CAPITULO 89:

62 4 4
                                    

Cuando todos se fueron, y en la finca solo quedó el polvo de las llantas en la tierra, la soledad compartida con Abel, la golpeó más. Estaban solos. Estaban solos por dos días, viviendo por primera vez el ser marido y mujer. Ya no como el cura del pueblo y la empleada de la casa cural, sino Paulina Uribe y Abel Cardona. Esposos. Ella llevaría su apellido adherido al suyo, siendo la señora de Cardona. Sus hijos pasarían ahora a ser Emilia y Jerónimo Cardona Uribe. Nunca Pulgarín. Y aquellos hijos venideros con que los bendijera Dios en el futuro, lo llamarían papá. No padre, ni párroco. Papá.

Pasado un tiempo vivirían lejos de la tía, en una casita aparte. Si se sentía llamada de vuelta a Don Matías, sería en una finquita para los cuatro, cultivar sus alimentos juntos, tener animalitos, educar a sus pequeños en el santo temor de Dios, ver juntos la caída de la tarde, despertarse en sus brazos, tenerle la ropa lista y el cafecito recién hecho por las mañanas. Compartirían juntos nuevas lecturas, ella podría sentarse a sus pies para escuchar todas las bonitas historias de la biblia que él se sabía, e incluso permitir que sus niños fueran de vacaciones donde los hijos de William y Luzma. Y si vivían en la ciudad, ver crecer juntos a los niños, graduarse de la escuela y que aplicaran a algo que les gustara. Pasearían juntos por la ciudad, ella tomada de su mano. Ese futuro se convertiría en el más maravilloso de los presentes. Ella lo tendría toda la vida a su lado, sin temor a perderlo.

Como siempre debió ser.

Sonrió para sí, mientras la tarde terminaba de caer y la noche ya estaba encima. Su primera noche juntos. Unos brazos la rodearon en la cintura desde atrás y luego le besaron el hombro.

—Tu tía dejó ya la cena dispuesta para los dos. Solo falta calentarla, por si quieres que comamos ya.

Recostó la espalda contra él.

—Porque un pajarito me contó que no quisiste almorzar mientras te arreglaban en la pieza.

Paulina suspiró.

—Fue porque estaba nerviosa. No me entraba el arroz con pollo de mi tía. Aunque ahora si te admito que tengo un poco de hambre.

Volvieron a la casa.

—¿Entonces lo caliento?

—Vale. Yo me desprenderé de los tacones. Luego de comer hay algo que me gustaría enseñarte.

Y solo con ese comentario él le sonrió con picardía.

—¿Ah sí? ¿Eres tú dentro del paquete o algo parecido?

Le ayudó a quitar la chaqueta del traje para que se metiera a la cocina a preparar la cena para ambos.

—Puede ser.

Un beso como adelanto de todo lo que les esperaba esa noche, y él se alejó sonriente a la cocina, recogiéndose las mangas de la camisa casi a los codos, y ella yendo al cuarto para cambiarse los zapatos por algo más cómodo.

Ya se desprendería del vestido cuando le diera su sorpresa.

************

Minutos más tarde, y como una pareja recién casada fuera de lo común, sin fiestas extravagantes y viajes de luna de miel, comieron la cena que la tía les dejara, sentados en el patio de la finca, con la luna por compañía. Todo calientito y delicioso, y acompañado por copas de un vino que William y Luzma les regalaran. Recordaron todo lo vivido juntos y las nuevas aventuras que se les venía, brindando a la salud y felicidad de los dos. Luego vieron la noche como ya era costumbre, con su cabeza contra el hombro de él, y las manos entrelazadas.

—Tiene tanto encanto ver ahora la noche en silencio—lo escuchó susurrar

—Y más si es con la persona que quieres, ¿verdad?

ENTRE LA CRUZ Y EL CORAZÓN (COMPLETA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora