CAPITULO 47:

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* Ea María: Expresión que denota asombro / Tomarse de ruana: La ruana es una especie de suéter sin mangas en el que solo se mete la cabeza por un orificio y brinda abrigo en todo el cuerpo. Pero la expresión hace referencia a pasar por encima de los designios de Dios  / Copiar: Entender

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Diez minutos más tarde, ya estaban sentados cerca del oratorio, y aunque según su amigo Paulina ya había regresado de la reunión, tendrían privacidad porque él le había pedido que no los interrumpiera mientras trataban un asunto serio. Y Pao ni había preguntado el qué o si las cosas estaban bien. El padre Luis inició la confesión muy serio.

«Ave María Purísima».

«Sin pecado concebida, María Santísima»—respondió él, haciéndose la señal de la Cruz.

—Jesús y yo somos todo oídos, Abel.

Él suspiró.

—He roto mi celibato, Luis. Esa mujer me trastornó. He pecado y me arrepiento—él afirmó.

—¿Paulina?

Le costó mucho pero finalmente lo pronunció.

—Paulina. Solo Dios sabe cuánto he luchado con esto y las veces que le he pedido que me ayude, pero la carne me ha ganado. La deseo como nunca me había pasado, y la quiero. No puedo dejar de pensarla día y noche.

Luis no lució incómodo en absoluto. Ellos como sacerdotes tenían que escuchar infinidad de cosas como esas y hasta peores. La gran diferencia era que él no era un hombre del común. Era un sacerdote que tenía que responder por una vocación y unas promesas.

—Bien. Es necesario preguntarlo. ¿Has sostenido relaciones sexuales con ella?

Lo negó, aunque su corazón deseó que sí hubiese sucedido.

—En ningún momento.

—Pero sí cierto grado de intimidad, ¿verdad?—él permaneció en silencio como si la lengua le pesara dentro de la boca—¿Abel?

—Sí. Cierto grado de intimidad sin llegar al culmen de la relación sexual—Luis volvió a afirmar.

—Está bien. Solo tengo dos preguntas que hacerte y no indagaré más. El tema es muy delicado pero yo no tengo por qué juzgarte. ¿Quién soy para ello?

—Solo dilo.

A ver si acababan con esa tortura tan vergonzosa.

—¿Ella sabe de esto que tú sientes? ¿Y a su vez siente lo mismo? Son dos preguntas en una.

—Sí, se lo dije—carraspeó—hace unos días se lo hice saber y que tenía que alejarme. Pero ella me dio a entender que estaba sintiendo lo mismo y no pudimos alejarnos. Me quiere.

—Claro que lo hace, Abel—pensó un momento—gracias por no negármelo. Porque aunque yo soy prudente y no he dicho nada a ninguno de los dos, ni he cambiado mi trato, lo intuía todo. La pobre no sabe disimularlo. Y no es malo que te tenga cariño—levantó el dedo y lo señaló en el pecho—lo malo es que me le des falsas ilusiones. Somos sacerdotes, lo sabes. Y no es justo con ella que permitas que se quede esperando un amor correspondido que no pasará—él agachó la cabeza—porque no se te ha pasado por la mente el dimitir, ¿verdad?

Agradeció que ella no estuviese escuchando o se le rompería el corazón por lo que él iba a decir.

—Me gusta Paulina, Luis. Y la estoy empezando a querer demasiado. Pero no deseo sacrificar la vocación que Dios me puso en el corazón por ella.

ENTRE LA CRUZ Y EL CORAZÓN (COMPLETA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora