CAPITULO 10:

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DICCIONARIO ANTIOQUEÑO (Léelo antes de empezar)

* Raspón: Herida provocada por la rozadura de la piel contra el suelo  / Enfurruscar: Enojar / Cumbamba: Barbilla - mentón / Peladura: Herida abierta pero pequeña.

****************

Él lo había visto todo.

Desde la llegada de la mujer al parque con los niños, hasta como se quedaban ellos jugando mientras ella recorría los locales del parque. Las palomas a su alrededor le reclamaban los preciados granos de maíz, piando y arrullando. Pero él no dejaba de ver lo que hacían ambos pequeños, y porque la mujer los había dejado allí.

No perdió detalle de como el que parecía ser el mayor, cuidaba unos bolsos pero no le quitaba los ojos de encima a su hermanita; y menos de cuando la niña corrió y gritó con los brazos extendidos persiguiendo a las palomas. Su gato, Figgaro, sentado sobre su hombro, bastante viejito y ya que empezaba a ver más o menos poco, también la siguió con la mirada. Incluso cuando no calculó bien la velocidad a la que iba y se fue al suelo de frente, golpeándose la barbilla y las rodillas.

Como buen samaritano que su religión le había enseñado, se puso de pie de un salto dejando la bolsa de maíz y corrió para auxiliar a la niña. No lloraba todavía, pero si parecía muy asustada.

—Ya pasó, tranquila—se acuclilló a su lado ayudándola a levantar y vigilando si se había quebrado una mano o pie.

Solo tenía raspones en una de sus rodillas, el codo y la barbilla.

—¿Estás bien?

Le limpió con un pañuelo los moretones y la mugre de las piernas. La niña solo lo miró con lágrimas en los ojos que no llegaron a salir, quizás queriendo hacerse la fuerte.

—Me caí—gimió.

—Lo sé—intentó sonreírle alentador.

Aunque los niños no es que se le hubiesen dado de maravillas.

—Pero ahora ya pasó y estás bien.

No tendría más de seis años, con sus cabellos castaño claro, ondulados y unos preciosos ojos claros. Nunca la había visto por el pueblo ni a su madre y hermano tampoco. De lo contrario los recordaría. Cuando la pequeña se miró los raspones estuvo a punto de largarse a llorar. No tuvo otra forma de distraerla que mostrarle a su gatito, mientras el hermanito parecía venir corriendo a ellos.

—No llores. ¿Quieres conocer a mi gato? Le gustan mucho los niños—inclinó el hombro y dejó que la pequeña viera al minino.

Las lágrimas cesaron entonces, reemplazadas por una sonrisa de curiosidad, y cuando al acariciarlo el gato cerró los ojos y ronroneó, la pequeña se olvidó por completo que se había caído.

—Es muy bonito. ¿Cómo se llama?

—Figgaro—su gato le lamió la manito y la niña comenzó a reír—dile que estás encantado de conocerla, Figgaro.

—¡¡Emi!!—gritó el niño cuando llegaba a su altura.

—Hola, Figgaro. Yo soy Emilia.

El ronroneó más y la niña lo miró.

—¿Cómo te llamas? Yo soy Emilia. Estoy con mi hermanito y mi mamá.

Cuando él pensaba presentarse, el niño que tendría tal vez diez u once años, llegó y la apartó poniéndola detrás de él.

—Emilia, no te le acerques. Mamá dice que no debemos hablar con desconocidos. 

La pequeña volvió a asomarse, mientras él se ponía de pie.

ENTRE LA CRUZ Y EL CORAZÓN (COMPLETA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora