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Música.
Qué palabra tan simple y tan rara. Bueno, supongo que como él. Sus padres jamás habían entendido como podía amar más que a las propias personas un concepto tan estúpido como aquél, pero era cierto. Amaba la música y aunque no cantaba bien, le encantaba escribir letras y letras infinitas. Poner en papel sus sentimientos, que luego transformaría en latidos y a su vez en voz. La música era su grito, su salvación, su perdición.
Ya habían pasado dos meses desde que sus padres le habían echado de casa por tener sueños estúpidos. Querer ser un rapero no era estúpido, pero sus padres no sabían ver más allá, no veían nada más allá de trabajo de oficina y eso le frustraba, eso le hacía querer escupir en la cara de sus padres y salir corriendo sin mirar atrás, pero sabía que no podía hacer aquello, que no debía, que no era lo políticamente correcto.
Pero es que lo políticamente correcto no iba con él.
Por eso, ahora estaba de camino a una batalla de gallos. Acababa de salir de trabajar y estaba más que agotado, ya que además, por si fuera poco, había tenido clases por la mañana. Pero, aunque hubiese tenido que recoger la mayor mierda de todas, él iba a ir a rapear con su grupo. Hacía unos días que formaba parte de un nuevo grupo callejero y la verdad es que no estaba muy a gusto. Nunca lo estaba en verdad. Se sentía fuera de lugar. Pensaba que no llegaba a la velocidad necesaria, que sus rimas no eran lo suficientemente buenas, pero aún así, esos pensamientos le ayudaban a componer más y más letras hasta finalmente hallaba una buena.
Cogió el metro y se coló entre el tumulto de gente para buscar un lugar en el que poder repasar la letra de su canción. Cómo odiaba apretujarse entre gente desconocida, tener que olerlos, respirar el mismo aire. Realmente lo odiaba, como muchas otras cosas, pero había problemas más importantes que lo que odiaba y lo que no. Definitivamente ese mes se quedaría sin comer unos días. El dinero no le daba para pagarse el transporte, los estudios y la comida, y todo se estaba empezando a notar en su cuerpo. Como odiaba todo, y sobretodo a sí mismo. Si pudiera transformarse en una piedra y quedarse quieto todo el día al sol, sin pasar hambre, sin sufrir ni aguantar el aliento de tigre del hombre que tenía delante, sería feliz.
Pero las piedras no pueden escuchar. Se encogió de hombros y decidió ponerse un poco de música con su discman para calmar sus nervios ante tanta gente. Hacía un tiempo que había vendido su móvil para poder comprar comida y billetes de tren, así que solo le quedaban los viejos discos de su hermano y esa gran máquina aparatosa y vieja. La abrió, metió un disco y le dio al play.
Al menos le ayudaba a apagar el mundo y encender su corazón.
Respiró hondo, su parada era la siguiente. La verdad era que no había podido ni siquiera leer la letra, no había espacio ni para eso. Cuando se abrieron las puertas del tren se dejó llevar por la multitud hasta que consiguió salir. Ni se molestó en llevar su pesada y molesta mochila delante para que no le robasen, ya que él no tenía nada de valor que pudiesen robar. Casi corrió por las escaleras del subterráneo, cuando por fin llegó fuera y vio el cielo oscuro. La ciudad parecía que quería tragárselo. Miró soñador las luces de las farolas, pensando en alguna canción, alguna letra que podría plasmar en papel, algo que le hiciese olvidar su vida por momentos.
De repente vio una pantalla enorme en la que salía un chico, un poco más joven que él, el cuál estaba creando entretenimiento, riéndose, pasándolo bien, era el presentador y parecía que estaba en su salsa. A veces cuando se comparaba con los cantantes famosos de K-pop se empezaba a sentir peor. Sabía que la mayoría de ellos lo habían pasado muy mal para llegar adónde estaban, pero sabía también que aquello de subirse a un escenario debía ser impresionante, hacer retumbar a la gente con tu voz. Crear un latido común y que las personas saltasen al ritmo de tu corazón. Ser iluminado por una luz, ser visto, ser juzgado, ser criticado...
Apartó la mirada de la pantalla y continuó caminando. Desde luego no era una vida para él.
«¿Acaso la que estaba viviendo ahora era una vida para él?»
Desde luego que no, pero ¿Qué más daba?
Se coló sin ser visto por un callejón oscuro y entonces vio las siluetas de sus compañeros. Corrió hacia ellos con rapidez y cuando llegó a su lado le miraron de soslayo, llegaba tarde de nuevo. Dejó su pesada mochila en el suelo, apagó el discman y sacó muchos papeles que les entregó a sus compañeros. Éstos al momento de ver la letra sus facciones se relajaron y le sonrieron satisfechos con su trabajo. Él seguía repasando unos versos que todavía no terminaba de memorizar, cuando le dijeron quienes iban a ser sus rivales, desde luego gente con la cuál era mejor llevarse bien.
Esperaron hasta que llegaron y empezó la batalla.
Fue una vapuleada por parte de su grupo. Les ganaron y no hubo nadie que dijo lo contrario. Pero al final mientras algunos pedían las letras de algunos de sus versos se le acercó el líder del grupo contrario. Tenían fama de ser los mejores por aquél barrio, pero estaba claro que ese puesto se lo habían quitado. Y esa derrota estaba reflejada en el rostro de su líder el cuál le estaba mirando en aquellos momentos con ojos de fuego. Le miró largo rato y cuando ya había guardado todo se dispuso a salir corriendo a coger el autobús, pero algo metálico y puntiagudo en su estómago le hizo quedarse estático.
El chaval ése le había colocado una navaja en la espalda y estaba esperando a clavársela en lo más hondo de su alma.
-Así que Agust D...
-Ése soy yo. -hizo una pausa, dándose la vuelta para encararle y mirar de frente aquella navaja. -Pensaba que te había quedado claro con la paliza que te acabo de dar.
El ceño del contrario se frunció aún más.
-No me gusta aprender los nombres de los hombres muertos como tú.
-Eh, eh. Calma chaval. No hay porqué lidiar con esas cosas. ¿Qué quieres?
Hubo una pausa en la que la presión de la navaja disminuyó, y la desesperación de Yoongi creció. Eso no era ni bueno ni malo.
-Quiero tus letras.
-Por supuesto. -le respondió seguro de sí mismo. El muchacho levantó las cejas sorprendido, no se esperaba aquello.
-¿Cuánta pasta tienes?
-No pienso pagarte.
-Pues siento decirte que no pienso dártelas sin nada a cambio.
-Mi pago es dejarte vivir.
-Mi vida no vale tanto.
El muchacho se quedó descolocado ante aquéllas palabras y apretó más la navaja.
-No seas idiota.
Una sonrisa se dibujó en sus labios.
-¿Qué hora es? -le preguntó y eso desconcertó aún más al chico. En cambio le respondió uno de sus compañeros que aún no se había ido. Yoongi sonrió.
Iba a perder el autobús.
Le pegó un puñetazo al chaval que tenía en frente y éste por inercia se defendió y atacó con la navaja. No le dio en el estómago, si no en el brazo y empezó a sangrar. Se tapó la herida con la otra mano, le dolía demasiado. Después vio la cara del muchacho y descubrió que estaba sangrando por la nariz, se la había roto. Hizo lo que mejor se le ocurrió: salió corriendo sin mirar atrás.
Le dolía, le dolía, le dolía. ¡Joder! ¿Por qué dolía tanto si había sido un arañazo de nada? Se miró el brazo y vio que no había sido un arañazo, era una abertura considerable en su cuerpo, y de la cuál no dejaba de salir sangre. Se empezó a marear, nadie le iba a ayudar, nadie jamás...

Cayó al suelo.

The Way We Became StarsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora