CAPITULO 85:

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Si los vecinos de su tía la querían y preocupaban por ella, con el grito que lanzó al ver el anillo en su mano a la mañana siguiente, debieron asustarse y preguntarse qué le pasaba. Y es que pareció más feliz que ella, dando saltos abrazada a Milena y luego abrazándolos a ambos en la mesa del desayuno.

Habían llevado a los niños juntos a la escuela, y luego de prometerles que Abel ya no se marcharía, entraron tomaditos de la mano al salón de clases. Luego ambos regresaron tomados de la mano como una pareja normal y llegaron al tácito acuerdo de que primero le darían la noticia a la tía y Milena, y en la tarde se sentarían con los pequeños para explicarles lo que pasaba. Ahora habían desayunado y fue Abel quien dio el anuncio, mostrándoles después la mano de ella con la sortija.

—¡Ya iba siendo hora!—gritó Milena mientras la abrazaba con fuerza, y con sincera felicidad en la sonrisa de sus labios—ea María, si ustedes dos me tenían sufriendo.

—¿A ti sola, Milena?—la tía Ismenia también se metió a la conversación mientras abrazaba al nuevo miembro de la familia—yo apenas me entero hace nada, y ya me tenían comiendo uña este par.

Ella volvió a estar en brazos de Abel, con su mano en la cintura.

—Lamentamos ponerlas a sufrir, yo más que Paulina—anunció él—pero ya no habrá más sufrimiento. Ya comprendí muchas cosas—la miró con suma ternura—y no estoy dispuesto a dejar ir a esta preciosura de mujer.

Se sintió avergonzada por las muestras de cariño que él le prodigó delante de los demás, besándole la sien y el hombro. Pero qué feliz la hacía por fin no tener que esconderse más. Dormir en sus brazos después de haber hecho el amor de manera dulce y apasionada, y sin temer que los encontraran y cometieran pecado. Despertarse con sus besos y que en público pudiera llamarla "mi amor". Mientras el se bañaba para acompañarla a llevar a Emi y Jero a la escuela, ella había admirado su sortija en el dedo, con lágrimas en los ojos por todo lo que habían alcanzado juntos, por ser escogida cuando antes nadie lo había hecho, y por esa declaración tan preciosa que le había dado la noche anterior. Horas enteras habían pasado mirándose y ella seguía sin creer que se iban a casar. Que podría llamarlo suyo. Su esposo, su Abel. Y mejor todavía, que sus hijos tendrían su apellido y no el de Jesús Pulgarín.

—Bueno, yo quiero saber—su tía la hizo volver en sí—¿para cuándo será la boda? Estoy impaciente por verlos juntos al fin.

Ella lo miró, y él parecía un poco incómodo.

—Esa podría retrasarse un poco, Ismenia. Mi licencia del Vaticano sale más o menos en un año.

Y Pao podría esperar una vida entera, pero ese era un tiempo que no tenían ahora, si querían evitar que su padrastro se saliera con la suya. Más, porque figurando Jero y Emi como los hijos de ese señor, él podría reclamarlos y denunciar porque no podía tenerlos cerca.

—¡Ese es un tiempo que no tienen!—se quejaron ambas mujeres mientras ella seguía callada—Jesús Pulgarín puede aparecer en cualquier momento.

—Salvo que nos casemos por lo civil—la miró—no había sugerido esa opción porque sé que quieres por la iglesia, pero sería lo viable por el momento.

—A mi no me molestaría, si sé que pasado ese tiempo de espera, te tendré también por la iglesia.

Las mariposas volvieron a su estómago.

Ella sí quería las cosas bien hechas desde la iglesia y el permiso de Dios – eso teniendo en cuenta que rompían unas cuantas reglas al haber intentado quitárselo. Pero si podía ser por ahora en lo civil y esperar por el matrimonio santo... ¿Qué eran unos meses, comparado con lo que estuvo esperando que él mirara en su dirección y la amara?

ENTRE LA CRUZ Y EL CORAZÓN (COMPLETA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora