CAPITULO 23:

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Sacando fuerzas de donde ya no le quedaba ni una gotita, Paulina se arrodilló frente a la niña que no dejaba de llorar y miraba con horror el lugar y a su maestra.

—Cariño, es hora de ir a estudiar—su pequeña negó—aprenderás muchas cosas que mami no puede enseñarte y luego vendré por ti al medio día.

—Me quiero ir contigo. No me dejes aquí.

Le acarició las mejillas limpiando las lágrimas, intentando apaciguarla, cuando por dentro ella misma se estaba desmoronando de verla asustada.

—Lo sé, mi amor. Pero no se puede. Es necesario que estudies. Ayer lo hablamos antes de la hora del cuento.

—Dijiste que estarías con nosotros. Lo prometiste—gimoteó

—Mientras entrabas a tu salón. Pero debo irme al trabajo. A tenerte la comida lista. ¿No te gustaría?

No supo si la rectora y la maestra estarían enojadas por el casi berrinche que hacía Emilia, pero poco le importó. Su único interés era calmar a su princesa, que supiera que estaría bien, aunque ni ella misma sabía si sería así.

—¿Y si yo te ayudo a hacerlo? Así no me dejarías. Estaríamos las dos juntas.

La profesora sonrió maternal y paciente, sujetando a Jerónimo de la manito.

—No, cariño. Tú vas a estudiar. Tienes que hacerlo—buscó algo más que explicara porque tenía que hacerlo, y dijo lo primero que se le pasó por la cabeza, a pesar de no saber si mentía—si tú no estudias, yo puedo ir a la cárcel por negarte el derecho a aprender. Me encerrarán tras unas rejas duras, y ahí sí que me separarían de tu hermanito y de ti.

La pequeña negó, con ojitos suplicantes.

—Eso no es tan malo, mamá. Yo podría ir a visitarte todos los días. ¿Por qué la encerrada tengo que ser yo?

La rectora se inclinó a su lado.

—No estarás encerrada, Emilia. Aprenderás muchas cosas interesantes que después le contarás a tu mamá. Harás amiguitos en los recreos y estarás en el mismo salón que tu hermanito.

Y cuando Paulina quiso desprenderse de ella para que fuera con la profesora, Emilia se aferró con uñas y dientes, escondiendo el rostro contra su cuello. Miró al cielo.

No la tendrían fácil.

—Yo no quiero—volvió a llorar—quiero irme contigo, mami.

Paulina no supo qué más hacer. Había intentado convencerla con todos los recursos y palabras posibles, pero ya no se le ocurría nada. Hasta que se acercó alguien a ayudarla.

El padre se acuclilló a su lado.

—¿Emi? ¿Puedes mirarme?

La niña negó, aun con su carita oculta.

—Soy yo, tu amigo el señor de los pájaros—solo lo miró por un resquicio del brazo—sé que no te gusta separarte de tu mami, pero no estarás sola. Aquí habrá muchas personas que te querrán y se mueren por ser tus amigos. Muchos niños con los que podrás jugar y contarles quién es Emilia.

—¿Cómo lo sabe?

—Porque yo los conozco. Además en tu salón hay un amiguito muy especial—le tomó la manito entre las suyas—se llama Romeo.

—¿Romeo?

Eso capturó la atención de su hija, que levantó el rostro, mirándolo con interés.

—Así es. Se trata de un pececito dorado. Podrás alimentarlo si quieres, y la profe Soledad te lo enseñará. ¿No te gustaría poder sentarte junto al pescadito?

ENTRE LA CRUZ Y EL CORAZÓN (COMPLETA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora