CAPITULO 32:

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Esa noche contraria a las otras no fue tan fría, y por eso le pidió que se sentara con él en el balcón. Aunque sabía que no hacía bien desde su vocación. Tenerla cerca y después de lo sucedido en la tarde. Pero no podía evitarlo. Quería tenerla a su lado, platicarle. Que se sentara junto a él hasta el punto que sus brazos o rodillas se tocaran sin querer. Y si podía hacer uso de su misma religión para ello, que así fuera. Que se mataran dos pájaros de un mismo tiro. Atraerla hacia los brazos del Padre, pero a la vez tenerla a su ladito. A pesar de que el beso nunca volviera a suceder. Eso se olvidaría desde ese mismo día. Había sido un completo error que jamás de los jamases se debía repetir. Suficiente traicionó con ello sus promesas del día de ordenación, para que le causara una herida más al Señor y la iglesia.

Ella era prohibida.

Una tentación a la que se debía negar.

Su perfume y el ruido de sus pasos la precedieron antes que su presencia, y cuando la tuvo a su lado, le sonrió amable. Traía los cabellos sueltos a media espalda, y dos tazas humeantes en las manos.

—Pensé que te arrepentirías.

Y de verdad que una parte pequeña de él, esperaba que sí lo hiciera. De esa forma, aunque se desilusionara, le haría un bien a su vocación. Pero la parte de él que más anhelaba verla había ganado atrayéndola con el pensamiento, y Pao ya estaba allí. Frente a él.

—No creo en Dios, pero sí algo sí soy es curiosa, y me interesa conocer la historia que me ibas a contar.

Le hizo espacio en la banquita de madera y contemplaron juntos la noche, después de que ella le pasara su chocolate. Una brillante luna casi llena haciéndoles de farol en un bello cielo límpido y colmado de estrellas. Después de tantos días de lluvia y frío.

—Lo escucho.

—¿De qué?—fingió no entender o no saber. 

Ella alzó las cejas.

—Padre, no vine aquí con dos tazas de chocolate solo para ver la noche.

—¿Y por qué no? Tiene su belleza hacerlo. Mirar lo infinito del cielo sin pensar en nada, recibir la pasividad que ella otorga después de un día agotador. Maravillarse con la luna tan constante, que a pesar de sus fases y que no todos los días aparezca en el firmamento, ella está ahí—se la señaló, casi tan redonda como una arepa de maíz blanco—hay quienes creemos que ella es la representación de la Madre del Creador. Que verla a ella es como ver a María—Paulina no pareció entenderle—mientras que el sol en el día es tan brillante que no podemos verlo porque enceguece, y eso se compara al poder de Dios; la luna refleja la dulzura y un brillo menos potente y humilde como el de María. Su serenidad.

Ella le dio un sorbo al chocolate.

—A eso me refiero nuevamente, ya que lo menciona—la miró—¿Cómo puede ser todo Amor, alguien al que no se puede mirar por su poder, como el sol?

—Parte de eso lo irás conociendo en el catecismo si lo aceptas tomar, pero yo podría resumirlo en el mismo calor.

—¿Calor?

—No puedes mirar al sol pero lo puedes sentir. Enceguece a la vista pero colma con su calor y semejante a la luna, siempre sin falta sale todos los días. Alumbra y calienta para malos y justos. Así es nuestro Padre. Con tanto Poder como Amor. No lo puedes contemplar pero sí sentir. Te lo explicaré en la historia que te dije.

—Cuéntamela. Muéstrame quién es Él.

Y él lo hizo. Le habló de uno de los tantos libros de la Biblia como era el Evangelio de Lucas. Y más precisamente Lucas capítulo 15 versículos del 11 al 32. La parábola del hijo pródigo. Aquella donde el hijo de un poderoso rey se había marchado de la casa tras pedirle con ambición su herencia. Como se la había gastado en fiestas y comida con los amigos hasta tener una vida completamente desordenada, y verse después solo y mal en el mundo cuando todo el dinero se le fue de las manos; incluso, hasta comer sobras de los marranos.

ENTRE LA CRUZ Y EL CORAZÓN (COMPLETA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora