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—¿¡Por qué!? —preguntó Freddy alzando la voz, mientras golpeaba con sus palmas la superficie de la mesa de la cocina. Recién terminaba de cenar con su madre, que se limitó a mirarle con cansancio.

—No grites, por favor.

—Bien, pero respóndeme, ¿por qué? —Volvió a preguntar sentándose mientras intentaba calmarse, se estaba dejando llevar, esas no eran formas de hablarle a su madre y lo sabía, pero el enojo podía más.

—No puedo permitir que descuides tus estudios, entiéndelo —explicó con cuidado, procurando no alterar ni a él ni a ella o las cosas saldrían mal... Además, tenía tiempo que no lo veía perder los estribos de ese modo.

—Ni a ti, ni a mí nos gusta que mi tío lo este pagando todo, lo menos que puedo hacer es eso. —Trató de razonar, en su mente contaba del uno al diez, intentando no explotar.

—¡No! —sentenció autoritaria, provocando que el ceño fruncido en el chico de ojos azules se acentuara más. Sin decir nada, se puso en pie y se alejó a las escaleras para subirlas a zancadas. La mayor dejó salir un suspiro cuando el portazo resonó por toda la casa.

Fred había permanecido en la habitación hasta ese momento, mirando entre las pertenencias de ambos, en cuanto Freddy ingresó a la habitación cerrando con seguro, se acercó a él, notando como temblaba. Se colocó a su lado, tomándolo de la mano con cuidado y luego lo guió hacia una cajonera, bajo la confusión del otro.

Lo que tanto quería mostrarle eran unos libros y cuadernos guardados en uno de los cajones,más que nada lo que parecía un álbum de fotos. Al principio pareció dudarlo, pero finalmente lo tomó y se tiró en su cama, metiéndose entre las cobijas.

Esa es la vez que fuimos todos juntos a la playa. ­—Señaló Fred a una foto, en ella se encontraban la madre del castaño siendo abrazada por una de sus tías, la cual también abrazaba a su abuelo; al lado estaba el único hermano y su otra hermana abrazando a su abuela; enfrente se hallaba Freddy mirando como sus dos primos se jalaban de la ropa y cabello, al lado había otra niña, que los ignoraba a todos mientras comía un helado.

—Ese día nuestro tío trató de que aprendiéramos a nadar.

Cada que lo hacíamos mal nos sumaba diez sentadillas —recordó Fred sonriendo con nostalgia—. Al final no pudimos completar las 210... tampoco caminar. —Pasaron las páginas hasta detenerse en una en la que estaban abrazando a su abuela, sentados frente a una fuente.

—Esto fue cuando paseamos en una de nuestras viejas ciudades —recordó Freddy, detallando la expresión sonriente de las dos personas en la foto.

¡Y esa es cuando la abuela nos enseñó a patinar! —señaló Fred, una imagen de la mayor sosteniendo a un pequeño castaño, con cinco años seguramente, de los brazos en una pista de hielo—. Si no las conquistamos con nuestros encantos naturales, será con nuestros pasos en el patinaje ­—presumió, haciendo una pose de galán.

—Tonto —se burló Freddy—. Hace dos meses le había dicho que quería que todos fuéramos a patinar juntos, ya sabes, con los tíos, mamá y el abuelo... —susurró, entonces las hojas entre sus manos fueron arrugadas por el agarre que ejerció, a su vez que tenía sus, ahora, típicos temblores.

Fred parecía expectante, pero el chico sólo cerró el álbum y se acostó abrazándolo, dándole la espalda; chasqueó la lengua, molesto con el otro.

Inesperadamente extraño (Freddy x Bonnie)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora