Broken

T r e c e

Melissa

Sus manos recorren mis caderas, sus labios reclaman los míos y yo no hago nada para detenerlo, al contrario, todo mi ser pide a gritos que me entregue a él ¿Por qué con él puedo sentir esa sensación de éxtasis que no logro conseguir con mi novio? ¿Por qué deseo seguir con esto? 

—Me encanta tu nombre, Melissa —susurra al oído. Lo necesito, lo quiero...

—¡Melissa! —exclama una voz, me sobresalto y me giro a ver... es otra vez ese chico. Me mira desesperado, mientras va caminando por la cocina a por un vaso de agua ¿Qué era lo que estaba pasando por mi mente? ¿Acaso era un recuerdo vago de lo que pasó anoche? 

Regreso a la realidad y analizo la situación: tengo que llevar a un cantante famoso al bar donde estuvo con sus amigos la noche anterior y esperar a que vayan por él o, en su defecto, que se vaya en un taxi o en un automóvil. Lo que me faltaba... bonita bienvenida a Madrid. 

—¿Qué es lo que quieres? —espeto.

—¡Ay pero que enojona! —resoplo. 

En realidad, vengo de Almería, estudié relaciones públicas y bueno... he estado de practicante en varias empresas publicitarias, hasta que la última agencia en la que estuve, me recomendó con uno de sus colegas y me llamaron para que vaya con ellos a trabajar; eso implica trasladarme indefinidamente a Madrid. 

Mi novio vino para ver como me establecía. Tengo algunas amigas por acá y por eso me llevaron a un bar para festejar mi primer trabajo. El problema es que... soy una chica demasiado.. puritana y ellas me vistieron demasiado provocativa. La verdad es que... sí.. la mujer despampanante de la que habla tanto Pablo, soy yo.

A decir verdad... es un intento de las chicas por que luzca como ellas. Me quieren y aceptan tal como soy, pero dicen que debo estar más preocupada por vestirme adecuadamente. Que debería aprovechar mis ojos violeta.... sí, mis ojos son como los de la gran Elizabeth Taylor. 

—Mi móvil ha encendido. He logrado mandar un mensaje a un amigo y... vendrá por mí ¿Podrías decirme tu dirección? 

—Claro —busco una hoja y un lápiz para anotarle la dirección. En cuanto la tengo escrita, se la doy, el roce de sus dedos con los míos produce un gran escalofrío. Y me mira a los ojos. 

—Me gusta el color —susurra— eres única. 

Este hombre acaba de derrumbarme.