CAPITULO 90:

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Que exquisito fue su sabor cuando lo tuvo en su boca, y que maravilla fue verlo suplicando misericordia ante el aluvión de deseo que le sobrevenía mientras ella lo acariciaba. Aunque fuera extraño y quizás otros lo consideraran pecaminoso, la excitaba mucho hacérselo y verlo al borde de enloquecerse. Y era mejor así sin que él pudiera moverse, o tocarla para obligarla a cambiar el ritmo, atragantándose. Por primera vez se sentía poderosa mandando sobre él, teniéndolo a su merced con solo una caricia. Las manos de él se pusieron blancas de apretar las cuerdas queriéndose liberar, pero Paulina sabía que en el fondo él no quería hacerlo. Que esperaba ella solo se sintiera cómoda aunque eso le cortara a él la circulación. Porque Abel no era como el resto de los hombres. Se preocupaba por su placer y su bienestar, y eso valía oro.

Pasó la lengua por la punta, paladeando una gotita de semen, y lo acarició a lo largo mientras él sudaba y se retorcía. Tan excitante de ver que se sintió húmeda entre las piernas.

—Oh, Paulina—gruñó él.

—Me gustas tanto—él respiró con dificultad.

—Tu a mi, mi dulce y sexy esposa.

—¿Soy que?—quiso volvérselo a escuchar, y el rió mirándola un segundo—dímelo.

—Mi dulce y sexy esposa.

Sonrió apretándolo en su mano haciéndolo retorcer.

—¿Y de quién eres tú?

—¡Tuyo!—gruñó él—solamente tuyo.

—Tu eres solamente mío—sonrió nuevamente, pero esta vez satisfecha.

—Me muero por tocarte y sentirte.

Lo chupó una vez más y él parecía ebrio.

—Me muero de deseo por ti.

Gateó hasta él, dejándolo a medias, queriendo también sentirlo y que llegaran juntos. Aunque le habría gustado tragárselo todo, también no veía el momento de sentirlo por primera vez sin la protección de por medio. Al estar casados y toda la vida juntos, esa ya no sería una obligación, pues el fin último del matrimonio eran los hijos.

—Y yo por ti. Todos los días.

Él la miró de forma reverencial, besándola con veneración y deseo.

—Haces que a menudo no pueda respirar y me tiemble todo el cuerpo—se bajó los tirantes de la pijama dejando los pechos expuestos, mientras él se deleitaba en contemplarlos primero y besarlos después.

—Te pongo a mil—tiró de uno con los dientes y ella gimió al sentirlos tan sensibles.

—Me pones a mil. Y te quiero en mi, ahora.

—Eres tú la que tiene el control, mi pequeña—respiró alterada, sintiéndose fuera de sí misma, de lo mucho que él la excitaba sin siquiera tocarla.

Y cuando le hizo caso, yendo a por esa primera unión como esposos...

—Madre del amor hermoso—cada uno de esos gloriosos centímetros suyos la llenaron—tu... eres mío—no se quiso mover, solo disfrutando de tenerlo dentro.

Asimilando que incluso fuera de que hicieran el amor, era una sola carne. Un solo cuerpo. Su Abel.

—Solamente si tu eres mía.

Frenética, y ya sin miedo lo soltó. Aunque complicado, solo movió las cuerdas y le liberó una mano, procediendo luego con la otra, mientras él la rodeaba en brazos, acariciándole las caderas.

—Soy tuya.

Suspiró cuando ya estuvo hecho, y él la miró con tanta ternura, que Pao se sintió desfallecer de ansias y de amor por él. Lo que sentían el uno por el otro la asustaba a muerte.

ENTRE LA CRUZ Y EL CORAZÓN (COMPLETA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora