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Oh bueno, esto terminó peor de lo que esperaba —pensó Freddy, presenciando la discusión de su tío con su esposa. Sus tías, el esposo de una de estas y su madre miraban todo con incomodidad, él estaba sentado a un lado de su abuelo observando con indiferencia.

—Teddy, ¿me puedes hacer un favor? —preguntó el anciano, ganando como respuesta una suave risa de parte del castaño.

—Abuelo, soy Freddy, Teddy es el pequeño. —Le recordó, el mayor formó una mueca de confusión, mirándolo con sus ojos entrecerrados.

—Creí que Freddy era el caballo.

Una sonrisa incómoda fue la respuesta del chico, pensar que existe una alta probabilidad de que terminara como su abuelo le daba gracia y a la vez tristeza—. ¿Qué necesita abuelo? —preguntó cortésmente, buscando ignorar lo de antes.

—¿Puedes ir a ver que los niños no bajen? Sería triste que el drama de esta mujer les arruine la navidad —pidió sonriendo dulcemente, un suave susurro: "Por supuesto" y un asentimiento fueron la contestación del menor, quien se levantó de la comodidad del sillón para dirigirse al piso de arriba, tratando de ignorar los fulminante ojos de aquella señora que decía ser la madre de sus primos.

Lo que necesita es unos buenos ver...

—Ganas no le faltan a mi madre y a mi tía —murmuró antes de entrar al cuarto donde se encontraban los niños jugando, tan ajenos a todo, bien dicen que la ignorancia es felicidad.

Su mirada se paseó por todo el cuarto hasta dar con el pequeño niño moreno, de cabellos chocolates, ojos azul marino y rubor natural en sus mejillas, las cuales eran regordetas y te daban ganas de apretarlas, cosa que hizo; se acercó al menor, agachándose a su altura y llevando sus manos a los cachetes del menor para pellizcarle, ganando como respuesta un quejido. Cuando lo vieron, todos los mocosos saltaron de sus lugares, acercándose para mostrarle sus nuevos juguetes, sus ojos brillaban de alegría y emoción, pero ninguno de ellos como Teddy Fazbear, o como a su tía le gusta decirle, Toy Freddy, porque parecía una versión tierna de él cuando era pequeño —además de parecer un muñeco—.

—¡Dy! Vamos afuera, ya nos aburrimos de escuchar a los papás de Ted y Rick pelear —suplicó la mayor de las niñas, colgándose de su cuello.

—Ah, se dieron cuenta —musitó.

—Pues claro, no somos pendejos. —Los ojos del castaño se abrieron al escuchar a Rick decir aquella grosería—. ¿Qué? No es como si esos dos no se la vivieran discutiendo, pero bueno, es divertido fingir que no sabemos nada, así nos consienten más.

—Es como lo de Santa, por dios, ¿en serio creen que somos idiotas? Sólo nos hacemos —presumió la menor de las niñas, sin dejar de peinar a su nueva muñeca.

Estos niños son hijos del chupacabras —balbuceó, observando aterrado a sus "primos", tenían caras de angelitos, pero eran más listos y manipuladores de lo que aparentaban; la primera grosería de Freddy fue a los quince y a esa edad aún no terminaba de aceptar que Santa Claus fuera en realidad su mamá.

—¿Qué pasa con Santa? —preguntó Teddy, ladeando la cabeza confundido.

—¡Que él no es gordo! Es una mentira de Coca Cola, ¿cómo podría entrar por la chimenea? —dijeron los cuatro mayores mirándole nerviosos, el menor pareció pensarlo un poco, trataba de unir todas las piezas en su cabeza.

—Suena lógico —susurró para sí mismo.

El resto suspiró aliviado, no eran tan crueles como para cagarle la infancia a Teddy. Freddy simplemente sonrío divertido y algo orgulloso de sí mismo; puede que no sea la gran cosa, tal vez todos exageraron la situación, sin embargo, él defendió lo que creía correcto, a pesar de los problemas que esto conlleva.

Pero no todo es color de rosa, menos para alguien tan inseguro como lo era él.

Inesperadamente extraño (Freddy x Bonnie)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora