El resto del día lo pasó en un constante ignorar al padre Abel, y fue más fácil de lo que había pensado. Porque él también había excusado ocupaciones, dejándola con Luis y los niños en la casa. Estudió solo con el vicario su catequesis e historia, sin mencionar que los había escuchado; y para la hora de la cena aunque Abel si estaba, sirvió de comer y se retiró a su cuarto, argumentando sentirse indispuesta. Y ninguno la interrogó.
Empacó sus cosas sin decirle nada a los pequeños para que no preguntaran a los padres, y cuando pensó que ya se habrían retirado a descansar, tomó aire frente al espejo para hacer la última diligencia: como no tenía valor de decirle a su propio jefe directo que se marcharía y agradecerle por todo, lo hablaría con Luis y que él le transmitiera el mensaje. Que no sabía a dónde carajos ir, pero al otro día cuando Abel estuviera en la misa de la mañana ella partiría. Con suerte que tal vez si le decía a Milena la ayudara a llegar a Medellín.
Cerró la puerta del cuarto y fue a la biblioteca, sabiendo con antelación que Luis estaría allí. Dio dos golpecitos antes de entrar.
—Mi pequeña Paulina, ¿Cómo estás?
Dejó los apuntes con los que trabajaba.
—Padre, ¿será que podemos hablar unos minutos? No le quitaré mucho tiempo.
—Pasa, hija.
Detrás en sus manos llevaba una notita que le dejaría a Abel. Si no le faltaba valor para dársela a Luis.
—Te he notado pensativa en el día. ¿Cómo has estado?
Se quedó de pie delante de la mesa.
—Gracias por todo. Por su amistad y sus enseñanzas. A partir de mañana no trabajaré más aquí. Me voy a Medellín.
Luego dio media vuelta para marcharse.
—¡¿Qué?!
El corrió la silla de inmediato.
—Espera, espera. ¿Qué estás diciendo?
La detuvo en la puerta, y ella se cubrió la boca con la mano, sintiendo muchas ganas de llorar.
—Paulina...
—No puedo quedarme, padre. Me iré mañana—él cerró la puerta mandándola a sentar—los escuché a los dos. No debía. Pero ahora comprendo que me debo marchar—se atacó en llanto.
Lo que había jurado no hacer.
—Habla más despacio. No entiendo nada de lo que dices, hija.
Le pasó un pañuelo mientras tomaba asiento junto a ella.
—Esta mañana... los escuché en el cuarto. Iba a llevarle una carta al padre pensando que ya habían acabado. Debo marcharme y lo entiendo. Pero prefiero por mí misma que oírlos decirme que me despedirán.
El abrió la boca, mudo.
—No debí. Escuché lo que no debía pero sé que es lo mejor.
—Nos escuchaste en la confesión—ella asintió—pero te dije que no lo hicieras.
—¡Y no iba a hacerlo! Pero no sé quién mandó una carta al padre. El mensajero esperaba y era importante. Así que escuché todo. Después me fui. Sé que me despedirán.
—Pero si no es así—el aire se le congeló en los pulmones.
¿Había escuchado mal?
—Co... ¿Cómo que no me despedirán?—él afirmó—pero si escuché que usted se lo pedía a Abel—él volvió a asentir con sus ojos cerrados, tratando de apaciguarla—explíqueme, padre, porque no entiendo qué está pasando.
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ENTRE LA CRUZ Y EL CORAZÓN (COMPLETA)
RomanceNoche. Oscura y silenciosa noche. Sin saber si con el favor de ese Dios que ella no conoce, o guiada por el diablo... Paulina se ha valido de ella para huir de su casita de campo en Belmira, Antioquia con sus dos pequeños de seis y diez años, lejos...