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Puede que ni Bonnie ni Freddy fueran muy fanáticos de los vegetales, pero ver sus platos con verduras hervidas y encima algunas tiras de pollo al carbón reluciendo y casi pareciendo que le salían brillitos, no lo pensaron mucho a la hora de pinchar con sus tenedores los alimentos.

Sin terminar con un orgasmo, ambos se maravillaron con lo que probaron, sin importarles mucho el hecho de que eso era brócoli, el enemigo de todo niño.

—Creí que estabas exagerando —murmuró Bonnie atragantándose con la comida.

—Yo nunca exagero.

La mayor se acercó a la mesa con su plato de comida, sentándose frente a los menores, que comían como si no hubiese un mañana.

—¿Y qué te pareció, Bonnie? —cuestiono la castaña, sonriendo dulcemente al joven, quien alzó la mirada y la tomó de las manos.

—Si yo fuera mayor, ya la estaría convenciendo de ser el padrastro de Freddy —declaró, consiguiendo que el castaño dejara de comer para reflexionar la situación. Se imaginó la extraña escena de una boda entre Bonnie y su madre, y él diciéndole "Papá" a su amigo.

Sacudió su cabeza desechando la idea, algo perturbado.

—Oh, no exageres —respondió la mayor con una sonrisa humilde.

—Yo nunca exagero, sus platillos sólo los iguala Rémy —declaró abrazando a la mayor, quien rió divertida por la actitud del joven. Freddy se limitó a sonreír con ternura, sintiéndose a gusto en ese ambiente.

La actitud relajada y tranquila de Bonnie se le estaba contagiando. Definitivamente, estaba agradecido de tener un amigo como él.

Aún después de comer, se la pasaron conversando alrededor de una hora, perdiendo la noción del tiempo; pero cuando vieron los tonos naranjas a través de la ventana, Bonnie se levantó con desgano, tenía que irse a casa antes de que se hiciera más tarde. Ambos fueron a despedirlo en la puerta.

Y mientras el chico se alejaba de la casa sacudiendo la mano con una sonrisa satisfecha, Freddy aún seguía con ese sentimiento de felicidad por haber pasado toda una tarde con un preciado amigo.

Es raro verlo tan... tranquilo —pensó el de ojos oscuros abrazándolo por la cabeza.

Si, fue un buen día... pero a la mañana siguiente:

—Amo-odio los domingos, porque me pongo más flojo que de costumbre —Se quejó Freddy bostezando mientras bajaba las escaleras, al pasar por la sala se percató de un joven de cabello morado en su sala, comiendo galletas—. Ah, hola Bonnie... ­—saludó sin más, siguiendo su camino a la cocina—. ¡Má! ¿Qué hay de desayunar? —preguntó apunto de entrar, aunque en ese momento pareció que algo en él hizo conexión—. ¿¡Bonnie!? —Se preguntó corriendo a la sala.

—Hola, Freddy —saludó el chico con la boca llena de galletas, apenas entendiéndose lo que decía.

—¿Qué haces en mi casa, un domingo, a las diez de la mañana? —cuestionó extrañado, sobando su nuca.

—Vine a pasar el rato, pero estabas dormido, así que tu mamá me ofreció galletas ¿quieres? —explicó, extendiendo su brazo donde sostenía un plato con las golosinas antes mencionadas. Freddy tomó una y la mordió, aunque aún no terminaba de procesar del todo la situación.

En fin, las galletas estaban ricas.

Este chico ya viene de aprovechado —comentó Fred con un tono burlón.

Inesperadamente extraño (Freddy x Bonnie)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora