CAPITULO 74:

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—¡Mami, mira como corremos de rápido!—siguió con la mirada a Emi, que sujeta por Milena se deslizaban en un cartón grande por una pequeña ladera de su finquita, a lo tobogán de parque de diversiones—vamos rumbo a la tumbaaaaaaa.

Jerónimo, a su lado y comiéndose una manzana, se carcajeó por el comentario de su hermana.

—Si muero, no le dejes a Jero los dulces que me dio el padre Luiiiiiis.

Las risas de su pequeño cesaron, al mismo tiempo que la niña y su amiga llegaban al final de la colina, riendo e ilesas.

—¡Esos dulces me tocan por derecho de hermano mayor!—gritó de nuevo, y aunque Emilia hablaba en ese momento con Mile, pidiéndole que volvieran a lanzarse al llegar arriba de la colina, escuchó a su hermano y se negó a darle los caramelos.

—No te los daré si me los como todos de una cuando volvamos.

Pao solo suspiró tranquila, viendo a sus hijos felices, y disfrutando de la caída de la tarde; y que Abel se mantenía muy lejos.

Luis había ordenado, aunque no era el jefe ni superior de Abel, que ella se tomara unas vacaciones de una semana. Nadie lo cuestionó. Por eso desde ese veinticinco de diciembre y tras la misa obligatoria por fiesta de guarda, y el destapar los aguinaldos con sus pequeños; los tres habían emprendido descanso para la finca de Milena. Lugar donde habían permanecido esa semana completa, gozando de la frescura del campo, lejanía del bullicio del pueblo, de la tentación de Abel, y con sus niños curioseando y jugando por los prados y con los animalitos con los que antes habían crecido. Su retorno estaba previsto para la mañana del día siguiente, treinta y uno de diciembre, y gracias a Dios sin ver al padre Abel, pues según Luis, pasaría las fiestas con su hermano en Yarumal y no regresaría hasta el dos de enero.

Semejante respiro de él estaba teniendo su corazón.

El descanso en la finca le había permitido apaciguar su alma y llorar con libertad, soltándolo. Porque su presencia le machacaba en la cabeza lo que nunca podía ser y eso dolía. Esperaba que cuando se volvieran a encontrar se sintiera más fuerte y no deseara matarlo con sus propias manos. Porque él no sería el de antes y mucho se lo había demostrado ese día de la natividad antes de ella marcharse y cuando se repartían los regalos conmemorando el nacimiento del Señor. Un bello Rosario de perlitas diminutas y en plata, colgaba de su cuello, bendito y como demostración de la compañía constante de Mamita María a ella. Pero la forma en que le había hecho entrega de él, no fue ni sombra de su trato acostumbrado. No la había mirado a los ojos y el ambiente había sido demasiado tenso para todos.

Pero así tendría que ser. Y así debería haber sido desde el principio.

Emilia la hizo volver en sí cuando se arrojó a sus brazos, echándole las manitos al cuello.

—Mami, tengo sed. Fuimos muy rápido y estoy seca.

Milena le puso la mano en la espalda.

—En la mesa hay unos refrescos de cajita, por si quieres tomarlos.

La pequeña corrió contenta y cuando se quedaron solas las dos, tras la marcha también de Jerónimo por el refrigerio, su amiga la rodeó con un brazo, sentada a su lado en la manga. El cielo pintado de naranjas y rosas por el sol que se ocultaba.

—Ay, mi negra. Lo estás haciendo muy bien aunque duela.

No la miró.

—Parecía sencillo soltarlo. No sé cómo tengo fuerzas para disimular con Jero y Emi que no me pasa nada.

—No tienes qué, gorda. Tus chiquitos son más listos de lo que crees. Estoy segura que Jero ya lo presiente. ¿Por qué si no se la pasa pegadito a ti? Te cuida.

ENTRE LA CRUZ Y EL CORAZÓN (COMPLETA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora