Antes

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Ruby caminaba sola en la casa, Dylan dormía su siesta mientras que Samantha y Michael estaban en el comedor.

La casa era grande pero no tanto, habían varias habitaciones y Ruby no conocía ni la mitad de ellas. En medio de su caminata se topó con una puerta que le llamó la atención, era blanca como el marfil, su perilla era dorada y estaba limpia, Ruby sintió que detrás de esa puerta estaba su descarga emocional...

Giró la perilla de la puerta y abrió esta misma, del otro lado había una simple habitación pero esta tenía una bolsa de boxeo y en un sillón medianamente grande que estaba contra la pared, había unos guantes para golpear la bolsa, también habían algunas manoplas para entrenar.

La chica se acercó con miedo ya que no sabía si estaba haciendo bien, se sentó en el sillón y se puso los guantes de boxeo, se los ajustó y luego caminó hasta la bolsa, imaginó en la bolsa la cara de la persona que más odiaba y esa persona era Samantha, odiaba la forma en la que la trataba...

Se preparó y comenzó a golpear la bolsa de boxeo con fuerza, cada vez la fuerza aumentaba. Se quedó así unos minutos bastantes largos, sus brazos se fortalecían con cada golpe. Los golpes aumentaban cada vez más haciendo que la chica traspirara un poco, que sus brazos se cansaran con cada movimiento, que su respiración se acelere y que sus manos le empiecen a doler. Luego de varios minutos descansó y se sentó en el piso a peso muerto... se sacó los guantes y vio sus nudillos rojos.

_Mierda... - murmuró al ver sus nudillos rojos.

Se quedó recuperando el aire sentada en el piso, su cabeza estaba en blanco, no pensaba en nada y miraba al vacío hasta que luego recordó una linda frase que le dijo su madre, su difunta madre...

_Nunca dejes que el temor a los que otros puedan pensar sobre ti, te impidan perseguir tus sueños - recordó Ruby mientras sonreía al recordar las palabras de su madre -. A veces... hay que gritar para callar esa voz interna que nos tortura desde hace tiempo - recitó -. El mañana está predestinado por el pasado, pero se juega hoy - volvió a decir -. Las personas no nacen siendo buenas o malas, nacen siendo un tablero de ajedrez... - dijo para luego callarse.

Se paró y siguió golpeando la bolsa, en su cabeza escuchaba la voz de su padrastro que le decía lo que siempre le decía cuando Ruby estaba mal: "Tu puedes pequeña", eso era lo único que escuchaba.

Siguió golpeando la bolsa con toda su fuerza. Esa tarde se desquitó, se descargó, esa tarde gritó sin alzar la voz.

Alguien tenía que hacer gritar a la chica rubia con ojos azules, y ¿quién mejor que una bolsa y guantes de boxeo para poder gritar? Michael había puesto eso para que el pudiera pasar el rato, pero nunca pensó que la chica lo hiciera en vez de él.

Alguien debía hacer que Ruby gritara, que se enojara, que se canse de su propio cansancio, tenía que transformar el dolor en un grito de liberación. Tenía que gritar bien fuerte, tan fuerte como para callar esa voz interna que la torturaba desde hace tiempo, esa voz que la odiaba.

Tenía que ser empujada hacía su propio límite hasta que pudieran dar ese grito que pondría fin al abuso. Tenía que poder gritar: "¡HASTA AQUÍ LLEGUÉ!".

Había que quebrarla, romperla, sacudirla para que pudiera liberarse de esa realidad. Se tenía que llenar de esa angustia que es aliada, esa angustia que se transforma en pedido de ayuda, en un grito de socorro.

Tenía que gritar para poder volver de regreso de la insensibilidad.

Era importante hacer audible la desesperación y el dolor, y que el desamparo se volviera grito. Era importante ayudarla a hacerse visible gritando: "¡AQUÍ ESTOY YO! Y HASTA AQUÍ LLEGASTE TÚ".

Tan diferentes pero tan igualesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora