CAPITULO 5:

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DICCIONARIO ANTIOQUEÑO (Léelo antes de empezar)

* Botar la tapa: Vomitar  / Ateridos: Congelados - con frío  / Pellejo: Cuello - garganta  / Voliar: Sacudir - mover  / Pilas: Tenga cuidado - estar alerta  / Maluca: Enferma - aburrida - triste  / Guineo: plátano pequeño que sirve para sopas  / Envolatar: Perder - confundir  / Casquisuelta: Desordenada - liberada - puta.

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Presente, Don Matías, Antioquia...

A las siete y cuarto de la mañana, la chiva de Don Guillermo apagó motores y todos se prepararon para descender. Los que iban dormidos, se acomodaron en las sillas intentando comprender dónde estaban; quienes estaban mareados a punto de botar la tapa, agradecieron que ya se detenían; los que andaban cargados con mercado o morrales se adelantaron a cogerlos del techo de la chiva o del suelo; y Paulina... Solo admiró los alrededores, con sus pequeños a su lado, bostezando y tan ateridos de frío como ella, a pesar de las chaquetas que se habían puesto antes de salir.

Según el chofer, el lugar al que acababan de arribar era Don Matías. También llamado «La Roma paisa» o el «Fortín lechero» por su belleza y ser uno de los pueblos más productores de leche. Tierra fría pero hermosa, que hacía sentir al visitante como si estuviera en Europa.

Sus ojos se recrearon de arriba abajo en las casitas de pueblo antioqueño, bien mantenidas y acogedoras; el parque inmenso y de calles amplias, además de las bancas para sentarse a ver caer la tarde y alimentar a las palomas. Y cerca de la iglesia y algunas tiendas, el mercado campesino, donde sus donmatieños podían vender como en cada pueblo, el producido en las finquitas. La fortificación inmensa que los creyentes denominaban iglesia, se le presentó imponente, al fondo, como presidiendo todo el paisaje. Paulina admiró sus torres de estilo neogótico y de color gris, y esa mole simplemente le generó respeto y quizás un poquito de indiferencia. Porque aunque era bellísima, casi como un castillo antiguo, de las historias que le inventaba a Emi para dormir; al no ser católica ni creer en el Dios de su abuelita, la parroquia no le parecía un sitio de interés para curiosear o frecuentar.

Los demás pasajeros de la chiva ya habían descendido cuando ella dejó de contemplar su nuevo hogar provisional, y solo quedaban allí, el conductor, sus hijos y ella. Emi despertaba y Jerónimo la miraba a la espera, listo para tomar los bolsos. Don Guillermo se les acercó.

—Hemos llegado a nuestro destino.

—Gracias por permitirnos subir. Estábamos de verdad muy cansados y con frío. 

El hombre le hizo una mueca despreocupada.

—Faltaba más, mijita. No podía dejarla allí en medio de la nada.

Paulina volvió a agradecerle.

—¿Cuánto le debo por los tres?—abrió su morral en busca de los ahorros que allí mantenía, no queriendo sacar todavía los billetes del sostén, frente a él.

—Nada. Ni se le ocurra, señorita Paulina—ella se levantó, con su pequeña en brazos.

—¿Cómo nada? Es su trabajo—él volvió a negar.

—Tómelo como un obsequio. Yo quería mucho a su madre, que en paz descanse—se signó—y más de una vez me hizo favores, salvándome el pellejo. Tenderle la mano a usted y sus niños es la mejor forma de pagarle esos favores. Amalia era una buena mujer.

Pao no contestó a ello, pues no tenía forma de saber si en efecto su madre fue buena. Ella nunca lo presenció. Posiblemente se le aplicaba el dicho: «Luz de la calle, oscuridad de la casa». Amable con las personas externas, y un demonio con ella que era la propia sangre.

ENTRE LA CRUZ Y EL CORAZÓN (COMPLETA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora