CAPITULO 19:

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DICCIONARIO ANTIOQUEÑO (Léelo antes de empezar)

* Verracos: Expresión que denota rabia - cerdo sin castrar / Chapalear: Revolverse - sacudirse - mover los pies y manos  / Foquiar: Dormir profundamente / Molido: Cansado - agotado  / Corretear: Correr  / Bochinche: Ruido - gritos y risas  / Mendiga: Insulto referente a alguien pobre / Mugrosa: Insulto que representa a persona sucia, desordenada / Embalar: Estar en problemas  / Puerca: Sucia - maldita  / Maldinga: Maldita / Zunga: Puta - zorra

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Yerbalito, Belmira...

Sintió que se ahogaba.

El aire no quería entrar en sus verracos pulmones. Todo lo contempló oscuro y desconocido, hasta que chapaleó como un cucarrón que está patas arriba, y despertó.

Luego se cayó de la cama.

Se había quedado dormido como una piedra, bocabajo y tapándose él mismo la nariz con los almohadones.

—Maldito trago que casi me mata—gruñó pasándose las manos por la cara.

No sabía qué día era, y si había pasado demasiado tiempo desde que se foquió con el aguardiente que le diera Paulina. A duras penas sabía dónde se encontraba.

Molido por la resaca, con un fuerte dolor de cabeza, y con la misma ropa que se había dormido, se levantó de la cama. Necesitaba un caldo de costilla para estar de ánimos, porque en breve comenzarían a corretear y armar bochinche esos mocosos por toda la casa, y le colmarían la paciencia.

—¡Paulina!—gritó saliendo del cuarto a tropezones y como si siguiera adormilado—arrégleme el desayuno a la de ya.

Pero nadie contestó. Ni el ruido de una mosca se sentía en la casa. Que aunque la recorrió hasta al patio trasero, se halló solo.

¿Dónde se había metido esa casquisuelta?

—Espera a que te encuentre, mendiga mugrosa.

Pero Paulina no estaba allí. Ni para hacerle el desayuno y atenderlo; mucho menos para el montársela por rebelde.

—Mínimo se fue para el pueblo con los mocosos, y me deja a mi embalado sin comer. Vida tan puerca.

Fue entonces a la cocina a buscar algún trago, y después más despierto poder bañarse para buscarla en Belmira.

En el reloj de pared se marcaban las diez de la mañana.

Sirvió el aguardiente en una copita que había en el lavadero, pero antes de tomárselo, algo captó su atención. Escondido en un rinconcito, detrás de unas ollas, había un frasquito color café, con algo que parecía un remedio.

—¿Y esto qué es?

Miró la etiqueta no entendiendo lo que era, pero parecía ser una bebida con hierbas medicinales. Lo destapó oliéndolo y el amargo olor casi lo hace vomitar.

—¿Será que esta es de verdad bruja?

Porque ese era uno de los rumores que corría por Belmira. Como la hija de Amalia había nacido un treinta de octubre, vísperas del halloween, todos comentaban que la muchacha era una bruja; que incluso con la mirada podía echar maldiciones.

Y con lo que acababa de encontrar no le quedaban dudas.

Echó el frasco a la basura que estaba bastante llena de moscas, y solo entonces, viendo lo dejada que estaba la casa, tuvo una corazonada.

—Vos no serías capaz, maldinga zunga.

Un poco más despejado, corrió fuera de la cocina con dirección al cuarto, notando por el camino que unos billetes que él dejara en la mesa de la entrada no estaban; curioso, si él no recordaba haberlos movido de ese lugar. Al entrar de nuevo al cuarto y hurgar entre todas las cosas que él sabía eran de Paulina, vio que no había nada. Ni ropa, las pocas alhajas que tuviera, zapatos y mucho menos ropa de sus hijos.

—No pudiste hacerlo, condenada.

¡Se había ido!

La muy zorra se había escapado.

Sentado en la cama con la ira royéndole las entrañas, ató cabos. Ella le había dado un aguardiente al regresar del bar. Eso había sido...

¡Mierda, hacía dos días!

Y se había escapado con los niños.

—¡Bruja, hija del demonio!—gritó arrasando con todo lo que había en la mesita de noche. Unas botellas de cerveza, tarros de ungüentos y hasta una lámpara de noche.

Paulina lo había envenenado posiblemente con ese asqueroso remedio que él se había encontrado escondido, y después se le había volado de las manos.

Rompió también las sábanas y arrojó lejos todas las mantas.

Lo iba a escuchar. Cuando la encontrara lo iba a conocer. Esa bruja no andaría suelta haciendo más diabluras de las suyas.

Buscó su machete y las botas para ponerse.

—Vas a desear nunca haber nacido, puta.

Todo lo que le hiciera en el pasado, no sería nada con lo que le tendría preparado. Cuando salía de la casa, apretando los puños, algo lo hizo refrenarse.

—¿Y si la bruja no era ella? ¿Y si alguien más le dio el brebaje?

Agarró a correr por el caminito con una sonrisa perversa en el rostro.

Le haría la visita a una mujer que sin dudas le daría respuesta de qué era lo que Paulina le había echado en el aguardiente, y donde encontrarla.


NOTA DE AUTORA:

PAULINA EN MULTIMEDIA

NOS VEMOS EL VIERNES

LAU<3

LAU<3

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ENTRE LA CRUZ Y EL CORAZÓN (COMPLETA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora