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—Rápido, cariño, o no llegaremos a tiempo. —Apuró la mujer castaña, estando en la entrada de su hogar, a su lado había un par de maletas.

—Perdón, mami, estaba terminando de arreglarme —respondió, mientras se ataba el cabello, que aún estaba húmedo, pues se dio una ducha antes. La mayor sonrió dulcemente, colocando su mano en la mejilla del moreno, que correspondió al gesto.

El menor no tardó más, tomó ambas maletas, que eran de rueditas, y comenzó a jalarlas fuera de la casa, donde ya los esperaba un taxi con la cajuela abierta. La mayor se dirigió a la parte trasera para acomodarse, poco después el otro par se subió y el coche arrancó.

Freddy aprovechó para recargar su cabeza en el hombro de su madre, entrelazando sus dedos con los de la mayor—. Mami —llamó, captando la atención de la señora Fazbear—. Te amo.

—¿A qué viene eso? —cuestionó, pese a eso, no dudó en darle un beso en su cabeza.

—No es nada, sólo quería decirlo, ¿está mal? —preguntó fingiendo tristeza, la mujer de ojos ámbar negó ampliando su sonrisa.

—Yo te amo más, mi amor, no sé qué haría sin ti —susurró, mientras seguía mimándolo.

Y pensar que yo estoy de taxista porque mi mamá no quiso seguirme apoyando con mi carrera —pensó el conductor algo enternecido por la escena y deprimido por su triste vida—. Ah, ya ni llorar es bueno.

. . .

El viaje duró casi un día, en el que la mayor parte del tiempo se la pasaron durmiendo. —Si algo tenían en común los Fazbear era lo dormilones que podían llegar a ser—. Al salir ambos casi gritaban: "¡Aleluya!".

—Que maravilloso —musitó el de luceros azules, admirando aquellas blancas praderas debido a la nieve que caía por ser invierno, el cielo despejado, sin edificios gigantes o fábricas contaminantes, todo aquello era justo lo que visualmente le parecía hermoso, lo mejor de todo era aquel lago congelado en el que podía patinar libremente como cuando era un niño pequeño.

¡Odio este sitio! —Y luego estaba Fred, quien odiaba ese clima rural, lejos de la tecnología y seres humanos; nunca fue fan de los animales y pensar que esas dos semanas tendrían que cuidar de los que habitaban en la "granja" le daba asco, porque no era tan fácil como darles de comer y beber, también era limpiar su mierda, sumado a que odiaba la nieve.

De pura suerte les llegaba la señal.

—Me alegra que lo disfrutes —mencionó el castaño riendo ligeramente, metiendo sus manos cubiertas por guantes de algodón en los bolsillos de la chamarra azul que usaba; Freddy no era fan ni del calor, ni del frío, no le gustaban las temperaturas extremas, pero le encantaba el chocolate caliente que hacía su tía, usar kilos de mantas para dormir y la ropa abrigadora, así que podía vivir con una posible hipotermia. Se acomodó la bufanda que le dio su abuelo para que le cubriera la boca y nariz.

Quiero ir a casa, ahí no hay nieve —suplicó con tono infantil, poco después hizo un puchero.

—Vamos, Fred~ —canturreó intentando hacer un tono burlón y sexy—, te divertirás, no seas aburrido, vamos.

¡No me imites! —bramó, mientras su contraparte reía a carcajadas.

—¡Freddy, el chocolate ya está listo! —avisó su tío desde la casa.

Volteó a verle rápidamente—. ¡Si! ¡Yo quiero! —exclamó corriendo donde él, sacándole una risa, sin importar la edad, Freddy seguía manteniendo ese lado infantil suyo.

Inesperadamente extraño (Freddy x Bonnie)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora