Leche y galletas.

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Dejó escapar un bufido, el escándalo que se estaba armando en esa misma planta no le permitía seguir durmiendo. 

Se incorporó en la cama, quedando sentado pero aún cubierto por las sábanas. Tardó un poco en orientarse, estaba confundido por  no estar en su propio cuarto, sino en la de la madre de Freddy. Por otro lado, ¿por qué él tenía control del cuerpo? Su confusión lo obligo a salir de la cama y dirigirse fuera de la habitación, intentando hacer memoria de lo ocurrido antes de caer dormido. Al mismo tiempo, tenía cierta curiosidad por los gritos que llenaban la casa. Era extraño que en ese cuchitril hubiese tanto caos. 

Se detuvo frente a una de las tantas puertas esparcidas en el segundo piso, de ahí venía el ruido. Una imagen rápida, como un flash que sólo duró pocos segundos: El hombre vestido de sotana oscura, el libro blanco con la cruz, las palabras en lengua indefinida.

Se asustó cuando la puerta se abrió de golpe, de ella salía una castaña la cual vociferaba un par de insultos a la persona que estuviese dentro de la habitación; cerró de golpe la puerta y llevó una de sus manos a su pelo, en ese entonces largo, y lo revolvió con frustración. Se detuvo de golpe cuando percibió una pequeña figura a su lado. Volteó rápidamente intentando cambiar su rostro por uno más tranquilo y sonriente, expresión que se borró casi de forma instantánea, sus ojos se apagaron y sus labios se apretaron en una línea recta. 

Para la mayoría de las personas, distinguir cuando Freddy tenía o no el control es difícil, los cambios no son perceptibles, necesitas prestar mucha atención y saber de antemano su condición y cómo se manifiesta. Para ella, quizás por ser su madre, la persona que pasa a su lado las veinticuatro horas, los siete días de la semana, había aprendido a detectar ese cambio. No sólo el ligero cambio en el tono de voz o la pérdida del brillo en sus ojos, también porque la expresión de su hijo era más pura e inocente, pero cuando tenía ese cambio de personalidades, su rostro se volvía sombrío y distante.

—¿Te encuentras bien?

Una tercera voz se hizo presente, tanto madre como... "trastorno", giraron para ver a una mujer mayor y de pelo castaño, con varias canas esparcidas. Ella tenía una expresión tranquila, pero preocupada.

—Me largo —dijo sin mas, rodeando al menor y dirigiéndose a su habitación.

—Pero...

—¡No voy a permitir que sigan tratando a mi hijo como un fenómeno! —No pudo controlar su tono de voz, terminó gritando y llamando la atención de varios de sus familiares, que se amontonaban frente a las escaleras para poder escuchar.

—Ni siquiera tienes un trabajo, ¿cómo piensas mantenerte con tu hijo? Mucha misericordia la que te tiene mi tía. —Las frías palabras de un hombre, que salía de la misma habitación en la que se había producido tal escándalo que despertó al menor, sólo provocaron más ira en la castaña—. ¿Es que acaso no piensas en el bienestar de tu hijo?

—¿Bienestar? ¿Intentar practicarle un exorcismo a un niño de nueve años es algo bueno para él? Digo, no sabia que era sano causarle traumas a mi hijo. —Miró durante unos segundos al pequeño, quien observaba la situación con incomodidad.

—¿Quieres galletas? —preguntó la mujer canosa mientras admiraba al menor con una cálida sonrisa. Conocía a su hija, no importa cuantos años pasen, seguirá siendo la misma que te metía un puñetazo en la cara si la hacías enojar, se estaba conteniendo por miedo a que su hijo se asustara. Esa personalidad tan agresiva era un misterio, todos en la familia eran demasiado sumisos y pacíficos, incluido Freddy.

¿Esa era su hija? Freddy la había cambiado demasiado, para bien. 

Para cualquier otra persona, sólo era un niño cualquiera que no destacaba en nada y su mayor particularidad era su condición peculiar, al tener una "segunda personalidad"; para el mundo, es otro más, para Marta era como un ángel que iluminó su camino. 

Inesperadamente extraño (Freddy x Bonnie)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora