CAPITULO 95:

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Como era habitual al saberse embarazada, lo primero que decidió hacer Paulina antes de planear una cosa o la otra, incluso la boda por la iglesia que ya era posible, solicitó cita en el seguro social para que le dieran el permiso de una consulta médica con ginecobstetra y saber el estado del bebé. Y cuando se la concedieron para dos días más tarde, parecía más Abel el paciente que ella misma, de la ansiedad que tenía.

Llevaron a los niños a la escuela, pidió la ausencia de sus clases para acompañarla a la consulta, y hasta la Clínica Soma fueron a parar, esperando todos los permisos y la llamada de la doctora al consultorio. Su esposo andando de un lado para el otro como si aguardara una sentencia y no la primera ecografía de su bebé. Se emocionaba por ello, pero también entraba en pánico por si no sabría hacerlo o qué vendría los próximos días.

Pao dejó el libro de Abelardo y Eloísa que Abel le había dado, mirando a donde él estaba asomado contemplando la ciudad.

—Amor, quedarte ahí parado no hará que la doctora se apresure. Ni menos que el bebé nazca más rápido.

—Pero al menos me quitará la ansiedad por verlo en el examen y saber que está bien. Por no decir que también el dolor de espalda.

Hizo un movimiento para estirarla.

Ella pasó la página del libro con una media sonrisa.

—Te dije que dormir anoche en la misma posición no te sentaría bien.

El volvió junto a ella.

—Tenía que mantener mi mano en tu vientre para conseguir creérmela—le besó el hombro—tú estás acostumbrada por tener a Emi y a Jerónimo. Este es mi primer bebé—ella solo sonrió de ver su felicidad y aun incredulidad de que serían papás.

—Vamos a ser papás—le besó los nudillos—créetelo, mi amor.

Y él le habría dicho algo más, si no fuera porque una de las puertas de los consultorios se abrió, apareciendo tras ella una mujer de quizás cuarenta años, con los cabellos rubios en una moña muy tirante, y una pizarra en mano.

—Paulina Uribe de Cardona—llamó mirando a todas las parejas que había allí.

Pao se levantó, no solo contenta porque ya era su turno y podrían conocer a su futuro bebé, sino además por lo bien que se escuchaba su nombre con su nuevo apellido. Abel la siguió hasta medio camino, soltándose un segundo.

—¿Qué pasa? Ya nos han llamado.

El hizo una mueca teniéndose el estómago.

—De repente me dieron nauseas—hizo una mueca y la siguió—debió ser el desayuno.

—O la falta de él—tiró de su mano al consultorio, como si llevase a un niño.

—Me tomé un chocolate caliente con una galleta salada.

—Exactamente por eso debes tener nauseas. Eso no es un desayuno.

—No tenía hambre.

Al entrar, la doctora los miraba desde su asiento con una sonrisa divertida por la discusión, y les mandó cerrar la puerta del consultorio.

Se presentó como María Isabel Atehortúa, la ginecobstetra que de ahora en adelante trataría su embarazo, y fue amable en el trato, haciendo las preguntas pertinentes y registrando todo en la base de datos. Y la consulta habría marchado las mil maravillas, si ella no se sintiese tan preocupada por Abel, quien además de quejarse del dolor de espalda, ahora estaba blanco como una hoja y parecía como si se fuese a desmayar.

Hasta que la doctora pareció igual de consternada, cuando él se quejó teniéndose el estómago.

—¿Se encuentra bien?

ENTRE LA CRUZ Y EL CORAZÓN (COMPLETA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora