CAPITULO 3:

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DICCIONARIO ANTIOQUEÑO: (Léelo antes de empezar)

* Cuitas: Penas - tristezas / Pal': Interjección de la palabra "Para el" .

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«¿Qué es el infierno, Mita?» Le había preguntado una vez a su abuela, cuando de seis años, se sentaba en el patio a sus pies, mientras ella le enseñaba a remendar. Ese día había visitado el mercado con su mamá después de vender la leche, y Amalia le había echado un insulto a un pobre indigente atravesado en su camino. La palabra de ocho letras le había generado curiosidad a la pequeña.

La anciana, luego de enhebrar la aguja y meditar la pregunta, le contestó:

—El infierno, mijita, es lo que llamamos los cristianos, fuego eterno. La Gehena o Sheol. Son llamas que te consumen toda la eternidad. Es el lugar al que vamos cuando somos malvados y no cumplimos la Voluntad de Dios. Tú, mi niña, podrías terminar allí, si no obedeces a los mayores. A lo que tu madre te diga.

Ella, con la mejilla en las rodillas de su Mita, se imaginó el fuego caliente, literalmente quemando a las personas.

El miedo la inundó.

Ella nunca quería estar allí.

Pensó también en su mamá cuando le dijo al pobre hombre: «púdrase en el infierno» y se preguntó si su madre no terminaría allí también con el anciano, por ser tan enojona.

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Un traqueteo de la chiva y frenazo para que uno de los pasajeros descendiera, la hizo volver en sí. Al mirar el paisaje, notó que el sol, que ya estaba asomándose por las ventanas, si bien parecía perezoso por los nubarrones, ya clareaba el día para todos. Después contempló la vegetación: bosques y más bosques a ambos lados de la carretera, el clima muy frío. Ya parecían estar muy lejos de Belmira, pues esa carretera no la conocía. Miró al chofer, amigo de su mamá.

—Don Guillermo, ¿Dónde estamos?

El la contempló por el retrovisor solo un segundo.

—Niña Paulina, esta es la carretera que conecta Entrerríos con Don Matías—afirmó silenciosa

—Estamos lejos de Belmira, ¿verdad?

Por largo rato, el señor no contestó. Quizás intuía que algo no estaba bien con ella y sus niños, desde que hubiesen salido tan temprano del pueblo natal, y aún más, que salieran sin Jesús al lado. Cuando para movilizarse en Belmira, ella tenía que aguantarlo pegado a su nuca como un sirirí.

—Muy lejos, se lo prometo. Nuestro destino final es Don Matías, por si le sirve quedarse allí. Una vez descargue la chiva, regreso al pueblo de Belmira.

Su silencio fue respuesta suficiente. Allí se quedaría hasta que pudieran escapar más. Porque a Belmira ni por las curvas iba a volver. Su destino pensado era Medellín, pues recordaba que su tía Ismenia, hermana de su madre vivía en un barrio de la ciudad. Pero habían perdido contacto hacía tanto, que no tenía la más remota idea de cómo hallarla.

Don Matías era un buen lugar para hacer una parada y tomar decisiones.

Volteó la mirada para ver a sus niños, y sintió el peso de su Jerito recostado en el hombro, mientras ella lo rodeaba. Y la pequeña Emi... cortándole la circulación de las piernas al dormir en sus brazos y con la cabecita castaña en el pecho. Pero no importaba, con tal de tenerlos a salvo. Con tal de evitar que sus bebés vivieran lo mismo que ella.

Pensando en lo que Jesús les había hecho, recordó las palabras de su abuela sobre el infierno. El miedo que entonces le había generado que durante la noche algo la tirara de sus piernitas y la llevara a ese fuego eterno que Mita Edilma le auguraba si no obedecía a su mamá. Ahora, después de todo ese daño físico y emocional...

ENTRE LA CRUZ Y EL CORAZÓN (COMPLETA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora