubre que quizá su vida no es tan normal. Fantasmas, terroristas, monstruos, reyes y científicos locos, toda una pléyade de villanos que a su par...