CAPITULO 11

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DICCIONARIO ANTIOQUEÑO (Léelo antes de empezar)

* Ni cinco: No saber nada - no importarle nada - no prestar nada - Ni poquito / Pedir cacao:  Pedir ayuda - pedir perdón

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Para las tres de la tarde, se dio cuenta que su comentario inicial de que su nuevo hogar provisional sería mejor que Yerbalito, estaba errado. Perdió la cuenta de todas las tiendas a las que entró para preguntar por un empleo. Solo supo que en ninguna parte le dieron un ¡Sí! Que porque no tenía cara de ser buena trabajadora, que una campesina que iba a saber hacer; y la peor de todas: ¿Sabe leer y escribir? ¿Ah no? Lo siento. Aquí no contratamos analfabetas. Aunque Paulina tenía conocimiento de muchas cosas: cocinando, cuidando la finca, vendiendo con su madre en el mercado o las cosas básicas para defenderse, no tenía ni la más remota idea de lo que salía al juntar varias letras; o cómo escribir una simple oración. Al haber estado sometida a lo que decían su madre y padrastro, nunca asistió a la escuela, y sus hijos tampoco.

No les había hecho ni cinco de falta. Hasta ahora.

Por eso la vetaron de todos los trabajos posibles. En la farmacia, tienda de ropa, confección de vestidos, tiendas de barrio, cafeterías. Hasta como vendedora de chance y lotería. Solo rotundos NO. Y el tiempo y las fuerzas se le agotaban. Tenía hambre al no haber querido gastarse los pocos ahorros que estaban destinados para el hospedaje; y la ansiedad la estaba haciendo sudar a mares. No sabía cómo estaban sus pequeños y le preocupaba que para cuando se reuniese con ellos, fuera con manos vacías.

¿Qué iba a hacer entonces?

Tomando una nueva inhalación honda, se preparó para preguntar en el último local que le quedaba. Ubicado en todo el parque, diagonal a la iglesia, se trataba de un restaurante de pollo asado, y si ahí también la rechazaban no habría más opciones. O invertía lo poco que les quedaba para irse a Medellín, así pasaran la noche en la calle, o tendría que devolverse para Belmira. Don Memo estaba terminando de cargar la chiva con otros mercados, y quizás si le pedía ayuda, él le mostraría que hacer.

Porque a su pensadero se le habían acabado las ideas.

—Buenas tardes—ingresó, retorciéndose los dedos por el nerviosismo.

Una mujer muy joven y rubia, salió a recibirla desde lo que parecían las cocinas.

—Buenas tardes, bien pueda—parecía muy amable—sígase, ya le tomo la orden.

Ella negó.

—Qué pena, no vengo a comer. Estaba buscando si de pronto tenía algún trabajito para mí.

—¿Trabajo?

—Sí. He estado buscando toda la mañana sin resultados, y lo necesito con urgencia. Me le mido a lo que tenga.

La mujer, que parecía de quizás treinta años, la escaneó de arriba abajo.

—¿Cuál es su nombre? Porque usted no es de por estos lados.

—Soy Paulina. Vengo de Belmira con mis dos hijos—la señora asintió—tuvimos que escapar del padre de mis niños.

—Entiendo, Paulina. Mi nombre es Zulma. Y que lastima escuchar eso—miró todo el local—pues la verdad... si estamos en busca de una vacante para que trabaje con nosotros, pero...

—¡Sí! Acepto.

No dudó. Si esa era su única oportunidad lo aprovecharía. En lo que fuera.

—¿De verdad?

—En lo que me puedan ofrecer. Lavando platos, cocinando o limpiando.

—Bueno, iba a explicarle en qué consistía el trabajo, pero ya que acepta así, podremos formalizar el contrato entonces mañana. Y ya le explicaré cómo ser camarera. ¿O sabe hacerlo?

ENTRE LA CRUZ Y EL CORAZÓN (COMPLETA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora