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Se supone que William ya debió haberse ido al trabajo, aunque eso mismo había pensado el día que le rompió su peluche así que no estaba del todo confiado. Se encontraba parado frente a la puerta de entrada, planteándose si debía entrar. Si tuvieran coche sería más fácil determinar si está o no, porque dudaba que su madre algún día se animará a conducir, es una miedosa.

Abrió la puerta con lentitud, asomándose apenas, si llegaba a ver a William a los alrededores podía mandar todo al carajo e irse a la esquina a dormir, con las altas probabilidades de ser asaltado por algún malandrín de su barrio. Una vez entró a la casa, avanzó en dirección a las escaleras con el mayor sigilo posible, no escuchaba la televisión prendida, ni los ronquidos de borracho, tampoco el olor a alcohol, eso era buena señal.

—¿Theodoro?

—¡Hija de...! —exclamó, pegando un brinco, no se había percatado de su madre hasta que lo llamó, de todos modos su presencia era comparable a la de un mueble, así que no le sorprendía tanto ese hecho. Volteó a verla con el ceño fruncido, reclamando con la mirada el susto.

—Oh... perdón. Sólo quería decirte que no te preocupes, tu padre ya se fue al trabajo —avisó, encogiéndose en su lugar. El menor suspiró aliviado, al menos no debía darle vueltas a ese asunto, tomando en cuenta que iba a desvelarse haciendo tarea—. Eh... Theo...

—¿Qué quieres? —preguntó borde, cuando se trata de sus padres sale lo peor de él.

—Me imagino que no has comido en todo el día, ¿quieres que te caliente un poco de arroz? —Bonnie arqueó una ceja, extrañado por su repentina consideración, estuvo a punto de rechazar la oferta, pero recordó las palabras de la bibliotecaria.

—Por favor —murmuró apenas, como un leve balbuceó que nadie podría haber oído, a menos que tengas súper oídos o algo del estilo.

—¿Disculpa?

—Si te ofreces, acepto —respondió finalmente, dando media vuelta para dirigirse a las escaleras—. Voy a dejar mis cosas.

La señora no dijo nada, se limitó a observar su espalda hasta que desapareció en el segundo piso. Suspiró con alivio, le aterran los inexpresivos y fríos ojos rojos, quizás no se comparaba el peligro que representaba el padre en comparación del hijo, sin embargo, sentía que con Theodoro era más difícil tratar.

. . .

—¿Y... qué tal está? —cuestionó la mayor intentando romper el hielo.

—Podría ser peor.

—¿Le falta algo? ¿Sal?

—Es un decir, está bien —respondió con fastidio.

Desvió la mirada incómoda, no sabía qué hacer, normalmente Bonnie se cocina así mismo, calienta la comida a mitad de la noche o, de plano, no come en casa. Con el último pensamiento en mente, comenzó a cuestionarse dónde se quedaba su hijo cuando no llegaba, temía que anduviera en malos pasos, ya era suficiente con un borracho en casa. Ahora que recordaba, había oído que por dónde estudiaba el chico había un grupo de pandilleros o vagabundos.

—Quita esa cara, no te voy a matar —bufó el menor, sacando de sus reflexiones a su madre, quien asintió un poco nerviosa para aventurarse a salir de la cocina por unos breves segundos. Bonnie no prestó atención a este hecho, ni siquiera cuando la vio volver con una canasta de ropa que, supuso, debía pertenecer al Afton mayor.

—Estuve limpiando tu cuarto. —Al escuchar eso Bonnie dejó de comer y se levantó alterado—. E... encontré esto y estaba un poco empolvado, así que decidí lavarlo —habló con nerviosismo, removiendo las prendas y revelando al amado peluche del chico, quien reaccionó arrebatándoselo. Se sorprendió al ver cómo el chico se volvía a sentar, casi haciéndose bolita, mientras presionaba contra su pecho el peluche—. L... lo siento, sólo quería lavar tu ropa y lo encontré escondido, e... entiendo que no quieres que tu padre lo vea...

Inesperadamente extraño (Freddy x Bonnie)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora