CAPITULO 13:

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DICCIONARIO ANTIOQUEÑO (Léelo antes de empezar)

* Bozo: Bigote  / Peo: Gas - pedo

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Pasaron solo cinco minutos con la espalda dolorida del peso de uno de los bolsos, y de Emilia, cuando el seguro de la puerta traqueó y se abrió, revelando a un hombre altísimo.

—Buenas tardes.

Paulina lo recorrió de abajo hacia arriba, desde sus zapatillas negras lustradas, un pantalón y camisa del mismo color; y finalmente el rostro...

«Virgen del agarradero, llévame a mi primero». Fue lo primero que pensó al contemplar al hombre bastante joven que tenía delante. Barba y bozo al igual que sus cabellos, de color castaño. Estos últimos le llegaban al cuello en unos rizos. Pero eso no era lo impactante y lo que la hizo quedarse sin habla. Lo pasmoso eran sus ojos verdes, que aunque serenos y amables, intimidaban por lo profundos que eran.

—¡El señor de los pájaroooos!—gritó Emilia animada, y él le sonrió—mira, mami. Es él.

—Hola, Emilia—contestó con una voz grave y masculina, pero para nada seria.

¿Quién sería ese señor? ¿Ayudante de la casa? Posiblemente. El párroco era viejito, y ese hombre para nada lo era.

—Sí. Buenas tardes, señor. Estoy buscando al padre, si no es molestia.

—Por supuesto—el hombre extendió las manos en lo que parecía un gesto conciliador. 

Pero ni siquiera se movió un paso para ir a buscarlo, solo la observó con interés.

—Es... para ya. Qué pena acosarlo.

—Lo sé. Dígame en qué puedo ayudarla.

Paulina lo miró, contrariada.

Ya se lo había dicho, ¿Por qué volvía a preguntar?

—Em... ya se lo dije. Al padre. Al párroco.

—La entiendo, señorita. Dígame.

—Que ya se lo dije, señor. Necesito hablar urgente con él. Es muy importante—empezó a exasperarse.

—De acuerdo. ¿Sobre qué?

Frunció el ceño.

¿Qué tal este tan entrometido?

—Lo siento pero eso no es asunto suyo, señor. Si puede llamarme al padre, bien. Si no, entonces dígame de una vez y me voy.

Esperaba que con eso el hombre se sintiera mal y le pidiera disculpas para después entrar a buscar al superior de él. No que iba a mirarla rascándose una ceja y soltaría a reír como si ella fuera un payaso de circo.

—Usted no es del pueblo, ¿cierto?

Lo miró de arriba abajo.

—¿Por qué la pregunta?

Él alzó los hombros, y miró un segundo a sus pequeños.

—Pues porque busca al párroco de aquí, y técnicamente lleva cinco minutos hablando con él. Entonces no me conoce.

La boca se le abrió, y ella no supo qué decir al respecto. En primer lugar porque no pensó que tal vez él era el hombre que buscaba. Y en segundo lugar, porque su madre le había vendido una imagen muy distinta de lo que eran los curas.

En pocas palabras, el hombre que estaba delante no tenía cara de ser un sacerdote. No tenía siquiera cara de provocar pensamientos santos.

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ENTRE LA CRUZ Y EL CORAZÓN (COMPLETA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora